Sanmartinianos y bolivarianos

Con tantos problemas que plantea el presente parece vano retrotraernos a discusiones del pasado, pero es bueno recordar de dónde venimos para saber a dónde vamos y, en el camino, aclarar algunos temas. Desde hace algún tiempo recibimos, no sin sorpresa, abundante propaganda política sobre la República Bolivariana de Venezuela y sus logros. No me voy a explayar sobre esos logros –es materia opinable– sino acerca de la dudosa validez de un par conceptual que une al bolivarianismo venezolano con el socialismo. Paralelamente quiero reafirmar los orígenes de nuestra república, a partir de hombres inmensos como San Martín, Belgrano, Moreno y otros que, para una cierta historiografía política en boga, parecen de pronto “ser menos” que Bolívar. Para hacerlo, debemos volver a la historia de nuestros libertadores, de sus concepciones y, sobre todo, de sus actos y conductas. Sin dejar de lado, claro, los condicionantes que la época y sus orígenes sociales marcaron en sus trayectorias. Empecemos por destacar el nacimiento de don José de San Martín en un hogar humilde en Yapeyú, a orillas del río Uruguay. Ese origen humilde que no lo abandona aun en los triunfos militares, renunciando una y otra vez a los honores de los cargos que en los países liberados se le ofrecían: gobernador de Chile aclamado por el Cabildo, deja esos honores a O’Higgins; gobernador y protector del Perú, cargo que también cede no sin antes abolir la esclavitud, encomiendas y mitas y crear la bandera y el escudo peruanos, dar origen a la biblioteca nacional, decretar la libertad de imprenta y derogar la censura. En síntesis, acomete reformas políticas y fortalece las instituciones. Antes de partir a enfrentar a los españoles en Chile, insiste ante los delegados de Cuyo para que apuraran la declaración de la independencia cuando muchos congresistas dudaban, ya que –decía– no tenía sentido una guerra si seguíamos aceptando la dominación española. Una vez más, la consolidación de instituciones fue su prioridad. Pero la historia de don José de San Martín, bastante conocida, aunque sea por nuestros estudios primarios y secundarios, es mucho más rica. Quién no ha leído las arengas a sus tropas o las máximas morales que dejó a su hija. En esa línea se destaca un hecho que protagonizó en Guayaquil, en el encuentro con Bolívar –que venía del norte liberando a Venezuela, Colombia y Ecuador– y en el que se produjo el enfrentamiento de las concepciones de ambos. Sustentaba San Martín que para terminar de libertar a América se hacía necesario unir los dos ejércitos, por lo que le propuso a Bolívar hacerlo y sometiéndose a sus órdenes. La personalidad de éste, hambriento de gloria, le impidió compartir el seguro éxito que –pretendía– debía ser sólo de él. Se frustró ese acuerdo, pero en la cena que se realizó esa noche Bolívar pintó su carácter en el brindis: “Brindo por los dos hombres más grandes de América del Sur, el general San Martín y yo”, a lo que San Martín contestó: “Brindo por la pronta conclusión de la guerra, por la organización de las diferentes repúblicas del continente y por la salud del libertador de Colombia”. Queda claro qué buscaban uno y otro. Una vez más, los orígenes explican conductas y concepciones. Simón Bolívar era hijo de una familia acomodada venezolana y heredó varias haciendas con mano de obra esclava. A lo largo de sus campañas siempre buscó, aceptó y disfrutó de los honores. Presidente de Colombia (1819-1830), lo fue también del Perú (1824-1826) y de Bolivia (1825-1826) implantando un modelo de gobierno constitucional llamado “monocrático”; esto es, un presidente vitalicio y hereditario. Su tendencia a ejercer el poder de forma dictatorial despertó rechazos y el proyecto de una Hispanoamérica unida –que él mismo preconizaba– chocó con los sentimientos particularistas de los antiguos virreinatos y capitanías generales, cuyas dirigencias locales acabaron buscando la independencia política por separado. Para conocer a ambos libertadores, no puede dejarse afuera el argumento de las condiciones imperantes. Ambos eran hombres de acción. No podía esperarse de ellos que generaran un orden nuevo en la sociedad y la economía, dado que éstas se fundaban en condiciones de largo plazo enraizadas en la sociedad que los sustentaba. No eran demócratas liberales, más bien conservadores y absolutistas. Pero, reitero, San Martín pensaba en instituciones y república y no entorpeció la tarea de los Moreno, Belgrano, etc., admiradores de la Revolución Francesa y sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. En tanto que Bolívar y los suyos no adherían para nada a las ideas de fraternidad e igualdad que ponían en cuestión sus privilegios de clase. En cambio, era partidario de una presidencia vitalicia, con un Senado hereditario para sus generales, como un “poder moral”, con el objetivo de que los criollos blancos enseñaran virtudes sociales al resto. A la vuelta de su campaña al Perú y Bolivia, intentó hacerse nombrar presidente vitalicio de la gran Colombia (Colombia y Venezuela). Su vicepresidente Santander rechazó que esa designación se hiciera por asambleas populares por no ser un procedimiento legal. “No será legal –dijo Bolívar– pero es popular y por lo tanto propio de una república democrática”. Estirado argumento que aun hoy se utiliza. No es un dato menor que Bolívar estuviera obsesionado con el peligro de la “pardocracia”, término hoy en desuso, pero que en aquellos tiempos se aplicaba a negros, mestizos e indios que representaban las tres cuartas partes de la población y se revelaban contra las elites blancas gobernantes que, tras la independencia, prolongaban sus privilegios. John Linch, tal vez el más profundo historiador de Bolívar, señala las “cuatro sombras del Libertador”: a) su traición a Miranda, precursor de la independencia de América del Sur, a quien entrega a los españoles a cambio de un salvoconducto para él. b) La ejecución de 800 prisioneros en La Guaira. c) La ejecución de Manuel Piar, uno de sus propios hombres por “necesidades políticas”, ya que siendo éste pardo temía una guerra entre pardos y blancos; y d) la obsesión por la concentración y centralización de poder. Elementos todos que atribuye a su meta principal, cual era la construcción de bases de poder en lugar de instituciones. Claramente a la inversa que San Martín. El culto a Bolívar comienza durante la tiranía de Juan Vicente Gómez (1908-1935) y se retoma durante la de Pérez Giménez (1952-1958) a partir de un libro de Laureano Vallenilla titulado “Cesarismo democrático” (1919), texto que fue aplaudido por Mussolini y por la Falange Española, entre ellos por Giménez Caballero, quien sostuvo que Bolívar había sido un precursor de Franco. Llegando al presente, hay que mencionar que Bolívar nunca fue antiimperialista. Siempre se apoyó en la ayuda británica y en la doctrina Monroe. Llegó a proponer a Londres el control de Nicaragua y Panamá a cambio de ayuda contra España. En cuanto a un presunto “socialismo bolivariano”, me remito a Ibsen Martínez, escritor venezolano que en su libro “Marx y Bolívar” cita una carta de Marx a Engels del 12/2/1858 en la que sostiene que Bolívar era “cobarde, brutal y miserable, un verdadero Soulouque” (nombre de un revolucionario haitiano que se coronó emperador y estableció un reino de terror en su país). Su desconfianza política y desprecio por las clases subalternas de su patria no permiten imaginar un ideario “socialista”, al igual que su nivel económico de hacendado de varias estancias con base esclavista. Entonces, da que pensar si el modelo del “Socialismo bolivariano” no es, en realidad, de un Estado omnímodo con una burocracia ineficiente, condimentada con un poco de desaprensión. San Martín y Bolívar fueron grandes hombres, exponentes de su tiempo, que posibilitaron la independencia política de América del Sur. No está en discusión. Pero estoy convencido de que traer al presente acríticamente, cambiar el nombre a una república y forzar una interpretación que lleva a un hombre de la oligarquía caraqueña que se opuso a la revolución social de los “pardos” a ser un paladín del socialismo, es un exceso producido por necesidades políticas actuales que llevan a reescribir la historia y que debemos aclarar. Nuestro San Martín hizo un aporte decisivo e invalorable a la construcción de nuestra república y sus instituciones. Antes de levantar el sable contra un hermano en luchas por el poder, se retiró al exilio. Su grandeza es mayor aún por su humildad y su coherencia. De allí venimos, de la tradición sanmartiniana. Hacia dónde vamos es el debate político que nos debemos y que está detrás del humo de batallas que no elegimos pelear, que no son nuestras, y que libra el poder por más poder. (*) Exlegislador rionegrino.

Miguel Ciliberto (*)


Con tantos problemas que plantea el presente parece vano retrotraernos a discusiones del pasado, pero es bueno recordar de dónde venimos para saber a dónde vamos y, en el camino, aclarar algunos temas. Desde hace algún tiempo recibimos, no sin sorpresa, abundante propaganda política sobre la República Bolivariana de Venezuela y sus logros. No me voy a explayar sobre esos logros –es materia opinable– sino acerca de la dudosa validez de un par conceptual que une al bolivarianismo venezolano con el socialismo. Paralelamente quiero reafirmar los orígenes de nuestra república, a partir de hombres inmensos como San Martín, Belgrano, Moreno y otros que, para una cierta historiografía política en boga, parecen de pronto “ser menos” que Bolívar. Para hacerlo, debemos volver a la historia de nuestros libertadores, de sus concepciones y, sobre todo, de sus actos y conductas. Sin dejar de lado, claro, los condicionantes que la época y sus orígenes sociales marcaron en sus trayectorias. Empecemos por destacar el nacimiento de don José de San Martín en un hogar humilde en Yapeyú, a orillas del río Uruguay. Ese origen humilde que no lo abandona aun en los triunfos militares, renunciando una y otra vez a los honores de los cargos que en los países liberados se le ofrecían: gobernador de Chile aclamado por el Cabildo, deja esos honores a O’Higgins; gobernador y protector del Perú, cargo que también cede no sin antes abolir la esclavitud, encomiendas y mitas y crear la bandera y el escudo peruanos, dar origen a la biblioteca nacional, decretar la libertad de imprenta y derogar la censura. En síntesis, acomete reformas políticas y fortalece las instituciones. Antes de partir a enfrentar a los españoles en Chile, insiste ante los delegados de Cuyo para que apuraran la declaración de la independencia cuando muchos congresistas dudaban, ya que –decía– no tenía sentido una guerra si seguíamos aceptando la dominación española. Una vez más, la consolidación de instituciones fue su prioridad. Pero la historia de don José de San Martín, bastante conocida, aunque sea por nuestros estudios primarios y secundarios, es mucho más rica. Quién no ha leído las arengas a sus tropas o las máximas morales que dejó a su hija. En esa línea se destaca un hecho que protagonizó en Guayaquil, en el encuentro con Bolívar –que venía del norte liberando a Venezuela, Colombia y Ecuador– y en el que se produjo el enfrentamiento de las concepciones de ambos. Sustentaba San Martín que para terminar de libertar a América se hacía necesario unir los dos ejércitos, por lo que le propuso a Bolívar hacerlo y sometiéndose a sus órdenes. La personalidad de éste, hambriento de gloria, le impidió compartir el seguro éxito que –pretendía– debía ser sólo de él. Se frustró ese acuerdo, pero en la cena que se realizó esa noche Bolívar pintó su carácter en el brindis: “Brindo por los dos hombres más grandes de América del Sur, el general San Martín y yo”, a lo que San Martín contestó: “Brindo por la pronta conclusión de la guerra, por la organización de las diferentes repúblicas del continente y por la salud del libertador de Colombia”. Queda claro qué buscaban uno y otro. Una vez más, los orígenes explican conductas y concepciones. Simón Bolívar era hijo de una familia acomodada venezolana y heredó varias haciendas con mano de obra esclava. A lo largo de sus campañas siempre buscó, aceptó y disfrutó de los honores. Presidente de Colombia (1819-1830), lo fue también del Perú (1824-1826) y de Bolivia (1825-1826) implantando un modelo de gobierno constitucional llamado “monocrático”; esto es, un presidente vitalicio y hereditario. Su tendencia a ejercer el poder de forma dictatorial despertó rechazos y el proyecto de una Hispanoamérica unida –que él mismo preconizaba– chocó con los sentimientos particularistas de los antiguos virreinatos y capitanías generales, cuyas dirigencias locales acabaron buscando la independencia política por separado. Para conocer a ambos libertadores, no puede dejarse afuera el argumento de las condiciones imperantes. Ambos eran hombres de acción. No podía esperarse de ellos que generaran un orden nuevo en la sociedad y la economía, dado que éstas se fundaban en condiciones de largo plazo enraizadas en la sociedad que los sustentaba. No eran demócratas liberales, más bien conservadores y absolutistas. Pero, reitero, San Martín pensaba en instituciones y república y no entorpeció la tarea de los Moreno, Belgrano, etc., admiradores de la Revolución Francesa y sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. En tanto que Bolívar y los suyos no adherían para nada a las ideas de fraternidad e igualdad que ponían en cuestión sus privilegios de clase. En cambio, era partidario de una presidencia vitalicia, con un Senado hereditario para sus generales, como un “poder moral”, con el objetivo de que los criollos blancos enseñaran virtudes sociales al resto. A la vuelta de su campaña al Perú y Bolivia, intentó hacerse nombrar presidente vitalicio de la gran Colombia (Colombia y Venezuela). Su vicepresidente Santander rechazó que esa designación se hiciera por asambleas populares por no ser un procedimiento legal. “No será legal –dijo Bolívar– pero es popular y por lo tanto propio de una república democrática”. Estirado argumento que aun hoy se utiliza. No es un dato menor que Bolívar estuviera obsesionado con el peligro de la “pardocracia”, término hoy en desuso, pero que en aquellos tiempos se aplicaba a negros, mestizos e indios que representaban las tres cuartas partes de la población y se revelaban contra las elites blancas gobernantes que, tras la independencia, prolongaban sus privilegios. John Linch, tal vez el más profundo historiador de Bolívar, señala las “cuatro sombras del Libertador”: a) su traición a Miranda, precursor de la independencia de América del Sur, a quien entrega a los españoles a cambio de un salvoconducto para él. b) La ejecución de 800 prisioneros en La Guaira. c) La ejecución de Manuel Piar, uno de sus propios hombres por “necesidades políticas”, ya que siendo éste pardo temía una guerra entre pardos y blancos; y d) la obsesión por la concentración y centralización de poder. Elementos todos que atribuye a su meta principal, cual era la construcción de bases de poder en lugar de instituciones. Claramente a la inversa que San Martín. El culto a Bolívar comienza durante la tiranía de Juan Vicente Gómez (1908-1935) y se retoma durante la de Pérez Giménez (1952-1958) a partir de un libro de Laureano Vallenilla titulado “Cesarismo democrático” (1919), texto que fue aplaudido por Mussolini y por la Falange Española, entre ellos por Giménez Caballero, quien sostuvo que Bolívar había sido un precursor de Franco. Llegando al presente, hay que mencionar que Bolívar nunca fue antiimperialista. Siempre se apoyó en la ayuda británica y en la doctrina Monroe. Llegó a proponer a Londres el control de Nicaragua y Panamá a cambio de ayuda contra España. En cuanto a un presunto “socialismo bolivariano”, me remito a Ibsen Martínez, escritor venezolano que en su libro “Marx y Bolívar” cita una carta de Marx a Engels del 12/2/1858 en la que sostiene que Bolívar era “cobarde, brutal y miserable, un verdadero Soulouque” (nombre de un revolucionario haitiano que se coronó emperador y estableció un reino de terror en su país). Su desconfianza política y desprecio por las clases subalternas de su patria no permiten imaginar un ideario “socialista”, al igual que su nivel económico de hacendado de varias estancias con base esclavista. Entonces, da que pensar si el modelo del “Socialismo bolivariano” no es, en realidad, de un Estado omnímodo con una burocracia ineficiente, condimentada con un poco de desaprensión. San Martín y Bolívar fueron grandes hombres, exponentes de su tiempo, que posibilitaron la independencia política de América del Sur. No está en discusión. Pero estoy convencido de que traer al presente acríticamente, cambiar el nombre a una república y forzar una interpretación que lleva a un hombre de la oligarquía caraqueña que se opuso a la revolución social de los “pardos” a ser un paladín del socialismo, es un exceso producido por necesidades políticas actuales que llevan a reescribir la historia y que debemos aclarar. Nuestro San Martín hizo un aporte decisivo e invalorable a la construcción de nuestra república y sus instituciones. Antes de levantar el sable contra un hermano en luchas por el poder, se retiró al exilio. Su grandeza es mayor aún por su humildad y su coherencia. De allí venimos, de la tradición sanmartiniana. Hacia dónde vamos es el debate político que nos debemos y que está detrás del humo de batallas que no elegimos pelear, que no son nuestras, y que libra el poder por más poder. (*) Exlegislador rionegrino.

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