Análisis: el riesgo de convulsión política en EEUU ya tiene al mundo en vilo

La incertidumbre viene acompañada de una fuerte polarización y una movilización que podría poner a la superpotencia mundial en una situación inédita de crisis institucional.

El resultado muestra un país polarizado en una “grieta” muy profunda. Foto: AP

A diferencia del año 2000, la posible resolución de la disputa electoral en Estados Unidos en la Justicia ocurre en una sociedad muy polarizada y fuertemente movilizada en bandos irreductibles.

Por segunda vez en los últimos 20 años, los estadounidenses se levantaron después del día de elección sin saber quién es su presidente: el republicano Donald Trump o el demócrata Joe Biden. Sin embargo, en esta oportunidad la incertidumbre viene acompañada de una fuerte polarización política y una movilización de sectores que podría poner a la superpotencia mundial en una situación inédita de crisis institucional.


Como se esperaba, la elección terminó siendo un asunto que se definía en unos pocos estados clave: los “estados oscilantes” (Florida, Carolina del Norte, Georgia, Arizona) que históricamente no tienen una mayoría clara demócrata o republicana y los principales estados del “cinturón industrial oxidado” del país: Ohio, Wisconsin, Pensilvania y Michigan.


Con millones de votos aún sin contar, el presidente Trump se proclamó vencedor en una breve aparición pública, lo que desató de inmediato la reacción de su rival Joe Biden, que prometió esperar hasta que se cuente “el último voto”.


Sucede que el sistema electoral estadounidense no es de elección directa. Como lo tuvo Argentina hasta la reforma constitucional de 1996, la elección es indirecta: los votantes de cada estado eligen una cantidad de “electores” asignada a cada distrito según su población, que luego se reúnen en un Colegio Electoral de 538 integrantes que define al nuevo presidente.


La mayoría necesaria para ser presidente son 270 electores, por lo cual el principal esfuerzo de los candidatos es ganar en los estados clave, para llegar a esa mayoría. Un dato adicional es que en la mayoría de los estados se aplica el sistema “el ganador se lleva todo”: es decir que en Florida, por ejemplo, aunque los republicanos hayan ganado por apenas un 1% de los votos se llevan los 29 electores de ese distrito y los demócratas ninguno.


A esta complejidad se añade que este año más de cien millones de electores (casi la mitad de los 218 millones de habilitados para sufragar) lo hicieron por correo o anticipadamente, lo que agrega complejidad al conteo.

En muchos estados se empieza el recuento de estos votos recién después de el escrutinio del voto presencial y en algunos casos se admiten votos hasta dos días después del comicio si fueron enviados el mismo martes de la elección. Estos son los votos que impugna Trump como “fraudulentos”, ya que sabe que por tradición, estos votos son mayoritariamente demócratas.

Este sistema de colegio electoral ha permitido que, aunque los demócratas han ganado la mayoría del voto popular en 4 de las últimas 5 elecciones presidenciales, en al menos dos de ellas los republicanos se alzaran con la presidencia. La última fue la de Trump, que tuvo casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton, pero ganó estados clave que le permitieron lograr la mayoría de los votos en el colegio.


Tampoco es la primera vez que la votación se define fuera del día de la elección. De hecho, la elección de George Bush fue definida por la Corte Suprema, después que en Florida fueran impugnados un puñado de votos decisivos que le dieron a los republicanos el triunfo en ese estado y por lo tanto en el Colegio Electoral, frente a Al Gore, que había ganado el voto popular.


Aquí Trump podría tener un aliado en la Corte: durante su mandato logró designar a tres de sus integrantes, (la última pocos días antes de las elecciones) y logró conformar una sólida mayoría conservadora en el máximo tribunal.



Sin embargo, esta vez la disputa legal por las votaciones en Wisconsin, Pensilvania y Michigan podría tener un impacto diferente. Se hacen en un país sumido en una crisis económica y social generada por la pandemia de coronavirus y dividido antagónicamente después de cuatro años de un liderazgo polémico y belicoso del carismático Trump. De hecho, anoche ya había indicios de importantes movilizaciones de ambos sectores para defender su visión de los resultados y en varias ciudades los comerciantes pusieron mamparas de protección en sus vidrieras por temor a disturbios.

En este tenso marco, un batallón de abogados de ambos partidos se apresta para presentar demandas y pedidos para permitir o impedir el conteo de los últimos votos, cuyo recuento podría demorar hasta el viernes. La actitud poco prudente de Trump de proclamarse ganador y denunciar “fraude” en la votación del correo que su gobierno maneja puede ser similar a la de arrojar nafta al fuego.


Más allá de la polémica, el resultado muestra un país polarizado en una “grieta” muy profunda que no sólo es política, sino también cultural y social. Una vez más las encuestas, que daban un amplio favoritismo a Biden, fallaron en medir la intención de voto de importantes capas de la población. Trump logró otra vez captar el voto rural, de las mayorías de hombres blancos conservadores del interior del país del sureste y medio oeste y de los hispanos en Florida ligados al exilio cubano y venezolano, con sus advertencias de la posible complacencia demócrata hacia los regímenes de Castro o Maduro. Biden arrasó en las costas más cosmopolitas y favorables a la globalización, en los sectores urbanos, las minorías afroamericana e hispana de origen mexicano, entre las mujeres y minorías sexuales.



En este marco, el país vivirá horas de tensión y zozobra hasta el viernes, cuando se debieran contar los últimos y definitorios votos en al menos tres estados, si es que no hay acciones judiciales que paralicen y estiren el proceso hasta un mes, como ocurrió en el años 2.000. El problema es que ahora hay una clase política y una militancia muchos menos dispuesta al compromiso y al diálogo.


El problema es que una democracia implica la aceptación de una serie de reglas tácitas y explícitas que regulan el conflicto entre quienes buscan el acceso el poder. Cuando desde la propia presidencia se decide desconocerlas o romperlas unilateralmente, puede habililitarse a que el sector opositor haga lo mismo, con lo que se abriría una crisis de consecuencias impredecibles en la principal potencia mundial. El riesgo es que una conflictiva no resolución de este conflicto pudiera transformar a un hecho importante para la comunidad internacional (como siempre son las elecciones en EE.UU.) en un hecho disruptivo y riesgoso para todo el sistema global, lo que explica la preocupación mostrada hoy tanto por los países europeos como los mercados.


Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios