Hora de consenso y equilibrio

Diego Lo Tártaro *

Un manto de incertidumbre, desasosiego, frustración y fracaso está cubriendo a toda nuestra sociedad. El inmovilismo y desinformación nos tiene desconcertados y desorientados. En el mientras tanto, muchos argentinos mueren por la pandemia, pero millones agonizan al ver morir sus esperanzas de una vida digna; lentamente ven derrumbar y desaparecer sus trabajos, sus empresas y sus sueños. Esperan, reclaman e imploran a que el buen sentido alcance a quienes nos gobiernan.


El Presidente enfrenta, a días de asumir su cargo, una situación inédita  y excepcional que le impone un dificilísimo equilibrio con varios frentes caóticos: una pandemia de alcance mundial, un país agónico por décadas de desequilibrios, un déficit crónico, una desocupación creciente, un aluvión de quiebras de empresas, una deuda externa a la que con sutil inteligencia debe negociar, una endémica corrupción enquistada en toda la dirigencia,  una oposición negativa y nada colaboradora y la ceguera de algunos sectores del gobierno que el dogmatismo no les permite advertir que tienen el repudio del país.


El hecho más preocupante que nos invade  a todos es la incertidumbre en cuanto al mutismo que guarda  el gobierno en exponer un plan integral para encarar y proponer soluciones a las consecuencias de la crisis económica-financiera-social y estructural acumulada por décadas, a la que se suma ahora la catástrofe de la pandemia. ¿Por qué guarda un sepulcral silencio?  Por una sola razón: no lo tiene. ¿Por qué no lo tiene?  ¿Será porque está condicionado por una pandemia de incierto fin y/o  una extensa negociación con bonistas externos?  No lo sabemos.


  La pandemia a nivel mundial genera quiebras de empresas de todos los tamaños y actividades, con colosales índices de desempleo y pérdidas multimillonarias, pero lo hacen desde la estabilidad, el orden y normal crecimiento. Nosotros lo hacemos desde el desorden y el derrumbe económico.


Algunos sectores del gobierno y de la oposición con una miopía estremecedora parecieran no advertir  que la grieta que hoy divide a los argentinos tiene dos lados, uno muy pequeño: ellos; y el otro inmenso: un país que quiere estar de pie y solo desea que lo dejen trabajar. El gobierno pareciera no percibir  de qué lado soplan los vientos, su lentitud y anomia pueden llevarnos a males mayores.


En este endeble contexto en que la economía está en terapia intensiva con reiterativos paros cardíacos, se advierte con tristeza e indignación el hecho de indultar, premiar y privilegiar a corruptos funcionarios públicos, empresarios, gremialistas, jueces,  pensionar en forma dispendiosa a ex terroristas y, para completar el pillaje, secretarios privados multimillonarios en dólares con inversiones en EE.UU,  o en el sur con decenas de propiedades. Esto, a no dudar, acrecienta el malestar social poniéndonos al borde del descontrol.


Enfrentamos la pandemia haciendo un análisis correcto en lo epidemiológico,  pero errado en cuanto a cómo encarar las consecuencias de la cuarentena a nivel económico-financiero y social. Si bien el problema es uno solo, las soluciones son divergentes en cuanto a sus consecuencias  y hoy solo se acata lo que los infectólogos aconsejan y deciden, prescindiendo de las opiniones de economistas, pequeños empresarios, monotributistas y de los reclamos y pesares de la  gente a la que ciegamente soslayan.  
Desde hace años fuimos creando dos clases sociales, una que vive de su trabajo y paga sus impuestos y otra que no trabaja y vive desde hace años de planes sociales y dádivas del estado:  activistas profesionales,  desocupados crónicos y legiones de empleados públicos que solo hacen presencia para cobrar sus sueldos. Más aun,  para agravar la situación éstos les obstaculizan, con cortes y piquetes,  el acceso a los que trabajan.


Quienes trabajan desorganizados y de forma individual reclaman pero son arbitrariamente desatendidos, el gobierno solo atiende a sus socios políticos.



Ahora, por una imprevisible calamidad, la pandemia, y una  dilatada cuarentena, los primeros perdieron sus trabajos o sus empresas y acuden al Estado que ellos solventan a que los auxilie,  pero al mismo tiempo los segundos continúan recibiendo el aporte del Estado. Éste no puede hacer frente a ambos sectores, sus ingresos disminuyeron y está quebrado, pero los segundos están organizados y amenazan al gobierno con el desborde social si no continúan recibiendo sus prácticamente vitalicios beneficios. Quienes trabajan desorganizados y de forma individual reclaman, pero son arbitrariamente desatendidos. El gobierno solo atiende a sus socios políticos.  


¿Cómo puede terminar esto? En hechos impredecibles de descontrol social,  ¿Cómo encararlo y solucionarlo? Consensuando entre todos y solo priorizando el bien común, la equidad, la solidaridad y reciprocidad.  
Evitemos a quienes desde el dogmatismo, tanto de izquierda como de derecha, tratan de poner miedo a la sociedad. Cuidado que esta actitud encubre el germen del desborde social.


El momento es dificilísimo por lo confuso, enmarañado y sometido a intereses contrapuestos. En estas circunstancias  vale reflexionar y recordar al General San Martín cuando en momentos definitorios para la independencia y sin recursos decía: ¡Ánimo que para los hombres de coraje se han hecho las empresas!  

* Presidente del  Instituto Argentino para el Desarrollo de las Economías Regionales (IADER) 


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