“Jesús nos necesita”
Si algún apurado se queda solo con el título, pensará que se trata de alguna proclama religiosa dirigida a nuestro señor Jesucristo. Bien podría serlo también porque mi propuesta pondrá en juego aquellos valores que nuestra religión cristiana tanto divulgó: ocuparse de los desvalidos, del prójimo, del que necesita. Este justamente es el caso de un joven que ronda los diecinueve años, cuyo nombre es Jesús, y por eso el título. Reside aquí en mi barrio, y desde muy pequeño, junto a sus hermanas, vivió una penosa historia que incluye todo el repertorio de problemas adolescentes que hoy preocupan tanto a la sociedad y suelen enmarcarse en situaciones de exclusión e inseguridad: abandono, maltrato, consumo de sustancias problemáticas, embarazo adolescente, internaciones psiquiátricas, intervenciones policiales, deserción escolar, desempleo, hambre, precariedad, etc. Por si fuera poco, vive a escasos metros de funcionarios policiales y políticos de alta jerarquía ligados a la seguridad, como lo fui yo en su momento, lo que deja a las claras que nadie está exento de vivir situaciones de este tipo y por supuesto no implica reproche de ningún tipo. Reconozco mis prejuicios y confieso que años atrás, cuando todavía él era un niño y teniendo una hija de casi la misma edad, era uno de los tantos que evitaba esa junta por temor. Jesús ya cargaba el estigma de ser rebelde o difícil, pese a que todos sabíamos que no era más que un pedido de atención clamando ayuda. Hoy Jesús está solo, librado a su suerte y le hace frente a la vida con lo poco que puede, limpiando autos en la esquina del semáforo. Su casa es casi inhabitable, no tiene muebles y dudo que tenga calefacción; necesita ropa y alimentos. Intentando hacer algo me informé de que el Estado estuvo presente en muchas ocasiones con ayudas económicas, internaciones, acompañamientos, etc., pero no fue suficiente. Y hoy, ya mayor de edad, según la ley no tiene más cobertura de ningún programa, a no ser que cometa un delito. Vaya paradoja, ¿no debería estar presente para evitarlo? De todas maneras el Estado poco puede hacer, porque actúa a través de funcionarios siempre limitados en recursos, capacidad y tiempo; y por más buena voluntad que tengan, son temas tan complicados que se requiere de cercanía –afectiva y física– al problema para encontrarle solución. ¿Quién puede entonces? Respuesta: nosotros, la sociedad, su núcleo más cercano, su comunidad barrial, a falta o insuficiencia de la familia. ¿Cómo? Organizándonos, discutiendo posibles caminos, buscando recursos, acompañando. El otro camino muchas veces ya se intentó y sólo sirve para seguir estigmatizando: recurrir a la policía y pedirle soluciones que sabemos son transitorias. Tenemos que dejar de ser los espectadores que están en la tribuna mirando cómo se juega el partido y prestos a criticar luego: “¿Vieron? Yo sabía que esto terminaba así”, “¡Tendrían que haber hecho tal cosa!”, “¡Nadie hace nada!”, dicen aquellos. Mi propuesta es dejar de ser esa tribuna y entrar a la cancha con nuestras capacidades y limitaciones sin esperar que sea el otro (el Estado) el que haga algo. Muchos males sociales, entre ellos la inseguridad, pueden encontrar nuevos caminos en la solidaridad y en la reconstrucción de los lazos sociales. A costa de ser considerado un iluso, quiero explorar si es posible que rescatemos un chico –repito, uno– de las garras de lo que algunos llaman trayectoria delictiva casi segura, cárcel o muerte prematura. Esta es la primera acción que servirá para convocar a mis vecinos del barrio (somos 140 viviendas) en un proyecto de intervención social comunitaria que podríamos llamar “Nosotros podemos”. Espero en una próxima carta decir que empezamos a movernos y que no todo está perdido. Ojalá Jesús –el de arriba– nos ayude. Miguel Eduardo Novoa, DNI 13.970.874 Neuquén
Miguel Eduardo Novoa, DNI 13.970.874 Neuquén
Si algún apurado se queda solo con el título, pensará que se trata de alguna proclama religiosa dirigida a nuestro señor Jesucristo. Bien podría serlo también porque mi propuesta pondrá en juego aquellos valores que nuestra religión cristiana tanto divulgó: ocuparse de los desvalidos, del prójimo, del que necesita. Este justamente es el caso de un joven que ronda los diecinueve años, cuyo nombre es Jesús, y por eso el título. Reside aquí en mi barrio, y desde muy pequeño, junto a sus hermanas, vivió una penosa historia que incluye todo el repertorio de problemas adolescentes que hoy preocupan tanto a la sociedad y suelen enmarcarse en situaciones de exclusión e inseguridad: abandono, maltrato, consumo de sustancias problemáticas, embarazo adolescente, internaciones psiquiátricas, intervenciones policiales, deserción escolar, desempleo, hambre, precariedad, etc. Por si fuera poco, vive a escasos metros de funcionarios policiales y políticos de alta jerarquía ligados a la seguridad, como lo fui yo en su momento, lo que deja a las claras que nadie está exento de vivir situaciones de este tipo y por supuesto no implica reproche de ningún tipo. Reconozco mis prejuicios y confieso que años atrás, cuando todavía él era un niño y teniendo una hija de casi la misma edad, era uno de los tantos que evitaba esa junta por temor. Jesús ya cargaba el estigma de ser rebelde o difícil, pese a que todos sabíamos que no era más que un pedido de atención clamando ayuda. Hoy Jesús está solo, librado a su suerte y le hace frente a la vida con lo poco que puede, limpiando autos en la esquina del semáforo. Su casa es casi inhabitable, no tiene muebles y dudo que tenga calefacción; necesita ropa y alimentos. Intentando hacer algo me informé de que el Estado estuvo presente en muchas ocasiones con ayudas económicas, internaciones, acompañamientos, etc., pero no fue suficiente. Y hoy, ya mayor de edad, según la ley no tiene más cobertura de ningún programa, a no ser que cometa un delito. Vaya paradoja, ¿no debería estar presente para evitarlo? De todas maneras el Estado poco puede hacer, porque actúa a través de funcionarios siempre limitados en recursos, capacidad y tiempo; y por más buena voluntad que tengan, son temas tan complicados que se requiere de cercanía –afectiva y física– al problema para encontrarle solución. ¿Quién puede entonces? Respuesta: nosotros, la sociedad, su núcleo más cercano, su comunidad barrial, a falta o insuficiencia de la familia. ¿Cómo? Organizándonos, discutiendo posibles caminos, buscando recursos, acompañando. El otro camino muchas veces ya se intentó y sólo sirve para seguir estigmatizando: recurrir a la policía y pedirle soluciones que sabemos son transitorias. Tenemos que dejar de ser los espectadores que están en la tribuna mirando cómo se juega el partido y prestos a criticar luego: “¿Vieron? Yo sabía que esto terminaba así”, “¡Tendrían que haber hecho tal cosa!”, “¡Nadie hace nada!”, dicen aquellos. Mi propuesta es dejar de ser esa tribuna y entrar a la cancha con nuestras capacidades y limitaciones sin esperar que sea el otro (el Estado) el que haga algo. Muchos males sociales, entre ellos la inseguridad, pueden encontrar nuevos caminos en la solidaridad y en la reconstrucción de los lazos sociales. A costa de ser considerado un iluso, quiero explorar si es posible que rescatemos un chico –repito, uno– de las garras de lo que algunos llaman trayectoria delictiva casi segura, cárcel o muerte prematura. Esta es la primera acción que servirá para convocar a mis vecinos del barrio (somos 140 viviendas) en un proyecto de intervención social comunitaria que podríamos llamar “Nosotros podemos”. Espero en una próxima carta decir que empezamos a movernos y que no todo está perdido. Ojalá Jesús –el de arriba– nos ayude. Miguel Eduardo Novoa, DNI 13.970.874 Neuquén
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