A la Antártida, pero en kayac

Un viedmense participó de un increíble viaje a remo hasta los hielos.

VIEDMA (AV).- Emulando a los esquimales, aunque en el polo opuesto y con equipamiento sofisticado, un grupo de argentinos entre ellos el viedmense Roberto Scavo, realizó un travesía en kayac por la península Antártica.

Remaron durante 10 días en medio de los hielos desde la base Primavera hasta Brown, cubriendo una distancia de 160 kilómetros. Afrontaron fuertes vientos mientras que la niebla sólo pudo ser superada merced a un navegador satelital.

Scavo tuvo como compañeros a Ricardo Kruszewsky, un conocido fabricante de kayac de «slalom», el publicista Gustavo Fernández y el médico Gustavo Gagneten.

La expedición se concretó a fines del verano desde esa base argentina, adonde llegaron abordo del velero galo «Fernandéz» que los transportó desde Ushuaia para sortear el peligroso Pasaje Drake.

Los kayacs de cinco metros de largo fueron cargados con bolsas de dormir, alimentos deshidratados, ropa de abrigo y una pequeña carpa. Para evitar la pérdida total de contacto se munieron de un equipo transmisor porque el que Scavo se enteró -mediante postas tendidas por radioaficionados- que a principios de marzo nació Paulina, su primer nieta.

El deportista viedmense contó a «Río Negro» que la expedición se armó porque su amigo Kruszewski conocía el extremo Sur. Se sumaron las referencias sobre refugios abandonados que les brindó Pascal, el dueño del «Fernandéz».

Se sintió impactado cuando en medio del silencio y de los témpanos flotando estallaban truenos cuando una pared de hielo caía al mar.

Contó que «recorríamos unos 40 kilómetros diarios, en general tratábamos de navegar no muy lejos de la costa y sólo hicimos un cruce de 12 kilómetros de mar abierto para evitar el oleaje y la intensidad del viento que es terrible en menos de dos minutos».

Entre las anécdotas más risueñas que trajo fue que en los pocos pedazos de tierra con que se encontraron fue que un día de plena quietud y silencio se les apareció un barco de turistas e inesperadamente compartieron con ellos un almuerzo. También los distrajo la «lucha» con los lobos por un peñasco. Era el único en 10 kilómetros a la redonda y por lo tanto lo único más blanco como para poder clavar la carpa.


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