José Vereertbrugghen: primer médico y crítico
Por Francisco N. Juárez
En 1911 la cordillera se alteró con delitos y persecuciones. El austríaco Jefe de la Policía Fronteriza del Chubut, mayor Mateo Gebhard –antes dado de baja en Neuquén y Santa Cruz-, tenía desde febrero fascinados a los funcionarios del Ministerio del Interior con su propuesta de acabar con los bandidos norteamericanos (sólo dos caerían en diciembre). Esas estridencias, su abundante presupuesto y la influencia ejercida a su favor por pobladores galeses y estancieros ingleses, disminuían la imagen de su igual de Río Negro, Adrián del Busto, con sede en Bariloche. Este sabía de tanta fanfarria y lo suscribió –el 18 de octubre de 1811- en extenso memorial al ministro Indalecio Gómez. Precisó que «la última acción de la policía a mis órdenes ha demostrado que todos los autores de asaltos, robos, incendios y asesinatos (…) son tan solo chilenos». Sostenía que habían poblado «Bariloche a El Bolsón, Ñorquinco, Foyel y el Manso hasta Hito» desde que apareció la Sociedad Cochamó.
Abundó en las acciones, falencias y necesidades -personal y presupuesto-, desde catangos a medicamentos. Puntualizó que «el médico es tan indispensable» pero que existía solo «uno honorario que ha prestado tan importantes servicios, ya en autopsias en más de ocho cadáveres (pronto cayeron 30 más), ya efectuando amputaciones y operaciones que le han retenido más de un mes, desatendiendo sus intereses particulares para auxiliar (…) a más de catorce heridos». Insistió en que «ese facultativo para el cual en forma tan desinteresada no ha habido obstáculos de ninguna naturaleza para concurrir al llamado de la policía, de noche o de día al punto donde se le ha requerido… y que no era otro «que el doctor de nacionalidad belga Vereertbrugghen, me permito solicitar a V.E. fuera designado y remunerado como recompensa de sus importantes servicios».
De todas maneras –nombrado o no- el belga hubiera ensillado con premura y cabalgado la distancia que fuere. Tampoco José Emanuel Vereertbrugghen –su nombre completo- dejó de ejercer la medicina donde fuere y por más que no le pagaran honorarios (a veces un desproporcionado trueque) y los pacientes fueran los más incivilizados y hasta ruines del universo. Estaba por cumplir 50 años en una frontera ajena y de pícaros. Cuando Del Busto engrilló a más de 40 chilenos como resultado de una gran redada, lo jaquearon los diarios transandinos. Hubo presión diplomática y a principios de diciembre llegó a Bariloche el prefecto de policía de Puerto Montt Francisco Melo Franco para entrevistar ilegalmente a los apresados. El escándalo creció y el embajador argentino en Santiago, Lorenzo Anadón, dubitativo, presionó al canciller Ernesto Bosch contra Del Busto y todo rebotó en el Ministerio del Interior.
La carta inédita
Anadón conocía la región y «al médico del Gutiérrez» que le escribió «Al señor Ministro Argentino en Chile» una carta en francés. Fue la defensa más fuerte a favor de Del Busto y crítica sobre Bariloche. Aludió «al honor y la felicidad» por el paso del diplomático por el Nahuel Huapi, donde conoció «el estado deplorable y desesperado» de la región. «Después hemos tenido la policía fronteriza bajo las órdenes del mayor Adrián del Busto», un buen cambio. Pero ante opiniones adversas pedía se escuchara la suya («modesta», dijo). Opinó que hasta los «enemigos más tenaces se ven obligados a reconocer que no solamente (Del Busto) es enérgico y valeroso sino también incorruptible», que había resistido «todas las tentativas y formas de corrupción más audaces» preocupado por el derecho y la justicia. Inspiraba sólo en la «población honrada, una profunda y legítima confianza, demostrando que él no se compra ni se vende», por lo que debía considerárselo «un verdadero fenómeno, una cosa inexplicable, algo nunca visto aquí». Le adjudicó que en poco tiempo de residencia había cambiado la situación («mil veces mejor bajo todo punto de vista»). Y si la opinión pública le era contraria al mayor del Busto «y yo dijera el fondo de mi pensamiento…aquí la opinión pública no existe, y si existe se cometería un gran error tomarla en cuenta. Gavarini –aludió cultamente- definía la opinión pública en Francia «la tontera de cualquiera multiplicada por todo el mundo». Aquí sería necesario multiplicar la tontera, la malevolencia, la ignorancia, la inconsciencia de cada uno, por todo el mundo».
A ciertos pobladores del año 12 de Bariloche los resumió impiadosamente en cifras: «El 85% de la población, para subsistir, vive de la defraudación o se beneficia con el robo de los otros, o son absolutamente incapaces de emitir una opinión sensata. Del 15% restante, el 10% no tiene valor para expresar su opinión o no se dan el lujo de tenerla». De la crueldad con los presos con que se acusaba a Del Busto dijo: «yo como médico establecido aquí, juraría que ningún preso me ha mostrado una señal visible de esos malos tratamientos». A esta carta se adhirió otra en inglés –del 28 de marzo- de Frank B. da Silva, un «súbito británico que resido hace unos 7 años en esta región» y otra –en castellano, también para el diplomático argentino- que suscribió el español residente Francisco Jordi con «título de licenciado en farmacia y 4 años auxiliar de las facultades de Ciencia y Farmacia de la Universidad de Barcheta, España» pero llegado apenas 6 meses atrás y establecido hace 4 en San Carlos.
En realidad su apellido era Jordi Olivera, ayudante del médico belga que adhirió a su postura en mérito a «este hermoso y hospitalario país». Las cartas tardaron en llegar a Santiago a manos de Lorenzo Anadón. Recién el 30 de mayo se las dio el encargado de negocios de la embajada británica, luego de una gira por el sur de Chile. Anadón las aludió en nota al canciller Bosch y le precisó que «el doctor Vereertbrugghen es un médico belga que reside en Bariloche hace algunos años y presta allí grandes servicios. Como en 25 o 30 leguas a la redonda no hay otro profesional, a él se recurre en todos los casos» y «..siendo además el médico de policía, no obstaba para que los comisarios anteriores le hostilizaran» intentando exacciones «con el pretexto de que no había revalidado su diploma». Sostenía que don José era «un hombre honrado y de carácter».
Bisturí beethoveniano
Era cierto y lo trasmitía su aspecto corpulento. Tenía las cejas gruesas y tupidas. La mirada penetrante y el bigote confundido con la breve barba. Así apareció en el lago Nahuel Huapi ese 7 de enero de 1907 tras pasar con su familia el boquete Pérez Rosales. Parecía severo e indestructible, pero lo recibieron como a un custodio angelical y sonriente (con el tiempo le descubrieron fina sensibilidad y acopio cultural). Es que Vereertbrugghen era el primer médico que llegaba a instalarse en la región donde permaneció 14 años. El paso del farmacéutico Francisco Jordi Olivera fue más fugaz. Vivió junto al lago desde noviembre de 1911 hasta el 9 de abril de 1917. Ese día murió en Bariloche (según La Prensa del día siguiente).
Vereertbrugghen nació en Opwyek de la región bravantina de Bélgica, el 28 de abril de 1862. Su especialidad fue la ginecología que estudió en la Universidad de Lovaina aunque se doctoró en Bonn, donde también estudió música. Una epidemia de tifoidea en Amberes lo tumbó física y espiritualmente. Marchó a la columbia británica en Canadá, mejoró, recorrió las reservas aborígenes y trabó profunda amistad con el célebre padre Lejaune. Algunos parientes que residían en la Argentina le sugirieron pedir tierras, 635 hectáreas sureñas que logró a orillas del lago Gutiérrez. Dejó las afiebradas comarcas de buscadores de oro y bandidos para encontrar cierta paz. Se había casado en 1892 con María Julia Leopoldina de Mey quien dos años después alumbró en Bélgica a Benedictus (Ben, igual que el abuelo). De Canadá hasta Puerto Montt y Nahuel Huapi tardó 4 meses. Desembarcó desde el Cóndor en Puerto Moreno con su esposa, Ben, entonces de 13 años, y su piano de cola. Las tierras del Gutiérrez estaban a un paso, donde se levantó la «casa del doctor», visita de viajeros, clásico registro en los mapas y donde arrancaba a su piano la vehemencia de Beethoven. Su primer paciente fue Daniel Marquez el capitán lacustre más ilustre del lago (fuerte infección ocular) y casos de difteria en Correntoso y Traful. Acabó casi con la muerte de sobreparto en la zona y en San Carlos atendía los martes cuando llegaba del correo. También crió ganado (la actividad Ben, pionero en Pampa Linda) y en Ciprés Guacho, Coquelen y Comallo llegó a tener 3 mil ovejas. Se volvió a Bélgica en soledad (1922) y allí murió el 1 de enero de 1937.
Sociales de esta semana
El 1º de abril de 1909 Fulgengio V. Vázquez reemplazó como guardahilos (del telégrafo) de Bariloche a Augusto Ríos, exonerado.
El 1º de abril de 1917 el camarista en lo federal Guido Lavalle, inspeccionó el juzgado letrado de Río Negro e inició una encuesta entre el vecindario.
En Bariloche designó a Ricardo Crespo, José de García y a Primo Capraro para informarlo sobre la actuación del Dr. Badell.
«Será festejado el domingo próximo el cincuentenario del pueblo de Bariloche» (La Nación, viernes 3 de abril de 1931). Se evocó –con retraso- la llegada del Ejército Expedicionario junto a expedicionarios sobrevivientes (Angel Alegre, Enrique Zimermann Saavedra y Aniceto Vallejos).
El 2 de abril de 1944 el hogar de los esposos Melín–Jakab se enterneció con la llegada su hija Susana Beatriz.
En 1911 la cordillera se alteró con delitos y persecuciones. El austríaco Jefe de la Policía Fronteriza del Chubut, mayor Mateo Gebhard –antes dado de baja en Neuquén y Santa Cruz-, tenía desde febrero fascinados a los funcionarios del Ministerio del Interior con su propuesta de acabar con los bandidos norteamericanos (sólo dos caerían en diciembre). Esas estridencias, su abundante presupuesto y la influencia ejercida a su favor por pobladores galeses y estancieros ingleses, disminuían la imagen de su igual de Río Negro, Adrián del Busto, con sede en Bariloche. Este sabía de tanta fanfarria y lo suscribió –el 18 de octubre de 1811- en extenso memorial al ministro Indalecio Gómez. Precisó que "la última acción de la policía a mis órdenes ha demostrado que todos los autores de asaltos, robos, incendios y asesinatos (…) son tan solo chilenos". Sostenía que habían poblado "Bariloche a El Bolsón, Ñorquinco, Foyel y el Manso hasta Hito" desde que apareció la Sociedad Cochamó.
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