Alonso Piñeiro, historiador – «Poncio Pilato tuvo un mérito inmenso: tratar de salvar la vida de Cristo»
Director de la revista "Historia" y autor de más de 80 libros, Alonso Piñeiro lleva más de medio siglo buceando en el pasado argentino. Pero su pasión es el medioevo.
– Le he escuchado decir que hay una inmensa superficialidad al definir a alguien como historiador…
– Sí, creo que los autores que ahora son sumamente conocidos, son escritores de historia, no son historiadores. No voy a hacer nombres, pero nunca han entrado a un archivo, nunca se quemaron las pestañas como lo hice yo durante más de medio siglo descubriendo nueva documentación. De manera que esos divulgadores de la historia, escriben para ganar plata…Toman 50 libros y escriben. Les gusta la plata, llevarse la plata al banco. ¡Qué le vamos a hacer! Curiosamente, Jorge Lanata, a quien no conozco y con quien tengo un océano de diferencias ideológicas, en su libro «Los Argentinos», en sus primeros tres capítulos, tiene una generosidad que yo no me la esperaba: Me cita 26 veces, mientras todos los demás autores me plagian de una manera muy lamentable, muy lamentable. Uno de ellos lo ha confesado…
– ¿Quién?
– (…)
¿Quién? Dígalo, porque…
¡»Pacho» O`Donnell! Yo era amigote de » Pacho» O`Donnell. Un día de hace un año y pico me encuentra en la calle, me abraza fuerte y me dice: «¡Armando querido, qué audacia la mía: plagiar a un historiador como vos!» Mi sorpresa fue tal que no supe cómo reaccionar ¡Y qué hablar de Pigna! ¡Con esos dos son ejemplos suficientes!
– ¿Están documentados los plagios?
– Claro. Muchos de mis colegas, cuando salían los libros de ellos, me decían «¡Che, fulano te plagió, ¿cuándo le vas a hacer una demanda?» «Está bien, ya sé», respondía. Yo dudaba entre hacer o no una demanda. Al final llegué a una conclusión indudablemente vanidosa. Me dije: ¿Para qué voy a hacer una demanda? Si me plagian, es porque se plagia lo bueno, nunca se plagia lo malo. Entonces me quedo con la vannitas vannitatium de considerar que soy bueno… Eso es todo en cuanto a esta gente, que además de plagiar, de tomar un poco de cada uno de una cincuentena de libros, deforma la historia de una manera lamentable. Ese no es mi trabajo.
– Siguiendo su razonamiento, ¿qué le estaría sucediendo a la investigación de la historia en Argentina?
– Que resulta más fácil deformar, inventar que investigar. Todo eso es mucho más fácil que meterse en un archivo, descubrir nuevos papeles…todo eso es más complicado.
– Sin embargo, a juzgar de cómo se consumen hoy libros de historia, pareciera que a la gente le gusta cómo se está escribiendo.
– ¡Por supuesto! De ahí mi sorpresa por el éxito de mi último libro («Yo, Poncio Pilato» – El complot de la traición) sea un best seller, el único de mis libros que llegó a ese plano… Está totalmente documentado. Las fuentes documentales están al final para no aburrir al lector. Lo escribí en un tono ameno, tono que no suelo emplear con mis otros libros.
– ¿Por qué trabajar sobre Poncio Pilato, que en todo caso es una figura ya muy «trabajada» por la religión cristiana?
– Porque tiene un mérito inmenso: Tratar de salvar reiteradamente la vida de Cristo. Es un mérito tan
grande que dos iglesias cristianas -cristiana ortodoxa y cristiana etíope- lo han declarado santo. Figura en el santoral tanto él como su esposa Prócula, que se había convertido al cristianismo en forma secreta. Esas iglesias vieron hace ya varios siglos la importancia que tuvo Poncio Pilato en todo ese tramo de la historia de Palestina. De ahí el reconocimiento al rol que tuvo.
– ¿Era algo más que un burócrata en el sistema del poder de Roma? Tiempo atrás, en defensa de la «traición» como mecanismo innovador en política, dos sociólogos franceses -Denis Jeambar e Ives Roucaute-, publicaron un libro que causó revulsivos varios entre la intelectualidad europea. Por sus páginas pasan las «traiciones» de De Gaulle, Felipe González, Mitterrand, Bismarck, etc, etc. En relación a Cristo, se preguntan ¿Qué sería de la pasión y gloria de Cristo sin la «traición» de Judas? Y siempre en tren de interrogantes como vectores de reflexiones, también se preguntan: «¿Hubiera nacido la Iglesia sin las negaciones de Pedro?» Sostienen entonces que el imperio moral de la Iglesia Católica se erige sobre el juicio de estos dos hombres: distingue la traición que no viola las reglas divinas de la cobardía que las transgrede. Pero en todo ese esquema de conductas, usted coloca a Poncio Pilato con miedos, con dudas a la hora de decidir…
– Con los miedos que son propios de los burócratas a través de los siglos. El era gobernador de Judea. Sin embargo, cuando advirtió que en relación a la proyección de Jesucristo pasaba algo extraño…
– ¿Qué era lo extraño?
– Bueno, la proyección de la prédica de Jesús…Incluso la propia Prócula, influye para que Poncio Pilato se conformara una imagen ajustada de lo que sucedía con Jesús. El toma conciencia de que Jesús es un emergente con mucha singularidad. Creo que debemos aclarar, por razones obvias, que la cristiandad no es amiga de Poncio Pilato… ¡Mató a Cristo! Pero la ley judía tampoco le tiene mucha simpatía a Poncio Pilato. ¿Por qué? Porque se negó reiterada y terminantemente a firmar la condena a muerte a Jesús…El pregunta, desde un comienzo, de qué delito se lo acusa a Jesús, y el Sanedrín le contesta: «Por empezar, no paga impuestos!» Es decir, lo colocan levantándose contra la autoridad imperial de Roma, hábil manera de ponerlo a Poncio Pilato frente a las leyes del Imperio Romano. «Eso no es cierto -responde Poncio Pilato-, ya que es escuchado a este hombre -Jesús-, decir: «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Además, paga impuestos». El Sanedrín insiste; intenta de todas maneras lograr la condena.
– Lo concreto es que Poncio Pilato afloja.
– ¡Ese es el tema! Lo hace presionado por el Sanedrín, que podía rebelarse, cosa que hará en el año `71.
– El pago de tributos es una entidad muy fuerte en el mantenimiento del Imperio Romano, incluso mucho más acá de aquellos tiempos, Juan Bautista Alberdi dice que esa política era uno de los sostenimientos básicos del imperio. ¿Jugó tanto en la acusación sobre Cristo?
– Muchísimo. Hubo toda una conducta fiscal que tiene que ver, claro, con la grandeza que logró Roma. Fue un imperio próspero. Yo no voy a abundar en datos de tópico ya muy estudiado con minuciosidad… Y le importaban las sociedades que dominaba; basta con recordar que a lo largo y ancho de su geografía semanalmente distribuía gratis pan y aceite, lo cual no fue chiste.
– Clientelismo…
– Bueno…
– Pero era un imperio pétreo, como escribió Gibbon hace dos siglos, «poder y más poder», lo cual quizá a la larga fue clave para su debilidad. ¿En esa cosmovisión de ejercicio de poder, cómo puede cuadrar Poncio Pilato?
– Vuelvo al concepto de burócrata: Sabía perfectamente hasta dónde llegar con su estilo algo inconcebible para con los perfiles del imperio. Sabía que no podía colocarse en situación de enojar al emperador, de ser eventualmente definido como rebelándose contra Roma. Pero eso no le impedía ser curioso, interrogarse sobre lo que estaba haciendo… Todo burócrata tiene, en momento dado, esos perfiles.
– ¿En todo ese camino miente?
– Lo hace para no transgredir en su relación con el emperador… Dice que los milagros que se le acreditaban a Jesús eran falsos, pero en Roma tenía información de que no lo eran. El famoso «lavarse las manos» se encuadra en esa conducta. Lo hace como acto ritual porque, como yo lo explico, no podía hacer más, lo superaba la presión destinada a matar a Cristo. Mire, Poncio Pilato es una figura apasionante, máxime cuando se la calibra en época y como engranaje de la máquina de poder que fue el Imperio Romano.
– ¿Al Vaticano, maestro en bajar línea a los cristianos, le cuesta reconocer un nuevo perfil de Poncio Pilato?
– Le cuesta y mucho, por eso me negaron las cartas que tanto tienen que ver con mi libro. Le cuesta porque implica revisar lo dicho y hecho sobre Poncio Pilato. Para el Vaticano están los Evangelios Canónicos sobre lo que hizo Poncio Pilato: matar a Jesús. Al Vaticano le vale eso y nada más. Mire, la acusación de deicidio formulada contra el pueblo judío fue levantada recién por Juan XXIII, en el Segundo Concilio Vaticano. Pero hasta ese momento se consideraba que Poncio Pilato era cómplice.
– ¿Tiene información de cómo cayó su libro en la jerarquía de la Iglesia Católica Argentina y eventualmente en El Vaticano?
– En relación al Vaticano, no. En cuanto a lo primero, monseñor Bergoglio me hizo una carta personal muy bella.
– ¿Qué le dice?
– Es personal. Pero es evidente que al escribirme en esos términos, es que está de acuerdo.
– Le dice: «¿Armando, usted anda cerca de la verdad» sobre Poncio Pilato?
– Así es. Y me pide que rece por él (por monseñor Bergoglio) Mi libro está escrito en tercera persona, pero fundado en documentación rigurosa situada en los Archivos Imperiales, de los Evangelios Canónicos y de los mal llamados Evangelios Apócrifos. Poncio Pilato escribió cinco cartas al emperador Tiberio. Las cinco están en el Archivo Secreto del Vaticano, que es el más secreto de los archivos del mundo. Yo soy amigo del Cardenal Mejía…
– ¿El argentino en el Vaticano?
– Efectivamente. Cuando yo comencé a trabajar para este libro él era director del Archivo Secreto de El Vaticano. Me escribió una carta diciéndome: «Véngase, yo le daré una mano». Lamentablemente, en el interregno tuvo que renunciar porque cumplió 75 años. El nuevo director del archivo es un francés. Hable con el secretario general del archivo, el doctor Carbone. Yo ya tenía dos de las cinco cartas que Poncio Pilato escribió al emperador Tiberio. Expliqué que quería acceder a las otras tres y a más documentación y él me dijo que esas cartas no estaban ahí…que no sé cuánto…En fin, hay que aclarar además, que el Vaticano también tiene un archivo ultra secreto, un laberinto de 25 kilómetros de estanterías que no se puede consultar si no es con la autorización del Papa, cosa que jamás ni este ni ningún Papa autorizó. Me emperré y le dije: «Mire, esas cartas están acá»… «No, no están»…. Me dio argumentos casi infantiles, algo extraño en un hombre de su capacidad, para demostrarme que ahí no estaban las cartas de Poncio Pilato. Me dijo: «Es imposible, porque el Archivo Secreto se fundó en el año 800, no tiene ningún documento anterior al año 800». Pero no se fundó en el año 800 si no dos siglos antes.
– ¿Se las dio el cardenal Mejía?
A usted tampoco se lo voy a decir. Son copias de dos cartas olvidadas, publicadas una única vez: en el Siglo XVI. Nadie las tuvo en cuenta.
– ¿A dónde conducen esas cartas en relación a Poncio Pilato?
– A que fue un hombre muy singular, inconcebible en ese marco imperial del que hablamos.
CARLOS TORRENGO
ctorrengo@yahoo.com.ar
- Le he escuchado decir que hay una inmensa superficialidad al definir a alguien como historiador...
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