El corazón rosado de «Bob Esponja»
Los conservadores americanos ahora apuntan su dedo acusador hacia Bob Esponja. Aseguran que el personaje creado por Stephen Hillenburg, tierno, delicado, exitoso y del que recientemente se estrenó una película, es también demasiado confuso. Como ya ocurrió antes con Los Pitufos, Los Teletubbies y, más recientemente, con Barney, a Bob se lo señala como un personaje homosexual y, por lo tanto, un ejemplo discutible para los chicos.
Bob Esponja es un personaje de pasiones desatadas. Su risita tierna siempre resulta ser una introducción a algún tipo de tormenta de hilaridad y sus ganas de agradar a cualquiera que ande por allí, a tres metros de su amarillo cuerpo, son tan obvias que, cada tanto, Bob puede sacarte de quicio. Por los motivos que sean, al igual que un santo, Bob Esponja los ama a todos. A todos. Incluso al explotador de su jefe, Don Cangrejo, y al definitivamente amargo, Calamardo. Bob es, por ejemplo, capaz de soportar una sesión completa de Calamardo y su clarinete sin chistar a pesar de lo pésimamente mal que toca este pulpo envidioso.
La pasión de Bob Esponja por existir tiene sus compensaciones. Una de ellas se llama «Sandy», una talentosa ardillita, («Arenita» que es experta en artes marciales, fuerte como ballena, inteligente, dulce, solidaria y un etcétera de virtudes que sobrepasan al propio Bob) que vive, traje de buzo mediante, bajo el agua. Y, al no menos singular, Patricio, una estrella de mar tonta hasta el paroxismo. Aquí, con Patricio, su cuerpo rosado y sus calzoncillos anchos como el océano que lo rodea, es donde comienzan los problemas para Bob. O sea, con la gente que vive varios metros por arriba de su cabeza, con los conservadores, los líderes de opinión, las amas de casa nucleadas en club de los valores inalterables y de los partidos políticos americanos.
Esta es una de las escenas en cuestión: a Bob Esponja y a Patricio Estrella les gusta ver su programa favorito «Las Aventuras del Hombre Sirena y el Chico Percebe»… de la mano. El momento íntimo, un poco raro para la televisión de cualquier época -aunque Tom y Jerry ya se hayan ido varias veces de la mano camino al horizonte-constituye uno de los tantos argumentos para que grupos conservadores cristianos como «Focus on the Family», hayan lanzado un grito de alarma acerca de lo contenidos del hoy famoso cartoon creado por el biólogo marino transformado en animador, Stephen Hillenburg. Por su parte la nueva secretaria educación estadounidense, Margaret Spellings, denunció un episodio de «Buster» en el que el conejo Buster Baxter, visita el hogar de una pareja lesbiana que tiene hijos. «Muchos padres no desearían que sus hijos se expongan a los estilos de vida representados por este episodio», aseguró Spellings.
No es la primera, los grupos conservadores se escandalizan frente a las supuestas manifestaciones culturales o los estilos de vida que vienen con los dibujitos animados. Por supuesto, su queja es una forma de controlar la conciencia de quienes son los autores y los distribuidores de los personajes. Apelar a su autocensura. Nada que no sea un núcleo familiar tradicional será visto con buenos ojos en determinados ámbitos. Más allá de lo que opinen los propios padres, sus hijos y otros adultos o jóvenes que no están nucleados en una fa
milia tipo y que tampoco desean estarlo. Ni qué hablar de lo que diga la comunidad homosexual aludida.
Una de las primera tiras en pasar por el dedo acusador fueron «Los Pitufos», una comunidad de enanitos de color azul que parecían no tener ningún interés por relacionarse con otro sexo que no fuera el suyo: masculino. Hasta que apareció la Pitufina, un producto del hechizo del malo de la historia, Gargamel, creado con el fin de generar el caos en la organización pitufa. Si bien el grupo se revolucionó con la novedad, solamente algunos de los protagonistas sintieron el verdadero llamado de la selva.
Uno de los momentos más extraños de esta serie fue cuando la inocente y muy joven Pitufina debió decidirse por uno de sus pretendientes (al final de varias temporadas quedaban sólo dos) y, sin decirlo, daba a entender que s había enamorado ¡del gran abuelo! que como mínimo le debía llevar unos 100 años. En años pitufinos, se entiende. Homosexuales o no, Los Pitufos pasaron a la historia como un clásico. ¿Serán palpables ya sus efectos colaterales? En aquella época (los 80) no pocos discutieron en los medios acerca de cuando podría influir en la conducta infantil la armonía «homo» de estos enanitos azules. Es cierto que si la familia pitufa era una gran familia gay este hecho no aparecía en la pantalla como algo tan evidente. No podríamos decir los mismo del entrañable amigo Barney. Demos un ejemplo de este tipo de obviedad. Lo que sigue es un diálogo real entre el cronista y el encargado de un video club un mes y medio atrás:
– ¿Te llegó «Barney en Navidad»?
– ¿Cuál? ¿El hijo «trolo» de Godzilla?
A Barney, como a Pitufina, le gusta usar cartera. Barney, por si no se han dado cuenta (cosa que sería extraña) es rosado. Un enorme «hipopótamodinosauriolobodemar» rosado. Barney es la puesta en marcha de la delirante imaginación de los pequeños. Una especie de genio de la lámpara que se agranda cuando los pibes más lo necesitan para sus juegos o menos lo esperan. Barney introduce al juego, canta, baila y da consejos con su voz apretada casi, diríamos, aguardentosa. Aunque uno no podría imaginárselo al tipo acodado en la barra de un bar. De todos modos, Barney es uno de los pocos ciclos infantiles donde se puede observar la diversidad del mundo y de sus gentes. Participan del programa chicos de todos los colores así como también pequeños que han sufrido alguna amputación o cargan con otro tipo de problemas.
Hace no muchos años los Tele Tubbies también colmaron la paciencia de los conservadores en los Estados Unidos. Como suele ocurrir con este tipo de programas de corte didáctico, detrás de los Tele Tubbies había un importante equipo de profesionales, lo que hacía la situación aun más sospechosa y nada casual. Uno de los Tele Tubbies (la serie todavía se pasa por televisión), Tinky Winky, también usa cartera y es notoriamente afeminado. Alguien podría decir «delicado» como sólo un Teletubbie puede serlo. Claro, los grupos familiares americanos no están para este tipo de sutilezas. Ahora los ojos también han caído sobre el conejo «Buster» y con el tiempo, otros personajes seguirán entrando en la lista negra de quienes prefieren y necesitan modelos bien definidos. Macho o hembra.
Es curioso que poco y nada se haya dicho, salvo contadas bromas al respecto, de los personajes evidentemente homosexuales de «Los Simpsons». Gente como Waylon Smithers, enamorado de Charles Montgomery Burns, y Moe Szyslak, el cantinero que cada vez que puede se pinta los labios de rojo furioso y baila como si fuera una chica de «Cabaret». Es más, en la próxima temporada uno de ellos se confesará gay. ¿Será Moe o Smithers? ¿Habrá alguien más en el ropero?
Al fin de cuentas la introducción de este elemento en la serie animada más exitosa de todos los tiempos no hará más que acercarnos a la realidad. Todos llevamos un hombre y una mujer adentro.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
Bob Esponja es un personaje de pasiones desatadas. Su risita tierna siempre resulta ser una introducción a algún tipo de tormenta de hilaridad y sus ganas de agradar a cualquiera que ande por allí, a tres metros de su amarillo cuerpo, son tan obvias que, cada tanto, Bob puede sacarte de quicio. Por los motivos que sean, al igual que un santo, Bob Esponja los ama a todos. A todos. Incluso al explotador de su jefe, Don Cangrejo, y al definitivamente amargo, Calamardo. Bob es, por ejemplo, capaz de soportar una sesión completa de Calamardo y su clarinete sin chistar a pesar de lo pésimamente mal que toca este pulpo envidioso.
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