Ni prótesis ni dispositivo médico: así es KIVO, el vehículo que busca devolver la dignidad a la movilidad reducida
El diseñador Alejandro Carpena explicó a Diario RÍO NEGRO los detalles de su propuesta conceptual. Lejos de la mirada funcionalista, busca crear un medio de transporte que priorice la ergonomía y la integración social, evitando que el usuario se sienta "paciente".
En un contexto donde la movilidad suele pensarse en términos de eficiencia, velocidad o tecnología, hay proyectos que eligen detenerse en otra pregunta: cómo se mueve un cuerpo cuando el diseño lo respeta. KIVO nace desde ese interrogante y propone una mirada distinta sobre los vehículos destinados a personas con movilidad reducida, alejándose de la lógica asistencial y del lenguaje médico para construir una experiencia que acompañe, incluya y dignifique.
Detrás de esa idea está el diseñador industrial Alejandro Carpena, creador de KIVO, un proyecto conceptual vinculado a la plataforma Niccoló, quien explicó en diálogo con Diario RÍO NEGRO que la iniciativa fue concebida como algo más que un vehículo adaptado. Mientras Niccoló responde a una necesidad funcional y técnica concreta, KIVO plantea una evolución profunda: pasar de la resolución técnica a una experiencia de movilidad ética, inclusiva y respetuosa, donde la dignidad y la presencia ocupan un lugar central.
La génesis del proyecto no parte de la idea de carencia, sino de una observación crítica sobre cómo históricamente se diseñaron muchas soluciones para personas con movilidad reducida. Carpena sostuvo que, en el afán de resolver lo técnico, suele quedar relegado lo emocional, lo simbólico y lo humano. KIVO nace, entonces, como un gesto de respeto: un objeto que no solo acompaña al cuerpo, sino también a la autoestima y a la posibilidad de habitar el espacio público sin estigmas.
El diseño está orientado a personas con movilidad reducida y prioriza el acceso lateral sin desniveles, una ergonomía adaptada y una estética contenida, pensada para evitar la sobreestimulación visual. La intención es clara: que el vehículo no se perciba como una prótesis ni como un dispositivo médico, sino como una extensión amable del cuerpo. Incluso la elección de materiales reciclados refuerza esta lógica ética, reparando al mismo tiempo el entorno y el vínculo con quienes han sido históricamente excluidos.

Ingeniería sensible: cuando la técnica se pone al servicio del
cuerpo
Uno de los mayores desafíos del proyecto fue lograr una estructura que combinara precisión técnica con sensibilidad ergonómica. Desde la ingeniería, el equipo trabajó en un sistema de suspensión adaptativa capaz de amortiguar el movimiento en distintos terrenos sin perder estabilidad ni control, y en un eje de giro con geometría optimizada que permite maniobras suaves en espacios reducidos. La geometría del chasis fue clave: debía ser resistente, liviana y fácil de maniobrar, evitando la fatiga del usuario.
Desde el diseño industrial, el reto fue evitar que KIVO quedara asociado a la lógica médica. Por eso se optó por líneas limpias, materiales nobles y una lógica de ensamblaje simple, que facilita el mantenimiento y la personalización sin complejidad. Cada ángulo, cada apoyo y cada rueda
responden a una necesidad concreta del cuerpo, sin exigir esfuerzo adicional. La seguridad no se expresa solo en términos estructurales, sino también emocionales: el usuario se siente contenido, respetado, no expuesto.
Autonomía, colaboración y el futuro del proyecto
Carpena remarcó ante Diario RÍO NEGRO que espera que KIVO impacte en la vida cotidiana de sus usuarios mucho más allá del desplazamiento físico. En su visión, el vehículo puede marcar la diferencia entre depender y elegir, entre quedarse en casa o salir, entre ser asistido o ser protagonista. La independencia que propone es tanto física como emocional: recuperar confianza, ritmo y deseo de estar.
El desarrollo del proyecto incluyó desde el inicio la colaboración con expertos en movilidad, terapeutas ocupacionales y personas con discapacidad, entendiendo que la autonomía no es solo técnica. Cada ajuste fue validado en diálogo con quienes realmente iban a usar el vehículo, evitando imponer
soluciones y construyéndolas de manera conjunta. Esa escucha fue clave para que KIVO no sea solo funcional, sino también respetuoso.
De cara al futuro, los próximos pasos apuntan a llevar el prototipo a una versión industrializable, optimizando materiales, procesos y costos sin perder la sensibilidad original. El proyecto ya avanza en alianzas con universidades y centros terapéuticos, y prepara una estrategia de comunicación que busca algo más que mostrar un producto: instalar la movilidad como un derecho ligado a la dignidad humana. Porque, para Carpena, llevar KIVO al mercado también es abrir una conversación sobre cómo queremos habitar el mundo.
En un contexto donde la movilidad suele pensarse en términos de eficiencia, velocidad o tecnología, hay proyectos que eligen detenerse en otra pregunta: cómo se mueve un cuerpo cuando el diseño lo respeta. KIVO nace desde ese interrogante y propone una mirada distinta sobre los vehículos destinados a personas con movilidad reducida, alejándose de la lógica asistencial y del lenguaje médico para construir una experiencia que acompañe, incluya y dignifique.
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