Atajos

Redacción

Por Redacción

PALIMPSESTOS

Néstor Tkaczek ntkaczek@hotmail.com

Recuerdo un libro famoso titulado “Más Platón y menos Prozac” de Lou Marinoff que hace unos diez años fue todo un acontecimiento editorial. En realidad el libro no hacía otra cosa que utilizar la filosofía -en cuentagotas-, y sobre todo a los grandes filósofos para afrontar los problemas cotidianos y otros más trascendentales que todo ser humano tiene a lo largo de su vida: las pérdidas, los cambios de trabajo, de lugar, las presiones, el amor, la soledad, y todos los etcéteras que se te ocurran. El libro no deja de ser, maquillado o no, uno de esos textos denominados de “autoayuda”, cuyo barniz filosófico es eso, una pequeña capa de algunas ideas de filósofos ilustres. Pero lo que me parece rescatable es la propuesta que busca desterrar el facilismo con que nos manejamos, busca poner otra vez sobre el tapete el culto al esfuerzo y la reflexión sobre nosotros mismos. Y ese facilismo está resumido en el Prozac del título, el nombre comercial del antidepresivo más famoso de la década del 90 que funcionaba como la gran panacea a nuestros desvelos. Nada ha cambiado una década después, y algún sociólogo ha definido a esta sociedad posmoderna como una sociedad de “atajos”, de soluciones rápidas y fáciles. Nos resulta mucho más cómodo y aséptico tratar los síntomas que afrontar el problema. Acostumbrados como estamos a los atajos de teclado saltamos sin dudarlo a los atajos farmacéuticos. Así, pastillita bajo la lengua a la mañana para afrontar las cargas del día, y por si hace falta refuerzo de dosis después de la comida, gotitas en la noche para conciliar el sueño, supositorios los fines de semana para evitar conflictos y la depre del domingo a la tarde. Un negocio redondo para la industria farmacéutica y todos felices; salvo un nimio detalle: los problemas siguen sin solucionarse, y además se acumulan. No hace mucho en una de mis clases de secundaria, uno de los alumnos estaba realmente insoportable y no me permitía avanzar con la tarea, después de pedirle de mil maneras que se ubique en la situación en la que estábamos y de provocar mi hartura y el cansancio de sus compañeros, me dijo que estaba así porque no estaba medicado. “Sí, profe, yo tomo una pastillita que me recetó el neurólogo, se me terminaron y mi vieja no me las compró todavía”. En ese momento yo pensaba que gustoso le compraría varias… pero de cianuro. Lo que me explicaron después es que el adolescente en cuestión padecía de “Déficit y Desorden de la Atención” (ADD, en inglés); cuyos síntomas pueden resumirse en: dificultad para sostener la atención por un período, impulsividad, hiperactividad (en algunos casos), dificultad para postergar las gratificaciones, trastornos de la conducta social y escolar, dificultades para mantener cierto nivel de organización en la vida y en la tareas personales (estudio , trabajo, relaciones interpersonales) y daño crónico en la autoestima. El problema es que a medida que se ha popularizado su diagnóstico han aumentado los casos en forma increíble, y esto es preocupante porque podemos preguntarnos hasta qué punto este trastorno es real en muchos casos y no enmascara o disimula otras falencias que el propio sujeto o los padres deben hacerse cargo: apatía, falta de una cultura del esfuerzo, falta de voluntad y temple, falta de hábitos, rebeldía, irresponsabilidad, falta de atención, ausencia de valores y metas, etc. Es más fácil el atajo de la pastilla (en muchos casos necesaria) para desembarazarnos del problema. Y la creencia en que una droga (en este caso el Metilfenidato) solucionará mis dificultades, la tenemos en el incremento exponencial del consumo que se observa en épocas de exámenes universitarios. Según los estudiantes la pastillita proporciona una mayor concentración y más horas de vigilia. En fin, Freud decía que “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra serlo”; es posible que haya una tercera vía.


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