Por qué son inteligentes

Especial para "Río Negro"

por: HECTOR CIAPUSCIO

Especial para «Río Negro»

Quién no se ha sentido intrigado alguna vez ante el fenómeno del protagonismo intelectual de los judíos en la sociedad moderna, patente en cualquier nómina de personajes geniales o señeros en los ámbitos de la cultura, desde la filosofía a las ciencias y desde la literatura a las artes o la economía? Para visualizar pálidamente la realidad de esos campos pensemos sólo en nombres como Marx, Freud, Einstein, Oppenheimer, Kafka, Proust, Schönberg, Mahler o Wittgenstein. Hay, por otra parte, una multitudinaria representación judía en los asuntos importantes del mundo, no sólo en las ciencias (un reiterado desfile en Estocolmo para recibir los Nobel del año) sino también en las finanzas, en los circuitos mercantiles, en la gran industria, en el gran comercio y en los medios de comunicación. Todo clima cultural, económico y político de nuestro tiempo está pautado por su presencia activa sobre la cual, poniéndole números, ahora se dispone de un estudio académico (dirigido por Seymour Martin Lipset) que la cuantifica en Estados Unidos. Según él, por ejemplo, durante los últimos 30 años los judíos han constituido el 50% de los intelectuales «top» del país, el 40% de los Nobel americanos en ciencias, el 20% de los profesores de universidades líderes y el 40% de los socios de los estudios jurídicos más importantes.

Hasta no hace mucho las reflexiones populares nos decían que ciertos rasgos típicos que ya se perciben en adolescentes en el colegio respondían a causas sociales; que la comunidad hebrea estima en alto grado al estudioso y por eso el padre más miserable -como escribía Stefan Zweig- querrá que su hijo estudie; que son así porque se sienten «el Pueblo del Libro»; que las exigentes madres judías educan a sus hijos para que sobresalgan… pero hasta ahora nadie había explicado este fenómeno con la razón de una herencia intelectual promedio superior a la de otros grupos. Lo acaban de hacer anunciando un ensayo de próxima publicación varios investigadores de la Utah University de apellidos Cochran, Harpending y Hardy y despertando enorme interés por el peso de la hipótesis y el prestigio de sus responsables. El título periodístico en «The Economist» del 2 de junio dice, sintetizando, «La evolución de la inteligencia. ¿Genialidad natural? La alta inteligencia de los judíos askenazis (1) podría ser el resultado de un pasado de persecuciones».

Habituales en Estados Unidos, los estudios sobre IQ (cociente intelectual) son de cajón en este caso. «The Natural History of Ashkenazi Intelligence» fundamentará datos según los cuales esta población excede en 12-15 puntos el valor 100 de inteligencia media y, más importante, que sus integrantes tienen una probabilidad diez veces mayor de tener un IQ por arriba de los 145; esto es, uno en 70 registra más de 145 puntos comparado con uno en 700 de los blancos no judíos. Hay alrededor de treinta veces más adultos blancos no judíos que ashkenazíes en el país; esto implica que un cuarto de los norteamericanos blancos con IQ mayor de 145 son judíos de ese grupo, un dato por cierto sugestivo para entender la política internacional de su país.

Y bien, lo que explica históricamente esta teoría Cochran-Harpending-Hardy es que desde aproximadamente el año 800 hasta el 1700 d. C. los judíos de habla «idish» fueron constreñidos allí donde vivían a ocupaciones como las financieras y comerciales (a los cristianos les estaba prohibida la actividad de préstamos), que exigen matemáticas y que son campos en los que la inteligencia rinde más que en las actividades rurales, que les eran limitadas. Así, perseguidos o segregados, se habrían ido produciendo en esa población ciertas mutaciones genéticas. Tuvieron que hacerse más inteligentes a fin de sobrevivir. La endogamia (casamientos intra-grupo), agregado el hecho de proles relativamente numerosas de las parejas, evitó el efecto de dilución del mecanismo selectivo. Y en cuanto a que éste parece un tiempo escaso para una variación evolutiva, los autores dicen demostrar matemáticamente que 35 generaciones durante esos nueve siglos son suficientes para que las mutaciones que confieren mayor inteligencia se difundieran ampliamente entre los askenazis. (Hay un aspecto negativo para la colectividad en esta mutación biológica positiva que le es propia: el riesgo de ciertos males hereditarios, por ejemplo, una enfermedad de tipo neurológico llamada Tay-Sachs, un defecto colateral de los genes que ayudan a la inteligencia. Este es un problema para el cual existen mecanismos precautorios en Estados Unidos a cargo del «Comité para la Prevención de las Enfermedades Genéticas de los Judíos» que monitorea la sangre de escolares para prevenir matrimonios de personas con idéntica mutación. Este tema, comentado en «Genoma. La autobiografía de una especie en 39 capítulos» (1999) de Matt Ridley, fue explicado técnicamente por un biólogo en «The New York Times» de principios de mayo.)

Es evidente que estamos ante un asunto que, si se lo acepta como probado a partir del «paper» que se anuncia, permite varias miradas y muchas especulaciones sobre consecuencias científicas y sociológicas. Una de las más interesantes parecería ser su ponderación en el viejo debate genes/cultura. Estos investigadores están diciendo que es posible probar que el factor «nurtura» puede modificar el factor «natura», que hábitos económicos y sociales son capaces de alterar las frecuencias genéticas y que la cultura es apta, en cierto modo, para dirigir la herencia. Nada menos.

 

1) Históricamente, se reconocen dos corrientes judías: los «ashkenazíes» (de «Alemania» en versión del hebreo) son los originarios del Norte de Europa, cuyos ancestros hablaban el «idish», un alemán modificado, que son el 80% de los judíos del mundo (11.000.000) y que integran la gran mayoría de las corrientes emigratorias a América. Los «sefarditas» (de Sefaradad, «España») son los grupos que emigraron desde los países ibéricos al mundo musulmán. Las diferencias se originaron en los ritos religiosos en las sinagogas pero se extendieron a otros ámbitos culturales. Parece claro que las diferentes «performances» de los dos grupos tienen relación con los idiomas y sus respectivos ámbitos culturales.


por: HECTOR CIAPUSCIO

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