Alberto en el país de los protocolos

Hugo E. Grimaldi


La gente reaccionó ante las liberaciones no solo porque vio cómo se las exigía violentamente, sino porque todo le sonó a un plan premeditado por una ideología que no mira a las víctimas.


El masivo cacerolazo que se desató el jueves en los grandes centros urbanos resultó ser la cara visible de la desesperanza de muchísimas personas que, muy cansadas por el encierro y por la falta de roce con sus seres queridos, con incertidumbre por la continuidad de sus empleos o en trance de fundirse, como los pequeños comerciantes o aun quienes carecen de miras, ya que la pobreza las mantiene atadas a un sistema que les impide desarrollarse, decidió pararse de manos. Y lo hizo primordialmente debido a dos de los temas que más las preocupan desde mucho antes de la llegada de la covid-19: la inseguridad, esta vez derivada de la liberación de presos y primordialmente la economía, grave capítulo al que le falta hacia adelante un plan estratégico.

Más que sensible, esta vez la sociedad tuvo además un bajón extra, ya que observó cómo a sus espaldas, y ajena a todo dolor, la coalición de gobierno se trenzaba en indecentes internas, mientras cambiaba piezas en el tablero para apropiarse de más poder y sobre todo de apetecibles cajas. Miedo y arcadas que afloraron en la protesta como la punta del iceberg de la resistencia pasiva, dos sentimientos que se han dado en simultáneo en un país que corre el riesgo de ser manejado a fuerza de protocolos, órdenes que irremediablemente todos deberían cumplir, salvo en el caso de los reclusos, desde ya.

La gente reaccionó fuerte ante esas liberaciones no solo porque vio cómo se las exigía violentamente, sino porque todo le sonó a un plan premeditado por una ideología que no mira a las víctimas, el de un sector del Gobierno que firmó las Actas oficiales con presos a hoy todavía sublevados. Algunos de los beneficiados por un solitario juez de la provincia de Buenos Aires no tenían lugar donde vivir y otros carecían de sustento. Lisa y llanamente estos últimos salieron a la calle casi obligados a robar, mientras los violadores se acercaban a los violados, los golpeadores a sus mujeres y los homicidas a las familias de los asesinados.

Quienes cacerolearon en disidencia fueron muchos de quienes, hasta hace pocos días, apoyaban individualmente todos los sacrificios que, en resguardo de la salud colectiva, pedía especialmente el presidente, una suerte de padre protector que encandilaba por su apego irrestricto al comité de médicos. Atención a la historia, porque el presidencialismo argentino considera siempre al número uno como el gran hacedor pero, si falla, lo excomulga.


El “ruidazo” fue algo bien transversal, y la pregunta especulativa que surge, aún sin respuesta, es si no resultó ser un acto de defensa hacia el mismo presidente.


Ya en su última disertación, al presidente se lo notó demasiado errático a la hora de grabar un mensaje que sonó a puesta en escena, aunque omitió en él un dato básico: hasta cuándo se iba a extender la cuarentena. Nadie lo advirtió y el lapsus salió al aire.

El lunes, Fernández se pronunció a favor de las excarcelaciones por motivos humanitarios, aunque no pudo desprenderse del tufillo que dejó algún funcionario que pidió sacar de la cárcel a condenados célebres. Trató luego de enmendarlo con un tuit sobre la división de poderes, pero ya se había desatado el caso de Alejandro Vanoli, quien se autodesignó como director de Edenor por el Estado, mientras que su sillón en la Anses pasaba a una militante de La Cámpora. O la cuestión diplomática, con el desmanejo que hizo el mismo presidente cuando se metió en la política chilena hasta la virtual salida del Mercosur que anunció un funcionario menor, mientras el canciller Felipe Solá se ocupaba de insultar a una senadora.

Desde la Casa Rosada dicen que la oposición hizo “barro” para aprovechar la situación, pero no se lo deberían creer a rajatabla. El “ruidazo” fue algo bien transversal y la pregunta especulativa que surge, aún sin respuesta, es si no resultó ser un acto de defensa hacia el mismo presidente frente a la ofensiva del Instituto Patria, un avance que también retrasa el minué por la deuda y altera en demasía al dólar. Lo cierto es que, tal como antes le pasó a Horacio Rodríguez Larreta en la CABA cuando se metió con los viejos, en materia de liberaciones el Gobierno tuvo que retroceder en chancletas. “Quien quiera oír que oiga”.


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