«No emigré, fui atrás de mis sueños»
Rodrigo Orihuela nació en Sudáfrica, pero vivió gran parte de su vida en General Roca. Se recibió de periodista deportivo en Buenos Aires y viajó a Londres. Conocía perfectamente el idioma y no tuvo problemas de «papeles» por su documento sudafricano. Rodrigo (en la foto junto a Leticia Tacconi, de Roca, profesora de inglés becada a Gran Bretaña) consiguió un trabajo en un albergue y a las pocas semanas comenzó a trabajar unas horas en el Financial Times, uno de los más prestigiosos diarios en lengua inglesa. Consultado por «Río Negro», cuenta su experiencia en la patria de Shakespeare.
«La decisión de venir a Londres no fue fácil. En los últimos años mucha gente ha optado por emigrar de la Argentina, creando una vorágine de la que no me sentía parte y de la que no deseaba participar. Elegí irme porque quería perseguir un sueño que era el de vivir por algún tiempo en el exterior, como ya lo había hecho en otra época de mi vida.
Era un sueño, que gracias a mis escasos compromisos laborales, podía convertirse en realidad. Como todo proyecto incluía expectativas y miedos. Expectativas de conseguir un trabajo que me permitiera ahorrar dinero haciendo algo relacionado con mi profesión mientras conocía gente y lugares nuevos. Miedo a la lejanía, a la soledad y, por qué no, también a lo desconocido.
Por varios meses los miedos dominaron a las expectativas. Finalmente, un amigo perseverante y con ansias crecientes por viajar me decidieron a partir.
A principios de octubre llegué a Londres. Me imaginaba una ciudad grande, pulcra y sobre todo plagada de ingleses. No me imaginaba una ciudad que destilara tanta riqueza, con Ferraris y Porsches transitando las calles a diario y que tuviera tan pocos ingleses. Caminar por Londres implica ver extranjeros por doquier, en la calle, en los negocios, en los subterráneos.
A Londres llega gente de todo el mundo, como si fuese una meca para trabajar y para aprender inglés. Hay miles de indios, paquistaníes y musulmanes, que apenas chapurrean inglés. Entre los europeos se destacan los italianos y españoles, que con inglés entrecortado han acuñado un sabio consejo «si querés aprender inglés, no vengas a Londres». Increíble pero real, en la capital del país de Shakespeare, el inglés bien hablado es una rareza. Por suerte, hablaba inglés antes de llegar.
Tan solo me quedaba trabajar. Y aquí viví mi segunda experiencia chocante.
El gobierno británico ha encontrado la fórmula para abastecerse de mano de obra barata, que encima opta voluntaria y felizmente a dedicarse a los peores trabajos del reino. Serenos, empleados de fast food, guardias de seguridad, empaquetadores, barrenderos y demás yerbas, todos hombres y mujeres de teces oscuras y fuertes acentos, mezclados de vez en cuando con australianos, neocelandeses y sudafricanos. Todos llegan a Gran Bretaña gracias a leyes flexibles que les permiten el fácil ingreso al país. Tienen visas temporales, se quedan un tiempo y luego se van, mientras que alrededor del mundo nuevos hombres y mujeres se alistan para venir hacia aquí.
Las perspectivas laborales que veía me asustaron. No dejé mi país para dedicarme a rellenar el ultimo escalón del mercado laboral de otro. Siempre critiqué a quienes lo hicieron y no deseaba ir en contra de lo que yo mismo siempre dije. No quería ser como quienes, por unos pesos de más, cobrarían en libras por tareas que en sus países jamás harían. Me propuse no caer en ese círculo y por suerte lo logré. Al poco tiempo, gracias a mi título terciario y sobre todo gracias a que conocía a la persona correcta en el momento correcto, conseguí un lindo trabajo, relacionado con mi profesión. Una de mis grandes expectativas ya estaba cumplida. Ahora quedan otras, pero mi viaje valió la pena. Sin embargo, veo que el mío es un caso excepcional. La mayoría debe batallar mucho para conseguir lo que quiere y le cuesta mucho.
Estar lejos no es fácil si no existe una convicción absoluta de querer hacerlo, y si no existe determinación de hierro. El agobio de la lejanía se siente, está siempre presente, y a muchos la soledad producida por la ausencia de amigos y familiares los doblega, diría que al principio a la mayoría le sucede. Pero ni aun en ello he tenido problemas, porque rápidamente encontré un lugar y me hice de gente.
Sin embargo en algún momento la tierra iba a tirar, y sucedió dos veces. Una fue en Año Nuevo, mi primer año sin familia, calor, amigos, río y álamos. Otra fue el primer día en que salí a comprar carne. Fue el 2 de enero. Miré el precio de la carne una y otra vez. La etiqueta era clara: ¡10 libras por kilo¡, es decir, 50 pesos. Sin dudarlo giré y partí. «Ni la devaluación más cruda produce semejante disparate» pensé mientras me repetía a mi mismo una y otra vez «en este momento es cuando más quisiera estar en casa».
Rodrigo Orihuela nació en Sudáfrica, pero vivió gran parte de su vida en General Roca. Se recibió de periodista deportivo en Buenos Aires y viajó a Londres. Conocía perfectamente el idioma y no tuvo problemas de "papeles" por su documento sudafricano. Rodrigo (en la foto junto a Leticia Tacconi, de Roca, profesora de inglés becada a Gran Bretaña) consiguió un trabajo en un albergue y a las pocas semanas comenzó a trabajar unas horas en el Financial Times, uno de los más prestigiosos diarios en lengua inglesa. Consultado por "Río Negro", cuenta su experiencia en la patria de Shakespeare.
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