“Maestro”: una historia de admiración y respeto

Una carta en homenaje al docente Oscar Oronoz, de San Martín de los Andes.

Hace unos años, RÍO NEGRO publicó, gentilmente, una carta de mi autoría recordando al maestro Elías Giglio, quien allá por los años cuarenta del pasado siglo, dirigía y enseñaba en la escuelita ubicada en paraje Hua Hum, cabecera oeste Lago Lacar, a corta distancia de la frontera con República de Chile.


Narré como cursé “primero inferior”, “primero superior”, segundo y tercer grado según orden y nombres. Por entonces, los grados iniciales eran los únicos que se cursaban allí. Inolvidable y recordada escuelita rural y de frontera; hoy, lamentablemente, solo ruinas olvidadas.

Año 1949: mis padres me inscriben en Escuela Nº5 de San Martín de los Andes para cursar los restantes grados. Los primeros días de marzo comienza el ciclo lectivo en el edificio ubicado, si la memoria no me traiciona, en la esquina de calles Roca y Capitán Drury, casi enfrente del actual edificio Municipal y plaza San Martín.

Construida mayoritariamente en maderas regionales, con espaciosas aulas de grandes ventanales, elevados cielorrasos y comunicadas por un amplio pasillo corredor cubierto. Gran patio, a cielo abierto, poblado de árboles frutales, pinos y saúcos. Evidenciaba muchos años, es decir, añosa construcción.

A pocas semanas de comenzar las clases se inició el traslado a un nuevo complejo edilicio, moderno y céntrico, que no es otro que la actual Escuela Nº5, única por entonces en la joven ciudad neuquina. Todo era flamante, amplio y confortable, con aulas luminosas, dotadas de un moderno mobiliario y de cómodas dependencias.


Con afecto y respeto recuerdo a mis maestras: en cuarto, Señorita Beba Ubierna; quinto, “Seño” Zulema Cobos, y en sexto el señor Oscar Oronoz, para mí, ejemplar e inolvidable educador. Respetado como vecino, ciudadano y maestro por la comunidad sanmartinense.

Como muestra me permito narrar un siempre recordado episodio, haciendo la salvedad en cuanto a términos de algunos diálogos que no se ajusten en un todo a como realmente fueron. El transcurrir o paso de más de, setenta años han hecho mella en parte de mis recuerdos.

El señor Oronoz no solo ejercía la docencia: también realizaba actividades comunitarias, comerciales y deportivas. Como aficionado al fútbol, ejercía como muy respetado árbitro en la Liga Zonal (San Martín y Junín de los Andes). Se lo consideraba conocedor de los reglamentos y sabio en su aplicación. Sus arbitrajes rara vez eran cuestionados. Una tarde dominguera, estimo a principios de otoño del año 1951, dirigía un encuentro en cancha del Lacar, que estaba ubicada en un predio donde actualmente hay un supermercado, zona noroeste de la ciudad y muy cerca del arroyo Pocahullo, cancha que pertenecía al tradicional Club Social y Deportivo Lacar.

Creo aún quedan algunos añosos álamos en pié de los muchos que rodeaban la manzana toda. Fue precisamente entre esos árboles y algunos matorrales que nos escondimos, entre otros, los “alumnos” Alfredo Zuñiga, Guillermo Alder, Rodolfo Palma, Escobar y algunos más cuyos nombres no recuerdo. Considerándonos bien ocultos, nos dedicamos, como para entretenernos, a cuestionar la gestión arbitral del Sr. Oronoz mediante silbidos, gritándole y tratándolo de “bombero”, que cobras, etcétera. Después un corto tiempo nos dimos por satisfechos y festejando nuestra censurable actitud, nos alejamos del lugar.


Al siguiente día, lunes, como era habitual concurrimos a clase en el turno mañana. Transcurría la jornada rutinariamente. Al ingreso a la última hora de clase, el maestro solicitó a las niñas que por un momento pasaran al aula vecina. Los varones, mientras nos ubicábamos en nuestros respectivos pupitres, comenzamos a intercambiar miradas, sonrisas y gestos sobradores.

Pensábamos, con seguridad, el maestro necesitaba tratar con nosotros “temas de hombres”. iCuán equivocados estábamos! No bien salió la última alumna, el Sr. Oronoz cerró la puerta del aula, se paró ante ella, cruzó sus brazos sobre el pecho y sin preámbulos, expresó: “Bien, ahora quiero ver y escuchar a los ‘guapitos’ que ayer por la tarde cuestionaron mi arbitraje en cancha del Lacar. Háganlo ahora de frente y no escondidos entre matorrales”.

No habían participado todos en la travesura dominguera. Éramos tan solo seis o siete los “guapitos”. Por un momento reinó un silencio total en el amplia aula. Los que no habían estado en la travesura miraban sin entender nada. Nuestro maestro, de golpe, se había transformado en una especie de gigante acusador y el desconcierto fue total.

Sentí, recuerdo, algo pesado e inesperado que se desplomaba sobre mí. Estimo otro tanto deben haber sentido los restantes “guapitos”. Sorpresa total. Fueron segundos insoportables. El recordado maestro rompió el silencio y en tono enérgico y contundente, se expresó más o menos, en estos términos: “Por lo menos les pido a los integrantes de la ‘patota’ tengan el valor de ponerse de pie”.


A mi izquierda sentábase mi querido y recordado amigo Alfredo Zuñiga, virtual jefe del grupo. Mirando de reojo vi que comenzaba a levantarse lentamente, señal suficiente para imitarlo los restantes “guapitos”. Mientras lo hacía imaginaba nos aplicarían severas sanciones y en mi caso, mucho más fuertes por parte de mi madre, aliada incondicional del maestro.

Fue un bálsamo escucharlo romper el silencio, pidiendo que nos sentáramos, lo que hicimos con velocidad no común. Camino al centro, dando la espalda a los pizarrones, nos miró un momento para luego, con voz firme y clara, expresarse más o menos en esta forma: ”Los hombres de bien, y ustedes pronto serán hombres, no actúan o eligen el anonimato, esconderse o algo similar, para expresar sus ideas o parecer y mucho menos para insultar. Es preferible callar antes que optar por actitudes de cobardes. Así los aconsejo y espero no vuelvan a hechos o actitudes, como esas, a lo largo de sus vidas”. iJamás olvidé el sabio consejo!

Por el episodio relatado y muchas enseñanzas, por su hombría de bien y ser buen ciudadano, recuerdo al Maestro Oscar Oronoz con afecto, admiración y respeto.

Ulises R. González.-


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