El señor de la limpieza

Arranca su jornada a las 4:30 y reconoce que todavía “los neuquinos somos muy sucios”.

Nada mejor que alguien que “camina” la calle todos los días para conocer a la ciudad y su gente. Héctor Romero lleva trabajando para el servicio de limpieza y recolección de la ciudad (arriba y abajo del camión) más de la mitad de sus vida y reconoce que, a pesar de los avances y cuidados, todavía “en Neuquén somos muy sucios”. Héctor llegó a los 18 años a un Neuquén que nada tiene que ver con el de hoy, pero que tampoco nada que ver tenía con El Alamito, el paraje donde pasaba con su familia las invernadas, ni tampoco con Las Ovejas, a donde se trasladaban cuando llegaba el calor. En 1982 “Neuquén era chiquito y había muchísimo trabajo. Yo llegué un miércoles y el lunes ya estaba trabajando en una sodería, Mafrici. Al poco tiempo dejé ese trabajo y me fui a la construcción. Me dejaron cesante un día sábado y el lunes ya estaba trabajando en Garbo Sur”, recuerda. Fueron 15 años los que pasó corriendo detrás del camión recolector en recorridos diarios por toda la ciudad. “En una época trabajaba de noche. O trabajaba a la mañana y, si faltaba alguien, a la noche me venían a buscar, porque vivía cerca y me ofrecía para cubrirlos”. Héctor vivió 13 años en el barrio Mariano Moreno, primero en una piecita y después en un departamento “más cómodo” que alquiló hasta que le entregaron su casa en el barrio Smata. “El recolector es como el jugador de fútbol, tiene que tener un buen estado para hacer el trabajo”, dice Héctor y advierte que en ese tipo de trabajo se “retiran” alrededor de los 35 “estando bien físicamente”. “Después ya tiene que dejar porque las piernas no le dan”, aclara. A eso le llaman, en la jerga de la actividad, “bajarse del camión”. Y como en ese trabajo “no hay mucho que elegir”, el futuro es el barrido o chofer. En el 2000 inició su etapa como barrendero. El cambio coincidió con la llegada de Cliba al servicio de limpieza de la ciudad, tras la crisis de Garbo Sur que obligó a la empresa a ceder su contrato a la firma de Benito Roggio ante la posibilidad de quiebra. Héctor, como el resto de sus compañeros, mantuvo su fuente de trabajo a pesar de ese cambio de manos. Su rutina, explica, arranca a las 4.30. “Tenemos una caja donde dejamos las herramientas, una planilla donde firmamos la asistencia y de ahí sacamos el carrito y nos vamos al sector que nos toca”, sintetiza. Su jornada suele terminar a las 11:30, aunque Héctor aclara que “es variable”. “A veces en el centro el viento deja muchísima basura y el trabajo se alarga”, o a veces es al revés, y si el sector no demanda mucho trabajo pueden retirarse antes. “Después, el Oeste y los alrededores de Neuquén son pesados por la tierra, la lluvia o el barro cuando se rompe alguna cañería”, describe el hombre. En su radiografía de los puntos limpios de la ciudad reconoce que “la zona del centro, donde está rodeada de asfalto, el trabajo es más liviano, aunque en el Bajo es distinto porque hay mucho movimiento de gente”. “Lamentablemente en Neuquén somos muy sucios”, analiza Héctor, el hombre que lleva 31 años limpiando la ciudad.

Héctor Romero, 50 años. Nació en El Alamito y llegó a Neuquén a los 18. Vive en barrio Smata con su esposa y su hijo de ocho años.

Yamil Regules


Nada mejor que alguien que “camina” la calle todos los días para conocer a la ciudad y su gente. Héctor Romero lleva trabajando para el servicio de limpieza y recolección de la ciudad (arriba y abajo del camión) más de la mitad de sus vida y reconoce que, a pesar de los avances y cuidados, todavía “en Neuquén somos muy sucios”. Héctor llegó a los 18 años a un Neuquén que nada tiene que ver con el de hoy, pero que tampoco nada que ver tenía con El Alamito, el paraje donde pasaba con su familia las invernadas, ni tampoco con Las Ovejas, a donde se trasladaban cuando llegaba el calor. En 1982 “Neuquén era chiquito y había muchísimo trabajo. Yo llegué un miércoles y el lunes ya estaba trabajando en una sodería, Mafrici. Al poco tiempo dejé ese trabajo y me fui a la construcción. Me dejaron cesante un día sábado y el lunes ya estaba trabajando en Garbo Sur”, recuerda. Fueron 15 años los que pasó corriendo detrás del camión recolector en recorridos diarios por toda la ciudad. “En una época trabajaba de noche. O trabajaba a la mañana y, si faltaba alguien, a la noche me venían a buscar, porque vivía cerca y me ofrecía para cubrirlos”. Héctor vivió 13 años en el barrio Mariano Moreno, primero en una piecita y después en un departamento “más cómodo” que alquiló hasta que le entregaron su casa en el barrio Smata. “El recolector es como el jugador de fútbol, tiene que tener un buen estado para hacer el trabajo”, dice Héctor y advierte que en ese tipo de trabajo se “retiran” alrededor de los 35 “estando bien físicamente”. “Después ya tiene que dejar porque las piernas no le dan”, aclara. A eso le llaman, en la jerga de la actividad, “bajarse del camión”. Y como en ese trabajo “no hay mucho que elegir”, el futuro es el barrido o chofer. En el 2000 inició su etapa como barrendero. El cambio coincidió con la llegada de Cliba al servicio de limpieza de la ciudad, tras la crisis de Garbo Sur que obligó a la empresa a ceder su contrato a la firma de Benito Roggio ante la posibilidad de quiebra. Héctor, como el resto de sus compañeros, mantuvo su fuente de trabajo a pesar de ese cambio de manos. Su rutina, explica, arranca a las 4.30. “Tenemos una caja donde dejamos las herramientas, una planilla donde firmamos la asistencia y de ahí sacamos el carrito y nos vamos al sector que nos toca”, sintetiza. Su jornada suele terminar a las 11:30, aunque Héctor aclara que “es variable”. “A veces en el centro el viento deja muchísima basura y el trabajo se alarga”, o a veces es al revés, y si el sector no demanda mucho trabajo pueden retirarse antes. “Después, el Oeste y los alrededores de Neuquén son pesados por la tierra, la lluvia o el barro cuando se rompe alguna cañería”, describe el hombre. En su radiografía de los puntos limpios de la ciudad reconoce que “la zona del centro, donde está rodeada de asfalto, el trabajo es más liviano, aunque en el Bajo es distinto porque hay mucho movimiento de gente”. “Lamentablemente en Neuquén somos muy sucios”, analiza Héctor, el hombre que lleva 31 años limpiando la ciudad.

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