Al Negro Cañón, desaparecido

El conmovedor recuerdo de un roquense sobre la amistad que mantuvo, en su juventud, con una de las víctimas de la dictadura que azotó a nuestro país.

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Por Eduardo Mutchinick
eduardomutchi@gmail.com

Bajamos juntos. Descubrimos que vivíamos a dos cuadras. Fuimos caminando lentamente. Conociéndonos. La política, la universidad, la militancia. Cruzábamos información, ideas, entusiasmo. No nos dábamos cuenta que las calles de Bahía Blanca estaban solitarias. En las esquinas el viento golpeaba con fuerza. El viento. Siempre el viento. Nuestra charla cargada de futura acción inconscientemente nos cubría, lo sentíamos menos. Pasamos primero por tu casa, nos saludamos, quedamos en encontrarnos en la próxima reunión. Así nos conocimos. Militando. Era el 68. Era un año y un ambiente de nuevas sensaciones que no era para despreciar.

Fuimos compañeros. Pero también amigos. Intercambiamos sobre cine, lecturas varias, música. Nos gustaba el jazz. Y fuera de las reuniones, las asambleas, las pintadas, de las revueltas, aprovechábamos el tiempo prestándonos discos y libros. Escuché por primera vez la trompeta de Jorge López Ruiz. Tengo todavía el deleite de haber puesto en mi winco una y otra vez El Grito. Disfruté de López Furst, del Mono Villegas, del Chivo Borraro. Entre tus discos me llevé un día uno de Miguel Saravia. Encontré a “Graciela oscura” (*), una milonga que me encantó. Cerraba la puerta de mi habitación, me aislaba, y llegaban los versos:

Vos, sos Graciela oscura/

Al mundo entraste descalza/Forzando la puerta falsa

Con padres desconocidos/Sos un montón de trapos

Acunada por los sapos/Que croan en los baldíos

Negro: todavía lo tengo entre mis discos. Quedó como un puente permanente entre nuestros destinos. El mío, aquí y ahora, lo tengo fuerte entre mis manos. El tuyo: destruido. No sé cómo terminaste. Sé que sos uno más de las largas, tristes, horrorosas listas de desaparecidos. Te llevaste con vos toda tu música. No te la pueden haber quitado!

Una tarde me contaste que tu equipo de música no funcionaba. Lo debías mandar a arreglar. Pero te faltaba plata. Tomá, me dijiste, tené mis discos. Vos te mudaste, yo también. Ya no nos separaban dos cuadras. Los discos vinieron conmigo. Me enteré que pensabas irte a Buenos Aires, tu novia te esperaba. Y otra tarde nos despedimos, te llevaste tus discos, que ya se sentían parte de mi casa.

Pero: “Graciela oscura” quedó entre los míos. ¿Por qué? Vos, eras, cuidadoso con tus cosas, yo también. Sin darnos cuenta dejaste la presencia de tu futura ausencia. Pero no imaginamos cuando nos despedimos que tu fin fuese sin rostro, sin cuerpo, sin saber dónde.

Entre manos que castigan

Entre voces tan amargas

Miro la tapa del disco, y te veo. Te acortaron tu tiempo Carlos Cañon. Esparzo los versos sobre el papel, pongo fuerte mi gradiente para que llegue la voz de Saravia lo más distante posible por si estás por ahí. Mezclo los versos con dolor:

Sos un montón de trapos/Forzando la puerta falsa

Entre manos que castigan/En las tardes doloridas

En las calles del recuerdo/Vos, sos Negro oscuro

Eras vos

(*) De Ulises Petit de Murat y Astor Piazzolla.


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