Agujeros negros
Por la luz que me alumbra
Agujeros porque todo lo que merodea su perímetro cae inevitablemente en su profundidad. Y negros porque son invisibles en la negrura del universo. Este es un fenómeno cada vez más multiplicado en el espacio profundo.
La sospecha siempre estuvo pero quizás la ciencia hizo que lo corroboráramos: en nuestra casa también hay varios agujeros negros. Aunque nos tiente la obviedad y su nombre es tanto o más misterioso, no es el pozo ciego nuestra preocupación.
Por algún motivo hay un día que nos damos cuenta de su disimulada existencia. Cuando los bordes ya no son un límite. Generalmente es cuando rebasa su capacidad, cuando el cajón se atasca, cuando la puertita no cierra. Detectar estos lugares no es difícil, cualquier lugar horizontal es bueno para apoyar cosas y si es cóncavo, ¡ni qué decir! La energía de atracción se triplica. Las superficies convexas o inclinadas son a los agujeros negros como ¡hay! la luz para los vampiros.
Usted mismo puede corroborarlo si tiene una fuente o bandeja con alguna frutas de cerámica, piñas o zapallitos secos. Si es así vaya, sí, levántese y mire… saque todas esas cosas y vea lo que encuentra. No me diga nada, encontró una bandita elástica reseca, tres alfileres y uno de gancho, dos bolitas japonesas, el infaltable clip, una goma azul y roja y la mitad de un lápiz Faber número dos con la punta rota y la parte de atrás masticada. No se asombre, es un hallazgo standard. Seguramente tiene más de esas cosas en el portalápices del estudio, en el fondo del cajón de la cocina y en ese jarroncito de la repisa.
Es paradigmático de los agujeros negros hogareños crecer por las noches o al menos eso parece, porque cuando abrimos el cajoncito de la mesita de luz no podemos creer que nosotros de día y despiertos hayamos juntado tantas porquerías realmente inútiles.
¿Qué estamos pensado cuando las guardamos? Hay dos pensamientos que conspiran contra una rápida decisión: «Lo tiro porque después no me acuerdo dónde lo puse y termino comprando otro». Y el que se contrapone: «Lo guardo porque si me pasa algo un día a la noche o un domingo no voy a tener cómo salir del paso». De ahí en más todo depende de lo lejos que esté el tacho de basura. ¿Alguien tiene un tachito de basura en el dormitorio? No. Ahí naufragan nuestros impulsos de orden.
Esto le pasó a aquel amigo que quiso lucirse preparando una gelatina en una fuente de cristal que siempre estaba arriba del aparador español. Algunas horas después los invitados pensaron que estaban comiendo gatuso de frambuesa porque empezaron a sentir espinas y terminaron escupiendo alfileres.
Todo lo contrario le pasó a otro amigo que entre insultos vació un agujero negro y arrojó a la basura un clip doblado, la mitad de un corcho y un pincel roto. Ingrato fue el destino cuando oportunamente su suegra le pidió «el pincel» que tiene que haber en toda casa respetable para pintar las empanadas con huevo, cuando necesitó dibujarle los bigotes al nieto para el acto del jardín y cuando ese maldito disquete se trabó en la ranura y no había un bendito clip en toda la casa para destrabarlo.
Horacio Licera
hlicera@rionegro.com.ar
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