Rocío es maestra rural del paraje Lonco Luan: viaja todos los días a enseñar y contener

Es de Cipolletti pero asumió el desafío de la escuela albergue a los 27 años, cuando se mudó a Villa Pehuenia. En el Día del Maestro, cuenta su historia mientras acompaña a niños a encontrar su lugar en el mundo.

Escondida tras un manto blanco, la Escuela Albergue N° 212 del paraje Lonco Luan es abrigo. Es el refugio de 58 niños, un espacio donde ser, aprender y crecer desde sala de cuatro a séptimo grado, en jornada completa. 

Las más cálidas no son las paredes, son las docentes. Rocío Romero es una de ellas. Tiene 30 años y dedica sus días a ejercer como maestra en ese establecimiento. Tiene un radio de cobertura de 200 familias distribuidas a lo largo de 35 kilómetros. La gran mayoría pertenece a la comunidad mapuche Lof Catalán. 

A poco de haber recibido su título y a pesar de ser de ciudad, Rocío asumió el desafío de ser la responsable de la enseñanza de esos niños sin haber tenido experiencias previas en la ruralidad.

De Cipolletti a Lonco Luan para enseñar. Foto: gentileza.

Todos los días, sea cual sea el clima, ella sube a su Gol GTI modelo 94 y viaja 25 kilómetros entre ripio y asfalto desde Villa Pehuenia, para encontrarse con sus alumnos. Con el tiempo pudo cambiar su vehículo, pero fueron duros inviernos en terrenos sinuosos. 

Me inspira la posibilidad de generar cambios, de abrir caminos, de brindar herramientas que ayuden a cada niño o niña a descubrir sus capacidades, a confiar en sí mismos y a encontrar su lugar en el mundo».

Rocío Romero, maestra de la escuela albergue de Lonco Luan, Neuquén.

Rocío nació y se crió en Cipolletti. Estudió Profesorado de Educación Primaria en el Instituto de Formación Docente N° 6 de Neuquén y se recibió en plena pandemia. Cursó en el turno vespertino y sus últimas materias fueron en modalidad virtual. En 2022, trabajó un mes en la Primaria N° 283 de Cipolletti, esa fue su primera experiencia laboral. 

Ese año se mudó a la localidad cordillerana y una vez ahí le ofrecieron el cargo de maestra de grado en la escuela primaria de Lonco Luan. Se sintió convocada y aceptó. Hoy, felizmente transmite la importancia de la tarea. 

Rocío Romero, a la derecha. Foto: gentileza.

“En la escuela rural los grupos son diversos, los niños de distintas edades y grados comparten la misma aula. Eso desafía, pero también enriquece, porque se aprende unos de otros, y la maestra aprende junto con ellos”, explica a Diario RÍO NEGRO. 

“Muchas veces, ser maestra rural significa trabajar con pocos recursos, pero se aprende a transformar lo sencillo en valioso, a enseñar con la naturaleza como libro abierto y a valorar cada pequeño logro como un triunfo colectivo”.  

Rocío Romero, maestra de la escuela albergue de Lonco Luan, Neuquén.

Ser maestra en una escuela que teje vínculos e identidad


En el paraje, las maestras son testigos de muchas realidades. Y en eso, ocupan un rol preponderante. “La escuela acompaña, contiene”, asegura. La situación de vulnerabilidad de las familias es moneda corriente. La escuela se vuelve un plato de comida, un abrigo, un calzado y una garantía para seguir adelante. 

En definitiva, más que transmitir contenidos, se tejen vínculos. “Es ser parte de la vida de cada niño y de cada familia, caminando a la par de ellos, sembrando educación con la certeza de que en lo profundo de lo simple, se está cambiando el mundo”, dice y agrega: “La escuela se convierte en un lugar de encuentro, apoyo, contención, de esperanza y de identidad”. 

Luego de tres años de sacrificio y vocación, hoy llega a la conclusión de que la que más se educó fue ella. “Aprendí mucho de la comunidad mapuche, la cosmovisión que me transmiten mis compañeros y los mismos estudiantes, el trabajo de crianceros que día a día hacen la esquila y la trashumancia con sus familias”, cuenta. 

Como maestra, todo eso se aprende de la manera más auténtica posible. Para Rocío solo basta con poner el cuerpo y abrirse al conocimiento, invitarse a vivir y ser parte. “Trabajo a la par de ellos con los animales, corte leña, escucho sus historias de vida y hasta como un rico asado. Eso es lo más hermoso que me llevó de la ruralidad”, asegura la joven. 

Ser maestra de sol a sol: un día en la escuela albergue


Su día empieza a las 7 de la mañana, con el trayecto hasta la Primaria. Una vez ahí, la jornada escolar comienza a las 8:30. Los chicos llegan con un transporte escolar que empieza su recorrido a las 7.

Al llegar todos, los estudiantes desayunan y a las 9 realizan el izamiento de banderas en ronda. Tienen tres banderas: Argentina, la de Neuquén y la bandera mapuche Wenüfoye. Luego se comparten novedades e ingresan a las aulas. 

Junto con la dupla pedagógica Fernanda Vera, tenemos a cargo 1° y 2° (multigrado). El primer grado cuenta con cinco estudiantes y el segundo, con ocho”, dice Rocío. Ese cargo se creó específicamente en la escuela en el mes de junio. El objetivo de su creación es potenciar y acompañar la alfabetización. 

Se saludan todos con una canción, luego -como parte de la rutina áulica- trabajan con el calendario, cantan canciones de los días de la semana y completan con el clima, para después pasar a las actividades planificadas. 

“Realizamos proyectos partiendo de alguna problemática o de algún tema de interés de los niños”, cuenta. Actualmente, están realizando un proyecto institucional denominado “Lahuen” coordinado por la maestra de Plástica, Giuliana Estefania Ionnno, y su par de Técnicas Agroecológicas, Edith Campos. 

A través de este proyecto, los estudiantes participan activamente de la preparación de productos naturales, la observación y recolección responsable de hierbas, el teñido artesanal, la escritura de fichas y recetarios y la escucha de relatos de personas mayores del paraje. «Así fortalecen el aprendizaje situado, la conciencia ambiental y el respeto por la cultura mapuche”, detalla Rocío.

A las 12:25 del mediodía almuerzan en el comedor escolar. “La escuela cuenta con las mejores auxiliares con identidad de la comunidad. Hace los desayunos, almuerzos y merienda con mucho amor”, enfatiza.

Después de comer regresan a las aulas para las áreas especiales: Educación Física, Música, Lengua Mapuche, Plástica y Técnicas Agroecológicas. A las 15:15 meriendan en el SUM y termina la jornada en ronda con las banderas. La trafic comienza a trasladar a los chicos a sus hogares.  

Sin embargo, para la maestra el día no termina a las 16:30 cuando se van los chicos, ni cuando llega a su casa luego del viaje de regreso. La jornada termina por la noche con capacitaciones y con la planificación para el día siguiente.


Escondida tras un manto blanco, la Escuela Albergue N° 212 del paraje Lonco Luan es abrigo. Es el refugio de 58 niños, un espacio donde ser, aprender y crecer desde sala de cuatro a séptimo grado, en jornada completa. 

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