Antoni Gaudí
Inabarcable como lo humano
Para él la arquitectura no era sólo estilo, sino el resultado de un ambiente social y político. Por eso, estudió también Filosofía, Historia y Economía.
Tal vez por eso faltaba a clase para internarse durante horas en una biblioteca.
Y, tal vez por eso, creó un estilo distinto a todos los que lo precedieron: tan humano y tan grandioso como para materializar lo espiritual y lo pagano, para jugar riéndose de las líneas rectas, para escaparle a las jerarquías apelando sólo a la propia capacidad.
Antoni Gaudí nació pobre en la España rural de 1852 y, si la mala fortuna no hubiera determinado la muerte de tres de sus cuatro hermanos, es posible que sus padres –fabricantes de vasijas de cobre- no hubieran podido costearle sus estudios en Barcelona.
No fue un genio, pero lo suplió con esfuerzo. No fue amable, y sólo mostró pasión por su arte.
El renacer del arte gótico, los diseños orientales heredados por España, y la naturaleza, fueron las tres fuentes de las que se alimentó en sus diseños.
Su obra máxima es casi sinónimo de Barcelona. Es el «temple de la Sagrada Familia», tan inmenso como para sobresalir, tan bello como para conmover, tan inabarcable como para que no hayan bastado ciento veinte años para concluirlo.
Howard Roarke, el arquitecto que Ayn Rand imaginó en su novela «El manantial», diseñó –para desesperación de sus clientes- una iglesia roma y baja. Cuando lo increparon, respondió serenamente que la enormidad de Dios era tal, que no cabía en el hombre otra actitud que la humildad. Sólo desde el suelo se podía mirar al Creador.
En La Sagrada Familia, Gaudí aspira a hacerle cosquillas al cielo. No habrá altura mayor que los 170 metros de la aguja central –cuando quede concluida-. La de Jesucristo será la más alta de las dieciocho hebras que se erguirán, irregulares y perfectas, como brazos o como árboles.
Y, sin embargo, no hay vanidad en tanta altura. Porque no hay fasto. No están los oros ni las pedrerías, no está la institución sino los hombres y las mujeres, y las palomas, y las ovejas. Todos ellos, como homenaje a la creación permanente, al cambio y la metamorfosis.
Antoni Gaudí se hizo cargo de La Sagrada Familia en 1883. Durante 42 años, trabajó principalmente en ella, aunque diseñó obras no menos creativas y admirables como «La Pedrera», el «Palau Güell», el «Parc Güell».
El de junio de 1926, salió de La Sagrada Familia y un tranvía lo atropelló a pocas cuadras, en la esquina de Gran Vía y Bailén.
Con las interrupciones que la historia de España forzó, la construcción de la iglesia continúa. Sin apoyo oficial ni de la Iglesia. La fundación que vende las entradas y objetos alusivos financia el trabajo de centenares de creadores que siguen actualizando aquella imaginación inabarcable.
Hace pocos días murió otro arquitecto catalán, Antoni también, pero Miralles. Era joven, y se convertía en uno de los más prestigiosos constructores de la Europa actual. Barcelona lo recordará. Pero como un huésped en la ciudad de Gaudí.
Alicia Miller
Para él la arquitectura no era sólo estilo, sino el resultado de un ambiente social y político. Por eso, estudió también Filosofía, Historia y Economía.
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