De «Noches rojas»
Tras el convulso lienzo de la carpa
plantada en el desierto,
Miro a través de atmósfera de plata
a la Ofelia gentil del firmamento.
A su góndola azul rinde la escarcha
leve vapor de incienso,
y la sierras ebúrneas le levantan
de amor henchido su turgente seno.
Allá abajo el Neuquén, en su hondonada
obrero infatigable teje el velo
nupcial para su reina, y en la llaga
de su hondo corazón lame el remedio
en el que el job de hoy proclama
la piedad de su perro.
En su alcoba silvestre la comarca
ha dado cita de creación al viento,
y por eso en los bosques y espadañas
no pulsa ya sus liras el silencio.
Bajo el convulso lienzo de la carpa
plantada en el desierto.
Yo pienso en ti; y en mi alma
se refleja el perfil de algún recuerdo:
¿Sabés cuál es? La espléndida, la clara,
noche del primer beso,
cuando tras el cristal del coche estabas
pálida cual la luna que en el terso
azul estoy mirando; cuando el alba
nos sorprendió en el regio
festín de amor, y en brindis de champaña
saludó nuestro encuentro;
Cuando al amanecer, allá en la plaza
-por contraste brutal- unos obreros
vimos que despertaban
sin pan, sin compañeros y sin lecho;
cuando tu mano de azucenas blancas
le arrancó a mi cerebro
la promesa de izar sus oriflamas
contra las torres del feudal protervo;
cuando chispearon en tus labios brasas
de sacrosanto fuego;
y cuando te juré que eran de grana
las rosas de mi amor y de mi ensueño.
Eduardo Talero
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