Aldana llegó al final de la ruta 40: «Sola y en moto, estoy orgullosa»
El 10 de mayo arribó al km 5080 de la mítica ruta 40 en La Quiaca. Aquí cuenta el final del recorrido y su emoción. "El cansancio me pedía llegar, pero no quería que se terminara. Se me caían las lágrimas, no podía creer que lo había logrado".
Cómo les conté en la nota anterior, mi nombre es Aldana, tengo 41 años y vivo en Villa Gesell. Mi pasión más grande en esta vida es viajar. Después de haber subido al Abra del Acay, el punto más alto de la ruta 40, a 4895 msnm, decidí seguir mi aventura, por ésta misma ruta hasta La Quiaca. Después de haber ido a hacerle el service a la moto en Salta Capital , tomé la ruta 52 rumbo San Antonio de Los Cobres pueblo a 3760 msnm. Llegué cerca de las 18 hs. Conseguí hospedaje y antes de las 21 hs ya me guardé, el frío me atravesaba la ropa.
San Antonio está en pleno corazón de La Puna, árido, con sus casas de adobe y algunas aún conservan techos de caña. Hermoso calor durante el día, frío horrible, pero horribleee durante la noche.
Una vez más puse primera y arranqué hacia Susques a 161 km, hacia un nuevo desafío, la parte norte de la Ruta 40. Salí de San Antonio cerca de las 10:30 hs, antes ni loca, el frío era terrible. Tanque lleno, agua para el mate, unas bananas, agua y a la ruta. A unos 20 km lo primero que me encontré fue el imponente Viaducto de la Polvorilla, para mí, más allá de los paisajes de película, lo mejor de este tramo.
Con 63 mts de alto y 223,5 mts de largo y a casi 4200 msnm, convirtiéndolo así en uno de los trenes ferroviarios más alto del mundo con respecto al nivel del mar, esta increible obra nos hace sentir hormigas a su lado. Después de sacar las típicas fotos, subí. Se sube por un costado entre tierra y piedras, no es difícil, solo se siente un poco la falta de aire por la altura. La vista desde arriba es imperdible.
Seguí camino, el tramo desde ahí hasta Puesto Sey es el más lindo y el más complicado hasta llegar a Susques, pero no imposible. Hay muchas piedras, algunas grandes, serruchos, tramos angostos, partecitas con un poco de hielo, algún que otro río que cruzar pero muy chiquitos.
En este tramo también se ve el volcán Tuzgle y lo que me enteré en estos días, que se llama La Juguetería, son formaciones rocosas que tienen el aspecto de juguetes gigantes.
Después de Puesto Sey el camino está mucho mejor, con lo que hay que tener cuidado es con los badenes de arena que se forman. Doy gracias por tener una moto para la arena y por tener experiencia de manejo en ella, vivo en la costa y para ir a mi trabajo suelo hacer unos 20 km diarios en arena. Cuando me compré mi primera moto, una XR 100 a los 23 años, alguien me dijo, en la arena nunca hay que dudar… ¡acelerá! ¡Y eso hice!!
Antes de llegar a Huancar, se encuentra Pastos Chicos, un pequeño pueblito dónde hay un lugar para dormir, comer y hasta podés cargar nafta. Lo recorrí un poquito y seguí.
Llegué a Susques cerca de las 14:30 hs, pueblo a 3896 msnm, no me gustó, no me gustó el pueblo ni el trato de la gente. Fueron muy pocos los que me trataron amablemente. Lo único lindo, la iglesia.
En Susques fue el primer lugar en el que sentí síntomas por la altura, a la tarde comencé a sentir un dolor de cabeza terrible, me tomé más de un litro de té de coca y nada. Logré dormirme, me desperté temprano al día siguiente y emprendí viaje hacia Cusi Cusi. En el camino el dolor de cabeza empezó a mejorar.
Tanto imaginarlo y ya estaba a más de la mitad del camino de este tramo de la Ruta 40.
Salí temprano de Susques hacia Cusi Cusi, me separaban 180 km, me costó encontrar la salida a la ruta, pero lo logré, y una vez más me adentré sola al medio de la nada, o en realidad al medio de todo, de todo ese pedacito de universo, de toda esa inmensidad, esa naturaleza, esos colores, esa soledad, al medio de este planeta que no deja de maravillarme, al medio de las montañas dónde el silencio por momentos era un festín para mis oídos.
¿Qué decir de este tramo? A veces las palabras no alcanzan. Más allá de los paisajes mágicos, fluyeron más las sensaciones y los sentimientos. La felicidad de poder vivirlo, la hazaña de hacerlo sola, el sentirme rodeada de semejante lugar. La sensación de estar cumpliendo el sueño de muchos, pero sobre todo, uno de mis sueños. La sensación de ser insignificante en este mundo. La sensación de estar viviendo la vida al máximo y al límite.
Este tramo está realmente muy bueno, sobre todo desde Mina Pirquitas a Liviara. En cortos trayectos hubo serruchos, algunos arenales y algunos pequeños ríos que cruzar. Por suerte no es época de lluvia por lo que la moto pasaba como si nada.
Sólo una cosa! Antes de emprender este viaje muchas personas me advirtieron (lo cual agradezco) sobre las piedras, los arenales, los serruchos, sobre la falta de nafta, que lleve mucha agua, que lleve para emparchar, que si me quedaba en el camino las temperaturas a la noche llegaban a los 10 grados bajo cero, que lleve para prender fuego, etc etc.
Pero creo que ninguno (y si lo hicieron no lo recuerdo) me advirtió sobre los fuertes vientos que podría haber, por eso lo hago yo ahora para quienes quieran hacerlo. El viento de frente era tan duro que sentía como las pequeñas piedritas pegaban en mi casco, pero no era tan jodido como el que soplaba de costado, venía con tanta fuerza que me sacaba de la huella, trataba de ir por el medio para que no me sacará del camino. Así que mucho cuidado con esto.
Sacando lo del viento, el tramo fue maravilloso.
A medida que subía, los colores iban cambiando, cuánto más me acercaba a Cusi Cusi no podía creer lo que mis ojos veían.
Y el premio mayor, apenitas unos km antes de llegar, el Valle de La Luna, me bajé de la moto, me acerqué y mis ojos se abrieron como los de un búho y aunque crean que estoy loca, ahí parada en el medio de tanta belleza no pude evitar gritar: GRACIAS VIDA POR TANTO!!!!
Cusi Cusi es bellísimo al igual que su gente, es un pequeño pueblito en el que el tiempo parece no pasar, rodeado de montañas de todos los colores, donde las llamas andan como perritos en las calles, dónde el único lugar con wifi es la plaza; todos se reúnen ahí en busca de señal. Yo llegué y a los diez minutos medio pueblo sabía que yo estaba ahí. Imagínense que fui la única turista durante los dos días que estuve, era la intrusa. Pero me recibieron con los brazos abiertos.
Acá no se sabe qué es la inseguridad, el hostal en el que estuve tenía todas las puertas sin llave durante todo el día y la noche. Cuando le pregunté para guardar la moto, me señaló un lugar abierto y me dijo: igual no te preocupes que tiene la traba. La traba era un cable viejo con dos nuditos. Esa es la máxima seguridad que necesitan en este lugar.
Después de recorrer otros 180 km desde Cusi Cusi, comencé a ver: a 500 metros fin de la ruta 40, a 200 metros fin de la ruta 40. A medida que avanzaba y leía estos carteles, los sentimientos se me mezclaban, por un lado el cansancio me pedía llegar, tocar un poco de asfalto y buscar donde dormir, pero por otro no quería que se terminara.
Se me caían las lágrimas de la emoción, no podía creer que lo había logrado, sola y en moto. Pero ahí estaba, en La Quiaca, en el final de la mítica Ruta 40. Nuevamente gracias a la vida, al universo, a las hermosas personas que me crucé en el camino y a la moto que se bancó el ripio, el agua y la altura como la mejor.
Este tramo fue uno de los más lindos, pero no el más fácil. Salí cerca de las 10 hs de Cusi Cusi, el ripio no fue de lo mejor hasta Paicone, pero a medida que me acercaba a este pueblo me daba la sensación de que alguien había estado jugando con latas de pintura y salpicando cada roca que se les cruzaba en el camino, es difícil de explicar tanta belleza junta. Hasta ese momento ya había perdido la cuenta de cuantos ríos había cruzado, creo unos 5, pero no muy complicados.
Hasta que en un punto me encontré con «El Río», tenía que atravesar unos 3 metros de agua aproximadamente y estaba bastante movidita. Me bajé de la moto, tenía puestas botas de lluvia, así que me meti al agua caminando, hice 5 pasos y el agua me tapó la bota que me llegaba un poco más abajo de mi rodilla, por acá no paso ni loca dije, volví por el otro costado y había unos centímetros menos, aunque no me gustaba la idea, sabía que tenía que pasar si o si para seguir avanzando.
Me acerqué al agua y no pude, me fui hacia la izquierda en busca de otro paso, volví, lo enfrenté nuevamente y no pude. Esta vez me fui hacia la derecha en busca de otro paso y nada. Me dije a mi misma: Aldi llegaste hasta acá, acelerá y pasa. Y en ese momento no dudé! Una vez del otro lado grité de felicidad. Aceleré con una sonrisa de oreja a oreja.
El camino venía súper bien hasta que me topé con un cartel que decía: próximos 11 km la ruta 40 se transita por el lecho del río de la Quebrada de Paicone. Después del río que había cruzado, los que crucé en este tramo no fueron nada, el tema es que al ser el lecho de un río eran puras piedras y de tamaños considerables, pero el paisaje era tan hermoso, tan imponente y la sensación de estar navegando el río sin navegarlo, entre paredes rojizas de alturas inimaginables, que las piedras pasaron a ser un problema menor, mi mente estaba completamente en otro lado, no podía dejar de admirar y agradecer lo que estaba viviendo.
Después de esos km en la Quebrada, la ruta se puso mucho mejor, mucho más transitable y un tramo más adelante tuve una nueva satisfacción, estaba pisando el km 5000 de la ruta 40, saqué la foto del recuerdo y seguí.
Antes de continuar hacía La Quiaca, hice un desvío por la ruta 65 de 20 km para conocer Santa Catalina, pequeño pueblo, hermoso, pintoresco, el cual con una corta caminata se lo recorre completo. Ahí compré algo para comer y me sente con vista al río a tomar unos mates, a descansar y a llenar mi panza con unos sandwichitos de queso y tomate.
Volví a bajar esos 20 km para hacer el último tramo, sabía que me quedaba poco y en mi corazón no quería que se terminara. Ahí estaba el cartel que me indicaba hacia La Quiaca. Un recta bastante larga, una cuesta que creí que sería la última, pero no, al comenzar el descenso ví la siguiente cadena montañosa que me faltaba atravesar, recta nuevamente, ascenso, curvas, contracurvas y el último descenso que me bajaría en picada hasta La Quiaca. Cuántos sentimientos encontrados, alegría, tristeza, euforia, paz, ganas de gritar, ganas de escuchar ese silencio tan hermoso que aprecié durante todo el trayecto en medio de La Puna, felicidad absoluta.
Y como les conté antes, ahí estaban esos carteles que me indicaban cuántos metros faltaban para el final de esa increible ruta. Llegué, lo logré, pero no entendía nada, hasta ese momento no lograba tomar dimensión de lo que había hecho, no caía, intentaba volver al punto de inicio con mi mente para poder visualizar cada trayecto y se me formaba una nube, no podía. Hasta que entendí que mi bloqueo era éxtasis puro, felicidad de la más linda, realmente me sentí orgullosa de mi misma y no podía parar de sonreír. Ahí estaba, sola, con el cartel que me indicaba que había llegado al final de esta ruta que jamás en la vida me voy a olvidar, de esta ruta de la que ahora quiero ir a conocer su punto inicial, quiero ir a su km 0.
Les pedí a unos chicos que me sacaran una foto y me fui a Yavi, yo ya había estado en La Quiaca y sabía que ahí no me iba a quedar.
Llegué a Yavi pasadas las 18 hs, golpeé la puerta en tres lugares diferentes para dormir y a pesar de todos los carteles promocionandolos, nadie abría. Dónde voy a dormir? Me pregunté! Era un pueblo fantasma, aunque es bellisimooo! Pero todo pasa por algo… estaba por golpear la puerta en una de las últimas opciones y ví a una pareja, les pregunté si sabían de algún lugar abierto y económico para dormir. Y me dijeron, sí, en casa y gratis.
Él me comentó que me había visto en face, que me iba a escribir y se le pasó. Claudia y Diego son dos seres increíbles, que hace varios años decidieron comprarse un motorhome y convertirlo en su estilo de vida, los agarró la pandemia en Yavi y ahí quedaron hace más de un año. Me recibieron como si me conocieran de toda la vida, se pasaron de serviciales, ella cocina como los dioses y él te arregla lo que quieras, desde el cuerito de una canilla hasta el motor de un auto. Pasé tres noches con ellos y salí rumbo a Nazareno.
Yavi es un pueblo a 3516 msnm que fue declarado Lugar Histórico Nacional, digno de conocer, con todas sus casitas de adobe, en el que viven menos de 400 personas, su iglesia es Monumento Histórico Nacional y sus alrededores son merecedores de largas caminatas.
Llegué al final de la Ruta 40 pero no fue el final de mi viaje.
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Aldana Humberto tiene 41 años, vive en Villa Gessell y trabaja en la pizzería Nativa de Mar de las Pampas de septiembre a abril. Después, viaja.
Podés seguir sus aventuras en las redes en Por la Tierra y el Mar
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