Fiestas espartanas

Al asumir sus nuevas funciones, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el ministro de Economía, Axel Kicillof, aseguraron que las medidas que tenían en mente no perjudicarían a nadie, dando a entender así que les sería dado corregir de manera indolora las distorsiones gravísimas que son propias del “modelo” kirchnerista. A lo sumo, se trataba de una verdad a medias. En un país que sufre una tasa de inflación anual de 30% o más, cualquier intento de dejar las cosas como están tendría un impacto muy negativo en el estándar de vida de muchos millones de personas. Por lo tanto, no es necesario que el gobierno actúe para golpear con brutalidad a quienes se encuentran al borde de la indigencia. Sería suficiente que los privara de las mejoras módicas que habían previsto, como ya está por suceder. Según Capitanich, este año no habrá ningún “bono navideño” para los jubilados. Tampoco querrá que haya aquellas bonificaciones especiales para los trabajadores en actividad que suelen reclamar los sindicalistas. En los años últimos, al acercarse las fiestas navideñas el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se acostumbró a hacer gala de su supuesta sensibilidad social repartiendo “regalos” de dicho tipo, pero se ha hecho tan mala la situación fiscal que no está en condiciones de continuar haciéndolo. Aunque en vista del estado de la economía nacional el gobierno no tiene más opción que la de procurar reducir el gasto público cortando subsidios, además de presionar a los sindicatos para que acepten aumentos salariales muy inferiores a la tasa de “variación de los precios” anual, convencer a la ciudadanía de ello no será nada fácil. Puesto que los populistas han ganado lo que ciertos militantes K llaman “la batalla cultural”, son muchos los que creen que la evolución de sus propios ingresos depende de la voluntad oficial, de suerte que si aumentan se debería casi exclusivamente a la generosidad de una presidenta que está dispuesta a desafiar a los mezquinos economistas ortodoxos y, desde luego, a los mercados. Puede que algunos sindicalistas comprendan que el tema dista de ser tan sencillo como dicen los populistas, pero por sus propios motivos se saben constreñidos a hablar en términos morales, insistiendo en que los trabajadores y jubilados merecen ser compensados por sus esfuerzos y que por lo tanto un gobierno popular tendría que darles los “bonos” u otros subsidios que reclaman. Negarse a hacerlo sería “neoliberal”, lo que, en un país de mentalidad colectiva populista, equivaldría a militar en las huestes del mal. Al demorar tanto el ajuste que ya está en marcha, el gobierno de Cristina sólo logró que resultara ser mucho más severo, para no decir draconiano, de lo que sería el caso si hubiera decidido enfrentar la inflación a inicios de su gestión. Al subordinar al electoralismo el manejo de la economía, despilfarró en un lapso muy breve los recursos disponibles. Como consecuencia, se ve en una situación parecida a la de una familia que gastó en pocos días sus ingresos y que, para llegar a fin de mes, no tiene otra alternativa que la de pasar hambre, con la diferencia de que los responsables de tal desgracia serían plenamente conscientes de las razones de sus penurias, mientras que los afectados por el ajuste atribuirán sus dificultades no a su propia conducta sino a la crueldad del gobierno. Para complicar aún más la tarea que enfrentan Capitanich, Kicillof y compañía, entenderán que pocos los tomarían en serio si trataran de hacer pensar que todos los problemas económicos del país se debieron a una gran conspiración antiargentina internacional, como solía hacer Cristina cuando aún suponía que “el modelo” seguiría colmándole de beneficios políticos. Asustados por la crisis que está cobrando fuerza, los encargados de la economía quieren que el país se reconcilie lo antes posible con el resto del mundo con la esperanza de que inversores importantes decidan aportar el dinero que tanto necesitan. Huelga decir que recaer en la retórica autocompasiva favorecida por nacionalistas y populistas no los ayudaría a convencerlos de que en adelante el país será más confiable y que por lo tanto les convendría arriesgarse para aprovechar una oportunidad que, siempre y cuando el gobierno realmente haya cambiado de rumbo, podría resultarles muy atractiva.


Al asumir sus nuevas funciones, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el ministro de Economía, Axel Kicillof, aseguraron que las medidas que tenían en mente no perjudicarían a nadie, dando a entender así que les sería dado corregir de manera indolora las distorsiones gravísimas que son propias del “modelo” kirchnerista. A lo sumo, se trataba de una verdad a medias. En un país que sufre una tasa de inflación anual de 30% o más, cualquier intento de dejar las cosas como están tendría un impacto muy negativo en el estándar de vida de muchos millones de personas. Por lo tanto, no es necesario que el gobierno actúe para golpear con brutalidad a quienes se encuentran al borde de la indigencia. Sería suficiente que los privara de las mejoras módicas que habían previsto, como ya está por suceder. Según Capitanich, este año no habrá ningún “bono navideño” para los jubilados. Tampoco querrá que haya aquellas bonificaciones especiales para los trabajadores en actividad que suelen reclamar los sindicalistas. En los años últimos, al acercarse las fiestas navideñas el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se acostumbró a hacer gala de su supuesta sensibilidad social repartiendo “regalos” de dicho tipo, pero se ha hecho tan mala la situación fiscal que no está en condiciones de continuar haciéndolo. Aunque en vista del estado de la economía nacional el gobierno no tiene más opción que la de procurar reducir el gasto público cortando subsidios, además de presionar a los sindicatos para que acepten aumentos salariales muy inferiores a la tasa de “variación de los precios” anual, convencer a la ciudadanía de ello no será nada fácil. Puesto que los populistas han ganado lo que ciertos militantes K llaman “la batalla cultural”, son muchos los que creen que la evolución de sus propios ingresos depende de la voluntad oficial, de suerte que si aumentan se debería casi exclusivamente a la generosidad de una presidenta que está dispuesta a desafiar a los mezquinos economistas ortodoxos y, desde luego, a los mercados. Puede que algunos sindicalistas comprendan que el tema dista de ser tan sencillo como dicen los populistas, pero por sus propios motivos se saben constreñidos a hablar en términos morales, insistiendo en que los trabajadores y jubilados merecen ser compensados por sus esfuerzos y que por lo tanto un gobierno popular tendría que darles los “bonos” u otros subsidios que reclaman. Negarse a hacerlo sería “neoliberal”, lo que, en un país de mentalidad colectiva populista, equivaldría a militar en las huestes del mal. Al demorar tanto el ajuste que ya está en marcha, el gobierno de Cristina sólo logró que resultara ser mucho más severo, para no decir draconiano, de lo que sería el caso si hubiera decidido enfrentar la inflación a inicios de su gestión. Al subordinar al electoralismo el manejo de la economía, despilfarró en un lapso muy breve los recursos disponibles. Como consecuencia, se ve en una situación parecida a la de una familia que gastó en pocos días sus ingresos y que, para llegar a fin de mes, no tiene otra alternativa que la de pasar hambre, con la diferencia de que los responsables de tal desgracia serían plenamente conscientes de las razones de sus penurias, mientras que los afectados por el ajuste atribuirán sus dificultades no a su propia conducta sino a la crueldad del gobierno. Para complicar aún más la tarea que enfrentan Capitanich, Kicillof y compañía, entenderán que pocos los tomarían en serio si trataran de hacer pensar que todos los problemas económicos del país se debieron a una gran conspiración antiargentina internacional, como solía hacer Cristina cuando aún suponía que “el modelo” seguiría colmándole de beneficios políticos. Asustados por la crisis que está cobrando fuerza, los encargados de la economía quieren que el país se reconcilie lo antes posible con el resto del mundo con la esperanza de que inversores importantes decidan aportar el dinero que tanto necesitan. Huelga decir que recaer en la retórica autocompasiva favorecida por nacionalistas y populistas no los ayudaría a convencerlos de que en adelante el país será más confiable y que por lo tanto les convendría arriesgarse para aprovechar una oportunidad que, siempre y cuando el gobierno realmente haya cambiado de rumbo, podría resultarles muy atractiva.

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