«La mano de un dios distante», de Héctor Guyot: una novela escrita por sus propios personajes

Es la primera ficción del periodista Héctor Guyot. Narrada en primera persona a partir de un intercambio de correos electrónicos, los protagonistas reflexionan acerca de sus vidas y se reencuentran en un pasado común.

¿Cómo es que dejamos de saber de las vidas de ciertas personas que fueron parte de las nuestras durante esos años de la vida en que todo está por pasarnos y, sin saberlo, ya nos está pasando?
¿Qué es de sus vidas y por qué, en algún momento, dejamos de saber de ellas y cómo podemos soltarlas si durante tantos años fueron indispensables para nuestra existencia?
Pero, algo más inquietante aún: por qué queremos volver a saber de ellos, reencontrarnos con ellos, tanto tiempo después, el suficiente como para que mucha vida haya pasado y ya nada ¿nada? quede de aquella que supimos abrazar.


Jano es de esos de los que nunca más se supo nada. Es de los que los grupos de los que más o menos aún siguen sabiendo cosas de los otros llaman “perdidos”. Jano es un “perdido” que hay que contactar porque la camada 1979 del Colegio San Mateo decidió que 2003 era un buen momento para el reencuentro.
Y Santiago, ya sabremos por qué, es el encargado de dar con Jano. Este reencuentro particular, el de Jano y Santiago, en el marco del intento de toda una camada por reencontrarse, es el núcleo narrativo, muy particular, por cierto, y ya veremos por qué, de “La mano de un dios distante” (Emecé, 2022), la primera novela de Héctor Guyot, columnista semanal y editor jefe del suplemento Ideas del diario La Nación.
Construida a partir de un intercambio epistolar en la era del correo electrónico entre Santiago y Jano, a los que luego se sumará de manera fortuita Cecilia, esposa de Santiago, pero a quien la vida de Jano no le es extraña ni mucho menos indiferente, la novela, en permanente primera persona, transcurre en un ida y vuelta de emails donde cada uno le cuenta al otro su propia vida hasta que, esa puesta al día, deja de serlo para convertirse en una reflexión de sí mismos. Sobre lo que hicieron con sus propias vidas, pero, sobre todo, lo que decidieron no hacer.
Jano “se perdió” porque tras un confuso episodio con la empresa familiar abandonó todo para llevar a delante una vida de viajero errante, libre de cualquier atadura ligada a una vida acomodada. Santiago, en cambio, decidió tomar ese camino al punto de convertirse en un alto ejecutivo de un banco multinacional. Jano pudo tener esa vida y la rechazó; Santiago no y cree ser feliz. Ambos sienten que sus vidas están incompletas y que la felicidad está en otra parte. De esto, y de varias otras cosas, caerán en la cuenta al escribir(se) los correos electrónicos.


“La idea de esta novela y de sus personajes surgió de una fuerte disyuntiva que tuve siendo joven”, dice Héctor Guyot en un diálogo telefónico con Río Negro. “Luego de los viajes de muchos meses que hice por Sudamérica me quedé con ese gustito por el viaje, estaba estudiando derecho en ese momento. Y me tironeaba la posibilidad de una vida viajera, una vida nómade. Esa idea me atrajo, realmente. Al mismo tiempo tenía la necesidad de una vida en tierra, más sedentaria, más convencional”.
Con Jano y Santiago como parte, pero sólo en parte, de su propia biografía, Guyot construyó su primera novela. Pero aquello fue sólo el punto de partida porque rápidamente los personajes evolucionaron, el autor los dotó de un pasado y de personalidades que se fueron complejizando y enriqueciendo con el devenir de las cartas.

Jano, Santiago y Cecilia, entre el presente y aquel pasado


A Guyot le tomó seis años escribir la novela y buena parte de las primeras cartas encontrar las razones detrás de las opciones de vida de cada uno. “Cuando finalmente los personajes dejan atrás el relato de sus vidas actuales y comienzan a tomar densidad supe que el pasado iba a ser muy importante porque era un pasado compartido”, revela el autor. Y porque allí iban a encontrar(se) con mucho de lo que habían resuelto hacer de sus vidas. En ese pasado estaban las claves que habían llevado a los personajes a tomar el rumbo que tomaron y que los habían depositado en esta crisis que cada uno, a su manera, vive en el momento en que sucede la novela.
Ese pasado se nuclea en un momento muy puntual: una fiesta a la que asisten Jano, Santiago y su grupo de compañeros y donde ambos, aunque por separado, conocerán a la misma mujer. “La fiesta en las que los dos amigos conocen a Cecilia se presentó como un momento muy importante porque cuando empecé a narrar esa fiesta supe que las vidas de esos personajes de 16, 17 años ya empezaban a tomar un rumbo determinado sin que ellos se den cuenta en ese momento, por supuesto. Yo asocio esa adolescencia con el momento en la vida en que uno tiene en su puño todas las posibilidades. Después, cuando uno empieza a elegir descarta caminos posibles para ir por otros. Y esa posibilidad del todo en potencia deja de serlo para convertirse en destino”, reflexiona Guyot.


“La mano de un dios distante” está hecha sólo de textos escritos por sus personajes.



De todo esto se darán cuenta con el intercambio epistolar, cuando leen al otro, pero también cuando se leen a sí mismos porque es cuando caen en la cuanta que todos ellos, incluida Cecilia, vivieron esa noche el momento bisagra de sus vidas. Esa fiesta fue mucho más trascendente de lo que ellos creyeron en ese momento.
En este sentido, Guyot ve en la ausencia de un narrador en tercera persona y en el uso exclusivo de la primera persona una clave: “Las primeras personas y las cartas juegan un doble papel. Por un lado, dos viejos amigos vuelven a comunicarse. En los primeros capítulos, cuando irrumpe ese pasado en común, la fiesta, vi que en Cecilia había un personaje muy fuerte y supe que en algún momento iba a aparecer como una tercera voz. Y que seguramente iba a tener una mirada muy diferente a la de los dos amigos respecto de ese pasado, de los recuerdos de ese pasado y de ella misma. Cada memoria teje sus recuerdos a su manera”.
Cecilia descubre por accidente esa larga cadena de mails entre su marido y Jano, se entera de cosas que se suponía no debía saber y decide escribirle a Jano. Cecilia irrumpe con indignación porque hablan de ella muy sueltos de cuerpo ambos amigos y entonces ella quiere dar su propia versión. Pero ella también tiene cosas pendientes acaso porque también en Cecilia la memoria teje sus recuerdos a su manera.
“La mano de un Dios distante” está hecha sólo de textos escritos por sus personajes, textos que revelan cómo la escritura es para ellos un proceso de curación. Al sentarse a escribir mails no hicieron otra cosa que reflexionar sobre sus propias vidas y quizás, si no hubieran comenzado este intercambio epistolar, no lo hubieran hecho nunca.
“La escritura nos permite muchas cosas. Me di cuenta de eso, de que el hecho de narrar era un tema importante en la novela sobre todo en su faz creativa. Porque escribir implica enhebrar causas y consecuencias. En un mundo donde la narración está un poco desplazada por la inmediatez de la vida digital, de la cantidad de información que nos llega al teléfono celular hay poca posibilidad de parar la pelota, encadenar causas y consecuencias. No tenemos tiempo de establecer una narrativa y encontrar sentido”, sostiene Guyot.
Jano, Cecilia y Santiago no son nativos digitales, viven en un tiempo anterior a las redes sociales, el WhatsApp y la brevedad instantánea del teléfono móvil. El email era todavía la gran cosa, pero que exigía sentarse a escribir.
Si la novela está hecha de textos escritos por sus personajes, ¿quién es Héctor Guyot, en realidad? Una voz silente que está allí, (re)leyendo los textos y seleccionando cuáles leeremos y cuáles no. ¿Qué no sabemos?, porque no todas las cartas son parte del libro. Porque, como la memoria, también Héctor Guyot teje los recuerdos a su manera.


¿Cómo es que dejamos de saber de las vidas de ciertas personas que fueron parte de las nuestras durante esos años de la vida en que todo está por pasarnos y, sin saberlo, ya nos está pasando?
¿Qué es de sus vidas y por qué, en algún momento, dejamos de saber de ellas y cómo podemos soltarlas si durante tantos años fueron indispensables para nuestra existencia?
Pero, algo más inquietante aún: por qué queremos volver a saber de ellos, reencontrarnos con ellos, tanto tiempo después, el suficiente como para que mucha vida haya pasado y ya nada ¿nada? quede de aquella que supimos abrazar.

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