Devolver el futuro
Enfrentar la coyuntura sin debatir los problemas de fondo sólo da como resultado pseudo soluciones que a la larga terminan siendo un nuevo problema. Así pasaba en casa con la pérdida de agua en el tanque de reserva. Intenté taparla con pegamentos, siliconas y otras yerbas y lo único que logré fue un nuevo problema asociado a aquella vieja pérdida que recién se solucionó cuando al fin y al cabo cambié el tanque. Por lo tanto, es necesario que nos tomemos tiempo para reflexionar y debatir los problemas de fondo en nuestra ciudad para poder encontrar soluciones definitivas, aun cuando el camino implique cuestiones coyunturales. Hoy una de las cuestiones que pesan sobre el ánimo de los sectores más vulnerables de Bariloche es haber perdido la idea de futuro, sobre todo de un futuro que pueda ser mejor que el presente e incluso que el pasado. Lo grave no es que esto sea una percepción, sino que ha pasado a ser parte de un cambio cultural; es decir, se ha internalizado en los haceres y costumbres de parte de nuestra población y por lo tanto influye y determina conductas sociales. No hubo elección para estos grupos, fueron víctimas de un sistema que los llevó a vivir en estas circunstancias. No es una consecuencia momentánea, sino que se fue gestando durante décadas, con una gran acentuación en la del 90 y con esfuerzos importantes para salir de esta situación a partir del 2003 pero sin lograrlo en un grupo importante, aquel que a veces se denomina el “de la pobreza estructural”. En Bariloche datos de la Fundación Nutriente Sur nos dicen que un 18,8% de la población se encuentra en situación de pobreza. Estamos hablando de unas 7.200 familias. El número impresiona y nos habla de la magnitud de la tarea, que no consiste solamente en asistir a lo injusto que significa la pobreza, que es lo que al menos se suele intentar, sino que, por lo que hablábamos antes, significa accionar en la devolución de la imagen de futuro a ese grupo social. La inexistencia de futuro corta la cadena virtuosa que se puede establecer entre el deseo de una mejora de la calidad de vida, el esfuerzo para alcanzarlo y la concreción del mismo. Tiene como consecuencias visibles el abandono o la búsqueda inmediata de la satisfacción por cualquier medio. Obviamente, esto se da en mayor medida en los sectores más jóvenes. Analizar el problema de fondo implica tratar de observar todas las causas, y una que ha contribuido fundamentalmente es haber constituido durante décadas políticas que, además, hicieron de la indignidad una forma de vivir. Es decir, muchas familias creen que vivir en condiciones lamentables es la única manera que tienen de vivir y se han acostumbrado a ello. No sólo eso, sino que otra parte de la sociedad se ha acostumbrado a que eso pase a su lado. Aquellos han internalizado, como víctimas de una situación, que la indignidad es natural. Este concepto, que es polémico, me parece necesario postularlo para que podamos analizar soluciones. Incluso admitiendo que puedo estar equivocado en la reflexión, considero necesario poner sobre la mesa esta idea. De ser así, no estoy cuestionando los planes sociales como el de la asignación universal –totalmente necesario–, sino que debemos proponernos complementarlos con políticas activas que devuelvan dignidad. El desafío, entonces, es más profundo que lo que podíamos suponer en un análisis centrado en carencias solamente materiales. Debemos trabajar en hacer esto último por una cuestión de supervivencia pero teniendo claro que debe estar enmarcado en políticas de fondo que produzcan cambios culturales transformadores. Para ello me gustaría mencionar la idea de la consolidación de círculos virtuosos internos diversos que apunten a estos cambios profundos; es decir, desarrollar políticas que permitan desde lo micro trabajar estrategias donde los sectores vulnerables se vayan recomponiendo y reencontrando valoraciones. Cecy, una joven madre de un barrio barilochense, me decía: “Estoy cobrando el programa Argentina Trabaja, pero nadie nos dice qué hacer. Yo, por las dudas, salgo todos los días a las 8:30 de casa y vuelvo a las 16:30. No puedo hacer que mis hijos crean que no trabajo. A nuestra situación no puedo agregarle una mala enseñanza para ellos”. Aquí cerrar el círculo virtuoso sólo necesita de una acción del Estado: conseguir una tarea. (*) Ingeniero nuclear. Dirigente social de Fundación Gente Nueva. Bariloche
GUSTAVO GENNUSO (*)
Enfrentar la coyuntura sin debatir los problemas de fondo sólo da como resultado pseudo soluciones que a la larga terminan siendo un nuevo problema. Así pasaba en casa con la pérdida de agua en el tanque de reserva. Intenté taparla con pegamentos, siliconas y otras yerbas y lo único que logré fue un nuevo problema asociado a aquella vieja pérdida que recién se solucionó cuando al fin y al cabo cambié el tanque. Por lo tanto, es necesario que nos tomemos tiempo para reflexionar y debatir los problemas de fondo en nuestra ciudad para poder encontrar soluciones definitivas, aun cuando el camino implique cuestiones coyunturales. Hoy una de las cuestiones que pesan sobre el ánimo de los sectores más vulnerables de Bariloche es haber perdido la idea de futuro, sobre todo de un futuro que pueda ser mejor que el presente e incluso que el pasado. Lo grave no es que esto sea una percepción, sino que ha pasado a ser parte de un cambio cultural; es decir, se ha internalizado en los haceres y costumbres de parte de nuestra población y por lo tanto influye y determina conductas sociales. No hubo elección para estos grupos, fueron víctimas de un sistema que los llevó a vivir en estas circunstancias. No es una consecuencia momentánea, sino que se fue gestando durante décadas, con una gran acentuación en la del 90 y con esfuerzos importantes para salir de esta situación a partir del 2003 pero sin lograrlo en un grupo importante, aquel que a veces se denomina el “de la pobreza estructural”. En Bariloche datos de la Fundación Nutriente Sur nos dicen que un 18,8% de la población se encuentra en situación de pobreza. Estamos hablando de unas 7.200 familias. El número impresiona y nos habla de la magnitud de la tarea, que no consiste solamente en asistir a lo injusto que significa la pobreza, que es lo que al menos se suele intentar, sino que, por lo que hablábamos antes, significa accionar en la devolución de la imagen de futuro a ese grupo social. La inexistencia de futuro corta la cadena virtuosa que se puede establecer entre el deseo de una mejora de la calidad de vida, el esfuerzo para alcanzarlo y la concreción del mismo. Tiene como consecuencias visibles el abandono o la búsqueda inmediata de la satisfacción por cualquier medio. Obviamente, esto se da en mayor medida en los sectores más jóvenes. Analizar el problema de fondo implica tratar de observar todas las causas, y una que ha contribuido fundamentalmente es haber constituido durante décadas políticas que, además, hicieron de la indignidad una forma de vivir. Es decir, muchas familias creen que vivir en condiciones lamentables es la única manera que tienen de vivir y se han acostumbrado a ello. No sólo eso, sino que otra parte de la sociedad se ha acostumbrado a que eso pase a su lado. Aquellos han internalizado, como víctimas de una situación, que la indignidad es natural. Este concepto, que es polémico, me parece necesario postularlo para que podamos analizar soluciones. Incluso admitiendo que puedo estar equivocado en la reflexión, considero necesario poner sobre la mesa esta idea. De ser así, no estoy cuestionando los planes sociales como el de la asignación universal –totalmente necesario–, sino que debemos proponernos complementarlos con políticas activas que devuelvan dignidad. El desafío, entonces, es más profundo que lo que podíamos suponer en un análisis centrado en carencias solamente materiales. Debemos trabajar en hacer esto último por una cuestión de supervivencia pero teniendo claro que debe estar enmarcado en políticas de fondo que produzcan cambios culturales transformadores. Para ello me gustaría mencionar la idea de la consolidación de círculos virtuosos internos diversos que apunten a estos cambios profundos; es decir, desarrollar políticas que permitan desde lo micro trabajar estrategias donde los sectores vulnerables se vayan recomponiendo y reencontrando valoraciones. Cecy, una joven madre de un barrio barilochense, me decía: “Estoy cobrando el programa Argentina Trabaja, pero nadie nos dice qué hacer. Yo, por las dudas, salgo todos los días a las 8:30 de casa y vuelvo a las 16:30. No puedo hacer que mis hijos crean que no trabajo. A nuestra situación no puedo agregarle una mala enseñanza para ellos”. Aquí cerrar el círculo virtuoso sólo necesita de una acción del Estado: conseguir una tarea. (*) Ingeniero nuclear. Dirigente social de Fundación Gente Nueva. Bariloche
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios