Antonio Gorgni, un pionero

Por Osvaldo Pellín

Neuquén fue alguna vez un lugar vacante donde muchos compatriotas se imaginaron un sitio sin leyes. Fueron llegando en tropel de los más diversos lugares y hasta de Chile. A fines de los ’50, antes de que empezara esa llegada, arribó el Dr. Antonio Gorgni, ya cuarentón. No aspiró a ocupar primeros lugares y enseguida solicitó radicarse en el interior. Médico veterano de la Marina Mercante sueca, habrá imaginado el aislamiento en el interior como un navegar, pero por tierra adentro.

La ausencia de leyes está referida a una libertad para hacer, que provocaba de manera inmediata la sensación de que era posible un protagonismo que no se veía en otros lugares. Personas comunes o simplemente quienes venían en busca de una reivindicación por un fracaso anterior, enseguida hallaban una función que a poco los cargaría de notoriedad social.

Antonio, con su lucidez y extravagancias, se dio el gusto de ser rápidamente una persona conocida en Neuquén.

Había nacido en Médanos y estudió en la Universidad de Buenos Aires. Se embarcó como médico en la Marina Mercante sueca y esa experiencia le daría una visión original y superadora de lo social. Amigo y contemporáneo de Piazzolla, fue también un eximio pianista.

Tenía una visión moderna de la medicina social. Una capacidad artesanal para armar redes de prevención epidemiológica. Fue educador y motivador. Se vinculaba con las escuelas rurales y alentaba a los maestros, que fueron en muchos aspec-tos sus grandes colaboradores. Abordaba el alma de los chicos haciéndoles dibujar o trayéndolos a los lugares más cercanos que tuvieran alguna urbanización, con la intención de que ellos vieran lo que era una ciudad. Por entonces sólo esporádicamente se visitaban las ciudades vecinas. Y la gente pasaba a veces toda una vida en su paraje. Antonio adelantaba y generalizaba esa visita para que los chicos vieran otra realidad, como cuando en 1968, con la maestra de Las Ovejas, Irma Colombino, llevaron a cuarenta chicos del norte de la provincia a Buenos Aires. Era su pasión por un esforzado intercambio cultural, para que niños del campo muy humildes viviesen una realidad alternativa.

Su salario lo repartía entre las familias menos pudientes casi de manera inmediata a que lo percibiera.

Se burlaba de la burocracia utilizando verdadero ingenio. Cuando le solicitaron que enviara su vehículo para que le estamparan la leyenda de “Uso Oficial Exclusivo”, mandó en un camión a su yegua, que era el único vehículo con que contaba el hospital.

Fue un agnóstico confeso. Un amante de los avances de la ciencia y la racionalidad y todo lo que fuera pensamiento o conducta no basada en esos criterios merecía su rechazo, sin concesiones.

Fue una llave maestra para la apertura de nuevos establecimientos sanitarios en el norte de la provincia y de su Plan de Salud, donde actuó como asesor del entonces ministro de Bienestar Social, Dr. Alberto Del Vas, con quien trabó una amistad intensa y leal. Fundó la escuela secundaria de Andacollo, donde el hospital rural de esa localidad lleva su nombre. Fue un original estratega en las acciones para la prevención de la salud. Un amante y protector de la infancia. Becó a cientos de chicos de su propio y menguado bolsillo. Y un destacado estudioso de la antropología y la arqueología de la provincia, con observaciones y estudios que merecieron la ponderación de expertos como Schobinger, en Mendoza. Fue el primer médico radicado en Las Ovejas, Varvarco y Manzano Amargo, en establecimientos sanitarios que abría por su propia iniciativa y con el apoyo de los vecinos en construcciones precarias. Estas concreciones, basadas en el sacrificio y la mejor voluntad, iban siendo un estímulo como para que el sector público oficializara poco después la radicación de médicos en esos lejanos parajes. Su devoción por el norte neuquino quedó plasmada en su épico poema titulado: “A Minas Legendaria”, que oportunamente fuese publicado por “Río Negro”.

Cuando comenzó a decaer su salud, la enfermera Salomé Orellana lo cuidó con afecto y denuedo, en su propia casa, hasta el fin de sus días.

Ha muerto hace diecisiete años, un 23 de diciembre. Lo recordamos como un pionero de estos tiempos en los que Neuquén es, todavía, un lugar vacante para emprender sueños.

(*) Con la colaboración de los Dres. Horacio Lores y Enrique Zabert


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