El océano Ártico

TOMÁS BUCH (*)

Se lo solía llamar océano Glacial porque estaba helado aun en verano. Sus inhóspitas costas sobre Alaska, Canadá, Groenlandia, Rusia estaban heladas también, todo el año, en una capa de suelo congelado llamado permafrost. Los esquimales polares y los osos blancos compartían las focas árticas y la región era inhóspita, innavegable, se la conocía poco, y en la época heroica algunos noruegos habían llegado al Polo Norte en trineos tirados por perros. La mínima superficie helada en verano cubría 8 millones de kilómetros cuadrados, casi 4 veces la superficie de nuestro país. El 5 de agosto de 1958, uno de los primeros submarinos nucleares estadounidenses atravesó el océano por debajo del hielo, pasando por el Polo Norte. En cambio, en este año la extensión mínima del hielo ártico en verano cubrió solamente 3,4 millones de kilómetros cuadrados, casi la tercera parte del valor histórico. Dentro de unos años los barcos de superficie podrán atravesar el magro resto de hielo de un océano navegable más, por lo menos en verano. Un cambio enorme y de consecuencias incalculables de las condiciones climáticas de nuestro planeta, que por las potencias sólo es tomado en cuenta porque deja accesible un entorno inexplotado, probablemente rico en recursos naturales. Se esperan grandes reservas de petróleo y gas, y también de tierras raras, de gran importancia para la industria electrónica. Eso es lo único que les interesa a las grandes potencias costeras, que ya han comenzado a disputarse esos recursos. El “gran atractivo económico” es lo único interesante: petróleo, gas natural, vaya uno a saber qué minerales en el fondo de ese océano desconocido, nuevas rutas de navegación que abaratarán los costos del comercio… Este verano, en sólo cuatro días, la mayor parte del hielo de Groenlandia se derritió sorpresivamente. Los satélites lo confirman y los climatólogos se sorprenden por la inusitada velocidad del fenómeno. Nadie había esperado un deshielo tan veloz de una de las mayores reservas de agua dulce del planeta, con excepción de la Antártida. ¿Se podrá embotellar esa agua y venderla a precios especiales, con la publicidad adecuada? Ya han aparecido los chinos dispuestos a explotar los aún poco conocidos recursos mineros. Mientras, del derretimiento de las costas del océano Glacial se desprenderán enormes cantidades de metano, que están allí congeladas en forma de hidrato de metano, un compuesto sólido sólo estable a bajas temperaturas y altas presiones, y que forman parte del suelo permanentemente congelado (hasta ahora) de las costas árticas. Ese metano es una maravillosa fuente de gas, la más peligrosa de todas las imaginables, si se lo puede recuperar. Si no, será el Némesis climatológico de la Tierra, porque el metano, como gas de efecto invernadero, es 30 veces más potente que el anhídrido carbónico y producirá un proceso en el cual el calentamiento global se hará incontrolable. Estas previsiones no afectan a las finanzas. Lo único que parece preocupar a las naciones y a sus financistas es la ganancia en recursos naturales que podrán obtenerse para crear más juguetes electrónicos inútiles pero divertidos, obtener más petróleo para automóviles que luego no se pueden estacionar y que contaminan más y más, y acumular billones de dólares, de euros, de yuanes, de oro. El Titanic no naufragará por chocar con un témpano, ya que no habrá más. Tampoco osos polares, pero ésos no traen beneficios monetarios. El Titanic se hundirá, aunque fuera simbólicamente, en un mundo que da al dinero una absoluta prioridad sobre la vida. En cambio, los países costeros y otros no costeros como China, ya han comenzado la carrera por el Ártico. Los rusos fueron los primeros, al plantar una bandera en el fondo del mar, debajo del Polo Norte. Los chinos no tienen costas árticas pero ya están en todas partes. La humanidad es una fila de ciegos conducidos por otros ciegos. Estamos lejos de aquella definición de que somos los únicos animales capaces de prever las consecuencias de nuestros actos. Es mucho peor: las podemos prever, pero el día a día no es capaz de llevar estas previsiones a diez años hacia el futuro. El dinero de hoy –aunque no sea más que asientos contables y no puede evitar la miseria de miles de millones– es mucho más importante que la supervivencia de la especie da acá a medio siglo. (*) Físico y químico


TOMÁS BUCH (*)

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