Elogio de la discusión

La personalización que proponen los algoritmos genera falsos consensos. Nos aislamos en “cámaras de eco” y nos cuesta cada vez más aceptar que otra persona pueda pensar diferente.

. Foto: Flor Salto.

“Ese diario no lo leo/ a ese periodista no lo escucho/ con esa gente no hablo, menos de política”. Estas son frases que escuchamos y repetimos con mucha frecuencia. Demasiada.

Hace un tiempo, decía Martín Kohan en una entrevista que se ha perdido la discusión; porque para que haya discusión tiene que haber encuentro, interacción; y la palabra del otro tiene que tener lugar si yo quiero refutarla. Lo contrario, dice Kohan, es acallar al otro.

A lo dicho por Kohan se suman los numerosos estudios sobre la polarización política potenciada por las redes sociales y los algoritmos de personalización. Ya a esta altura, como ciudadanos, sabemos que las publicaciones que aparecen en la pantalla de nuestros celulares o computadora son las que nos interesan previamente. Y no son sólo publicidades; también son noticias, amistades, chistes, investigaciones, medios de comunicación, influencers.

Según Natalia Aruguete -destacada investigadora argentina- lo que recibimos en nuestras pantallas son reafirmaciones de aquello que ya pensamos. Esto nos da seguridad porque refuerza nuestras ideas y nos permite formar parte de un sentido común y colectivo, pero a la vez nos encierra en una burbuja.

Eli Pariser, de hecho, llama El filtro burbuja a su libro sobre los efectos de los algoritmos de personalización, que tienen consecuencias tanto en la subjetividad humana, como en la democracia. La personalización, dice Pariser, evita que nos encontremos con posturas y realidades diferentes. Estas burbujas de pensamiento e interacción, dice Aruguete, gestionan nuestras percepciones y nos hacen percibir que la distancia ideológica con otras personas es mayor a la real. Es decir, generan más grieta. Para ilustrar esta idea, es muy elocuente el nombre de uno de los libros de Aruguete: Nosotros contra ellos.

Cito otro libro preocupado por el asunto: Pensar con otros, de Guadalupe Nogués. En esta bellísima apuesta subtitulada “guía de supervivencia en tiempos de post verdad”, Nogués dice que la personalización genera falsos consensos y que nos aislamos cada vez más en nuestras “cámaras de eco”, donde recibimos los mismos mensajes -las mismas ideas- que emitimos. Es por eso que no entendemos cómo otra persona podría pensar diferente.

Hoy, en nuestra sociedad, casi todos -por no decir todos- participamos de esta dinámica. Ya sea por derecha, por centro o por izquierda.

El peligro de esto es que, si estamos equivocados (aunque la burbuja ha alimentado tanto nuestro ego, que difícilmente imaginemos esa posibilidad), nunca nos encontraremos con posturas argumentadas y basadas en evidencias, que nos permitan revisar la nuestra y quizá corregirla o al menos relativizarla.

En la misma línea, Martín Kohan decía que, si hay encuentro -copresencia- la recepción, la escucha, incide en lo que digo, y me afecta. Lo importante de la discusión es que tiene la capacidad de transformarnos, permite construir una idea a partir de otra, de practicar los razonamientos de quienes viven una realidad diferente a la propia.

Pero esto no es todo. El aula con toda su complejidad, y aun siendo un terreno donde se producen muchos desaciertos, sigue siendo un espacio de encuentro. Por lo tanto, allí se discute, cara a cara y políticamente, porque -como ya lo ha dicho Paulo Freire- toda educación es política (y esto nada tiene que ver con lo partidario, aclaro por las dudas); y como hemos aprendido en los últimos tiempos, lo personal también es político y hasta nuestro cuerpo lo es, porque se alojan allí mecanismos de poder y de opresión (esto lo dice el filósofo del poder, Michael Foucault).

Pero esta práctica de discusión política, que tiene en el aula uno de sus últimos bastiones, es tachada con una palabra cargada de connotación negativa: adoctrinamiento. Hasta ahora, todo aquello que se ha considerado “peligroso adoctrinamiento” han sido discusiones políticas en el más sano y constructivo de los climas: el encuentro cara a cara con el otro, donde el otro no tira una piedra -un insulto- y se va, ni tiene la posibilidad de bloquearme a mí o mis comentarios (acallarme). Tal vez sea esto lo que tanto molesta, porque como en las más efectivas de las dictaduras, lo que se condena es la diversidad de ideas y la discusión política, base de toda democracia.

Cabe preguntarnos entonces, como ciudadanos, qué lugar estamos ocupando en ese escenario; cuánto contribuimos a haya discusión (encuentro) o cuánta tierra estamos agregando a su sepultura.

* Docente de Lengua en el IFDC de General Roca y de Villa Regina y Lic. en Comunicación Social.


. Foto: Flor Salto.

“Ese diario no lo leo/ a ese periodista no lo escucho/ con esa gente no hablo, menos de política”. Estas son frases que escuchamos y repetimos con mucha frecuencia. Demasiada.

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