Andrés Santamaría, un amigo

En Cañada de Gómez su notable patrimonio da que hablar

Cañada de Gómez tiene 30.000 habitantes, casi los mismos que hace diez años. La rodean buenos campos, pero su fuerte fue la fabricación de muebles. Vio funcionar unos 300 fábricas y talleres de los que no sobreviven cien. Las editoriales de su modesto diario local tronan contra la importación brasileña. Pero, vista con ojos rionegrinos, asombra la falta de baches en las calles y que, al mediodía, el frente de las escuelas se llena de risas, bicicletas y transportes.

El tema surge sin esfuerzo: «¿Andrés Santamaría? Y… nadie sabe de qué trabaja pero aparenta tener mucho dinero».

Andrés Santamaría es uno de los mandatarios de las empresas a las que, sucesivamente, Lotería ha derivado el 15 por ciento del porcentaje de recaudación de las tragamonedas que corresponde a Varsa/Inter World, a pedido de la concesionaria.

Hace unos años, jugó al básquet para el Deportivo Roca aunque su desempeño se vio menguado por una lesión que lo mantuvo fuera de la cancha. Durante su estada en la ciudad, trabó una fuerte amistad con Emilio Verani, hijo del gobernador.

Concluido el contrato con el «Depo», volvió a Cañada de Gómez, pero ya no se ocupó del deporte.

Alquiló una oficina en un segundo piso contrafrente e hizo pintar en su puerta «World Trade S.A. Comercio Internacional».

Nunca nadie vio allí clientes, movimiento de camiones, nada. Sólo sus comentarios acerca de que importaba cerámicos de España, o algún otro producto.

Mientras tanto, su prosperidad era evidente: Compró un Laguna modelo 1998, sugestivamente con un número de patente cercano al auto casi igual de su amigo Emilio Verani. En el «98, viajó a Miami con su novia, y ambos no ahorraron en compras y paseos. Después, se dio el gusto de ver el Mundial en Francia junto con su hermano Martín, y hasta alardeó de que, para anticipar el regreso, tuvo que perder el pasaje de avión que tenía comprado y adquirir otro billete en primera clase.

Relojes caros, champán a la hora del brindis, las costumbres de Andrés Santamaría no pasaron inadvertidas en la tranquila Cañada.

Su madre, directora de escuela, comentó por ese tiempo a sus allegados: «Yo le dije a Andrés: Hijo, la gente me pregunta a qué te dedicás que te va tan bien… ¿Yo qué les digo? Y él me contestó: No les digas nada, mamá, dejalos que hablen».

Su bienestar se vio empañado hace dos años. Durante cuatro meses debió «borrarse» de los lugares que frecuentaba. Se fue de Cañada de Gómez y, se comenta, permaneció oculto en Buenos Aires. Para la gente, la explicación que luego brindó fue que estaba vendiendo seguros en la Capital, pero en realidad se habló con firmeza de un pedido de captura. Coincidió con la época en la que su «compañera» en la empresa fantasma Albany Trady permaneció varios meses detenida por un asunto de cheques rechazados. No sólo la Policía Federal estuvo preguntando por Santamaría en Cañada de Gómez, también la DGI.

Después, todo volvió a su cauce, aunque los negocios de que se ocupaba seguían siendo un misterio. Hace un tiempo, habló de que pensaba dedicarse a vender café a consignación de la firma Rocafé, de Roca, de propiedad de otro amigo del gobernador Pablo Verani: Juan de Dios Rodríguez, tema del que también se ocupó «Río Negro».

Desde hace un tiempo, desalquiló la oficina y distribuye vinos y champán desde un galpón a la vuelta de su casa. Los que están en el rubro no conocen sus costos, pero aseguran que vende tan barato y con tantas facilidades de plazo que difícilmente pueda vivir de ello y, menos, obtener ganancias tan jugosas.

Todavía se comenta el brillo que alcanzó la fiesta de casamiento de Andrés Santamaría, en diciembre pasado. En una carpa de grandes dimensiones instalada en el parque del hotel Verdesole, el mejor de la ciudad, los invitados disfrutaron un servicio de primer nivel. Entre los más notables de la fiesta se contaba el gobernador de Río Negro, Pablo Verani, su esposa, y su hijo Emilio, este último viejo conocido en Cañada de Gómez ya que la visita cada quince o veinte días para ver a Andrés.

El matrimonio Santamaría vive en una casa de 232 m2 construida en pocos meses en Quintana 767, frente a una plaza de árboles añosos. La construcción se ve confortable y con nobles aberturas de madera.

Además del Laguna RXT 3.0 modelo 1998, Andrés Santamaría posee una camioneta 4×4 Mitsubishi Nativa GLS 2.5 TDI modelo 2001 con patente DUH 882, de la que adeuda todas las patentes más sus intereses, unos 870 pesos.

También tiene registrada a su nombre una moto Harley Davidson de 1450 centímetros cúbicos de cilindrada, modelo 1999, por la que adeuda casi 1.000 pesos de patentes. Esta pieza -deseo de motoqueros-, cuesta entre 25 y 27.000 dólares.

Su afición por los motores se evidencia en otro de sus orgullos: un automóvil Audi A6 2.4 naftero, modelo 2000, valuado hoy en el mercado en 27.000 dólares, por el cual lleva acumulada ya una deuda de 1.170 pesos por patentes impagas.

Un capital nada desdeñable.

Cuando jugó en el «Depo»

El público de la zona recuerda a Andrés Santamaría como uno de los jugadores que integraron los planteles del Deportivo Roca durante sus seis temporadas en la categoría superior de la Liga Nacional de Básquet.

Este basquetbolista de 34 años (cumplirá uno más el 6 de junio), a poco de arrancar la temporada de 1993, sufrió una lesión en el tendón de Aquiles que lo marginó varios meses, regresando sobre la parte final de la competencia. Santamaría sólo jugó en 18 de los 54 partidos que en aquella temporada sostuvo Roca en la Liga Nacional. Anotó 96 puntos en los 281 minutos que estuvo en cancha.

Es oriundo de Cañada de Gómez, mide 2,03 y se desempeña como alapivote. Su trayectoria en la Liga empieza en 1985 jugando para el equipo de su ciudad (Sport Club) en un partido con Ferro. Ahí estuvo hasta 1990 cuando pasó a Peñarol y tras un par de años en los Estados Unidos (1990 a 1992), recaló en Roca en 1993. Su actuación en el básquet nacional siguieron en Sport Club (94/95), Boca Juniors (95/96), Obras Sanitarias (96/97) y Estudiantes de Olavarría (97/98), donde jugó su última temporada. Integró los seleccionados argentinos en el Sudamericano de cadetes (1985), en el Juvenil (1986) y en el premundial de México (1989).


Cañada de Gómez tiene 30.000 habitantes, casi los mismos que hace diez años. La rodean buenos campos, pero su fuerte fue la fabricación de muebles. Vio funcionar unos 300 fábricas y talleres de los que no sobreviven cien. Las editoriales de su modesto diario local tronan contra la importación brasileña. Pero, vista con ojos rionegrinos, asombra la falta de baches en las calles y que, al mediodía, el frente de las escuelas se llena de risas, bicicletas y transportes.

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