Sorín vuelve a su primer amor: la Patagonia

Es la historia de un exalcohólico, en la piel de Alejandro Awada.

El filme “Días de pesca”, que se estrena este viernes en la zona, marca la vuelta de Carlos Sorín a su mejor cine, el de los sentimientos, en paisaje austral. El director que debutó con “La película del rey” hace un cuarto de siglo, sabe mucho de cine, de personajes, de soledades que se recortan de cielos inmensos, y de silencios. Por ese motivo es que eligió en la mayoría de sus filmes el paisaje patagónico, tan fuerte, tan vasto, de cielos intensos y puros, de luz, viento y ripio. Con “Días de pesca” vuelve a demostrar que sólo necesita recursos mínimos, lejos de personajes en extremo elaborados y en tramas complejas, para conmover una y otra vez. Sorín vuelve al sur en busca de una respuesta a sus inquietudes y lo hace después de haber viajado al paisaje rural de “La ventana” y sacar partido del “a puertas cerradas” de “El gato desaparece”. “Días de pesca” resulta una buena combinación de la trilogía iniciada con “Historias mínimas” y el Chejov que, el mismo Sorín reconoció, inspiró a “La ventana”. Con su nueva propuesta, Sorín insiste en una historia en la que el personaje se recorta de un paisaje bucólico, se reencuentra con el pasado y enfrenta el presente, con todo lo que eso supone. El rostro de Marco (Alejandro Awada) está literalmente surcado por una vida que él mismo se complicó al usar al alcohol como vía de escape, como salida a aquellas cosas que no podía ver con nitidez. Esos surcos hablan de edad y de historias, y sus gestos también de dolor, de una máscara que trata de disimular el tiempo perdido que, a esta altura de la vida, necesita si o si recuperar. Marco trata de superar fracasos, al menos de encontrarse a sí mismo detrás de una mueca que en verdad oculta melancolía por lo que no fue y que, si renace la esperanza, pueda finalmente ser. En principio Marco sigue al pie de la letra la recomendación de encontrar una alternativa que lo relaje, como es la pesca. Allá parte Marco en busca de sosiego y también de su hija y su nieto, una forma de recuperar algo bueno de un pasado del que el espectador solo tiene alguna pista, unos pocos datos. La esperanza del pescador está en sentarse a esperar que haya pique, y para Marco la esperanza de recuperar su propia razón de ser no es tan simple: es él quien tiene que dar el primer paso. Las criaturas de Sorín no son paradigmáticas sino gente común expuesta a problemas comunes, con historias simples, eso sí, narradas con un impecable y efectivo estilo cinematográfico. Lo hace al estilo que Sorín tiene patentado, que lleva estampado el sello de lo humano, sin necesidad de intelectualizar demasiado nada, mostrando la dimensión de su soledad, que no es poco. Marco es un hombre que a fin de cuentas está solo y espera, tan chico y a la vez tan importante frente a la naturaleza, tan pequeño y grande para un cine que le da cuerpo. Awada sorprende una vez más, para convertirse en una de las figuras más sobresalientes del último cine argentino, con facilidad para mutar una y otra vez, sin caer en lugares comunes. “Días de pesca” es una de esas obras cada vez menos frecuentes que dejan la satisfacción de haber visto cine. Tiene lógica, lleva la firma de un cineasta que, valga la redundancia, ama al cine. (Télam)

Marco (Awada) trata de encontrarse a sí mismo y para ello le recomiendan que haga algo que lo relaje: ese algo será la pesca.

Claudio D. Minghetti


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