Ruta 40: de Salta a Bariloche en un Fiat 600 cruzando el río Neuquén en un camión

En agosto de 1972, Carlos Álvarez y Susana Gallardo recorrieron unos 2.400 km de norte a sur por la ruta argentina más famosa. Entre lluvias y nevadas en pleno invierno, crónica de una aventura inolvidable que incluyó el cruce del río Neuquén en la caja de un camión.

Salieron de Salta por la ruta 40 rumbo a Bariloche a mediados de agosto de 1972 en un Fiat 600. Vivirían una aventura que nunca olvidaron: tras dejar atrás la lluvia y la nevisca de Chos Malal cruzaron un río Neuquén caudaloso y desbordado con el Fitito en la caja de un camión que arrastró la corriente.

El ingeniero forestal Carlos Álvarez y la estudiante de medicina Susana Gallardo, los dos de 25 años, se habían casado en enero y no pudieron disfrutar ni de vacaciones ni de luna de miel.

Bariloche. Carlos Álvarez y Susana Gallardo en agosto de 1972.

Aprovecharon dos feriados para coincidir en tener 10 días sin trabajar ni cursar y partieron sin planificar demasiado, sin mapa, con una carpa, dos bolsas de dormir y un colchón inflable a bordo de ese pequeño gran auto que marcó una época en la Argentina. Modelo 1971, lo habían comprado 0 km en cuotas.

Catamarca. Primera escala: desayuno antes de seguir viaje. Fotos de Carlos Álvarez y Susana Gallardo.

Con los padres de ella en Buenos Aires y parientes en Bariloche, surgió la idea de encontrarse todos de cara al lago Nahuel Huapi y las montañas de la ciudad rionegrina.

“En pleno invierno, sin saber cómo estaban los caminos. A los 25 años uno hace locuras así. Pero salió todo bien”, dice él desde Chajarí (Entre Ríos) su lugar en el mundo desde hace cuatro décadas, ahora ambos con 73 años, dos hijos y tres nietos.

Viaducto La Polvorilla, cerca de San Antonio de los Cobres, Salta.

Él de Lomas de Zamora (Buenos Aires) y ella de Comodoro Rivadavia (Chubut), fue una de sus tantas aventuras por esa mítica ruta, pero con detalles que la hacen única. Tanto, que al publicar las imágenes semanas atrás en Locos por la Ruta 40 en Facebook llovieron los me gusta. Esta es la historia detrás de las fotos.



Viajaron cinco días por la 40. El tiempo no sobraba: Carlos debía volver al norte para el inventario de árboles del proyecto de Naciones Unidas que lo había llevado hasta allá, Susana a su último año de estudio que la hacía alternar entre Salta y Buenos Aires.

Por eso la idea era parar poco, almorzar sándwiches en el auto sin detener la marcha, acompañar con mate o agua, reservar un buen vino para la cena cuando se podía, descansar y seguir.

Llamas en una de las bases del viaducto.

El sonido de fondo era la radio cuando captaban una, la mayoría de las veces chilena. Y si el paisaje a los costados pasaba de montañas a mesetas, de lagos a arroyos y alambradas, de frente era ripio, puro ripio de norte a sur, excepto de Jachal a Mendoza capital y la llegada a Bariloche.

Ripio, la postal que se repitió mientras avanzaban.

El tramo neuquino sería el escenario de la experiencia más extrema: cruzar el río Neuquén embravecido y caudaloso con el Fitito en la caja del camión Chevrolet de don Salvador Puccio.



El día anterior a ese cruce, en el ACA de Barrancas, al norte de Neuquén, les habían advertido a media tarde que era mejor hacer noche ahí, por las lluvias, las nevadas y el camino en mal estado.

“Pero seguimos de gallegos cabezaduras. Fue un error”, admite Carlos. Llegaron a Chos Malal alrededor de las diez de la noche y fue una bendición ver las luces del pueblo después de unas cuatro horas de oscuridad y neviscas. Siguió una ducha, la cena, un buen vinito.

En la hostería les advirtieron que no iba a dar para seguir el día siguiente, no se podía pasar el río Neuquén. «Mañana vemos, muchachos», respondió Carlos y se fueron a dormir.

San Antonio de los Cobres, Salta. En esa época, el Batallón de Gendarmería. Hoy es un hotel.

Después de desayunar, fueron hasta Vialidad a ver si los ayudaban a cruzar pero no hubo caso. Alguien comentó que solo don Salvador Puccio era capaz de embarcarse en una locura así.

Fueron hasta la casa, la mujer y el hijo no querían saber nada pero Carlos advirtió que él miraba con cara de me gustaría vivir esta aventura. Después de dos horas de mate y charla, dijo vamos.

Fueron rajando a buscar los bolsos a la hostería antes de que se arrepintiera o la mujer y el hijo lo convencieran. Quedaron en encontrarse en Vialidad para aprovecharon la estructura de carga para subir el Fiat a la caja. Cuando llegaron, don Salvador ya estaba ahí, el motor en marcha. «Estaba más loco que yo», recuerda Carlos. Ya era mediodía.


“Salimos de Chos Malal y cuando llegamos al río se mandó crudo como venía, convencido de que pasaba. Se clavó de punta, el agua se vino encima, lo giró de cola y quedó mirando al oeste. Se notaba que era muy buen camionero y había pasado antes lo que en mi recuerdo eran otros dos ríos que quizás eran ramificaciones del Neuquén, peludiando un poco en el segundo nomás. Pero esto era otra cosa, a mi me parecía el Paraná«, relata Carlos.

Neuquén. El camión en la margen norte del río antes de que se lo lleve la corriente.

«Alcanzó a acelerar y tocar el borde del río de vuelta para que el hijo, mi mujer y yo, que veníamos en la cabina. nos largáramos en la margen norte. El también bajó y con el hijo empezaron a escarbar pero el agua comenzó a llevarse el camión y se subió rápido antes de que se fuera”, agrega.

“El río se lo llevó como 200 metros y al final desde lejos solo alcanzábamos a ver el vidrio. En el 600 teníamos todo: los documentos, la plata, la ropa. No sé si fue por la corriente o por él, no tenía ninguna manera de saber qué pasaba, pero consiguió llegar a la orilla sur y empezar a treparse despacito. De a poco consiguió avanzar a llegar a la ruta del otro lado del Neuquén «, continúa.

«Yo le pedía la cámara a mi mujer porque todo eso era increíble y nadie nos iba a creer sin fotos, pero ella lloraba y gritaba ‘¡no tenemos nada!’ ‘¡no tenemos nada!’ Estaba todo en el auto, la plata, los documentos y el famoso gamulán en la margen sur, donde había camiones, camionetas y autos esperando para poder pasar, en algunos casos días, algo habitual para ellos. Nosotros habíamos quedado del otro lado. Ahora todo es muy divertido en el recuerdo, pero en ese momento no lo era”, dice Carlos con una sonrisa.

Margen sur. La foto que sacó Carlos antes de seguir viaje rumbo a Zapala.

¿Qué pasó después? Fueron hasta el campamento de Vialidad que estaba a unos metros a ver si les podían dar una mano para cruzar. Los muchachos habían seguido el espectáculo y uno de ellos incluso soltó un chiste: «Pruebe nadando».

«No me gustó nada el chiste y lo miré mal, pero cuando nos dijeron que no podían arriesgar las máquinas tenían razón. Ahí los locos éramos don Salvador y yo, mi mujer tampoco tenía nada que ver con esa locura. Al final uno dijo que un kilómetro arriba había unos baquianos que en una de esas nos podían ayudar».

Caminaron hasta que los encontraron, les explicaron lo que pasaba y los baquianos no dudaron. «Vamos», dijo uno. Hicieron otro kilómetro río arriba hasta el tramo donde el Neuquén se hacía ancho y más playo.

Carlos ya está en la margen sur. Susana viene con el baquiano en el medio del río, en un tramo más ancho y más playo.

Carlos cruzó solo en un caballo. Susana, aferrada a uno de los gauchos salvadores. «Nunca me apretó tanto a mi como a ese baquiano», dice Carlos y larga la carcajada. «El agua llegaba a la panza de los caballos», agrega.


Ya del otro lado, fueron a reencontrarse con don Salvador y el Fitito. Después de los abrazos y los agradecimientos siguieron hasta Zapala, donde durmieron.

Susana y su padre en el camping de los familiares en Bariloche.

Al día siguiente, de noche, llegaron a Bariloche. Alojados en un cuarto piso del hotel Pucón de familiares de Susana, a la mañana les trajeron el desayuno a la cama. Abrieron la ventanas y vieron el Nahuel Huapi, la Catedral, la nieve, las montañas. Estaban donde querían estar: la aventura había valido la pena.

Bariloche nevada. La vista desde el hotel de cara al lago Nahuel Huapi.

Solo estuvieron dos días, suficientes para maravillarse con la ciudad nevada y disfrutar de la calidez del reencuentro con la familia. Debían volver.

Bariloche. Susana la mañana siguiente a llegar, con el Fitito nevado. En 1974 lo vendieron y compraron un Renault 12.

El regreso fue por asfalto por Santa Rosa y Córdoba, ruta 9 hasta Salta. Llegaron a las cuatro de la madrugada del lunes y a las siete Carlos entró a trabajar: lo esperaban los árboles de la selva. Y a Susana, preparar los exámenes para recibirse de médica. El tiempo traería después otros cientos de viajes. Uno de los primeros, el que nunca olvidaron, había terminado.


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