Bicentenario: dos héroes, piezas clave del Congreso de Tucumán
Opiniones
Armando Mario Márquez – Presidente de la Junta de Estudios Históricos del Neuquén
Durante el curso del 2016 que se inicia rememoraremos los doscientos años de la declaración de nuestra independencia nacional, con lo que concluirá lo que se ha dado en llamar el “bloque del bicentenario”, que engloba los importantes episodios de orden político institucional ocurridos en los primeros momentos de nuestra historia patria, que se inician con los sucesos de mayo de 1810, cuyo momento culminante fue la entronización de la Primera Junta de Gobierno, y se extienden, precisamente, hasta el acontecimiento indicado al inicio de este párrafo. Ya se han empezado a ver propagandas, eslóganes y frases alusivas, lo que, descuento, se irá incrementando a medida que se acerque el mes de julio. Quiero sumarme al homenaje, pero no destacando el relato histórico de los hechos, lo que no habrá de faltarle al lector, sino que me propongo enfatizar la labor de dos de nuestros grandes hombres, cuya voluntad y su acción estuvo orientada hacia la consecución del objetivo libertario, sin cuyo importante concurso aquello no se hubiera materializado. “¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No le parece una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al gobierno de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos hace falta más para decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podemos emprender cuando estamos a pupilo y los enemigos (con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos? Esté usted seguro de que nadie nos auxiliará en tal situación. Por otra parte, el sistema ganaría el 50% con tal paso. ¡Ánimo! Que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo: si no se hace el Congreso es nulo en todas sus partes, porque resumiendo éste la soberanía es una usurpación que se hace al que se cree verdadero soberano, es decir a Fernandito”. En tales severos términos se dirigía D. José de San Martín, quien desde 1814 se desempeñaba como intendente gobernador de Cuyo, a Tomás Godoy Cruz, diputado por la provincia de Mendoza al cónclave de San Miguel del Tucumán, en carta fechada el 5 de mayo de 1816, respondiendo a una similar generada en el fluido intercambio epistolar entre ambos en la que el representante le había dicho que la declaración de la independencia “no era soplar y hacer botellas”. Pero no sólo en este episodio podemos señalar el espíritu independentista del prócer, sino también lo acreditamos en que, tras la sanción del Estatuto Provisional de 1815, en el que se invitaba a las provincias a mandar a sus diputados al Congreso de Tucumán, al advertir que el llamado lo era al dictado de una Constitución soslayando precisamente lo más importante cual el dar el grito de Libertad anhelado, se comunicó con todos sus contactos en las provincias para que, como lo hicieran las de Cuyo, bajo su gobierno, instruyeran a sus representantes al respecto, gestión que tuvo la debida repercusión y generó, en definitiva, el resultado final que acá recordamos. Obviamente son sólo dos episodios de entre muchos más que signaron su lucha por nuestra independencia. No menor fue el inflexible espíritu de D. Manuel Belgrano, plasmado en concretas acciones en pos del objetivo emancipador, aunque, a diferencia de aquél, que operó a la distancia, el creador de la bandera nacional lo hizo desde el seno del Congreso, ya que, habiendo sido designado comandante en jefe del Ejército del Norte por el director supremo Juan Martín de Pueyrredón –a instancias de D. José de San Martín–, fue invitado a que, de paso hacia la asunción de su destino militar, pasara por la capital norteña a informar a los miembros del Congreso ahí reunido sobre la misión diplomática que había cumplido recientemente en Europa. No sólo hizo eso, sino que la letra de la historia patria nos dice que intercambió activamente con los congresales y que tomó parte en la sesión secreta del 5 de julio de 1816 en la que se discutió la forma de gobierno a darle a la nueva nación, a plasmarse en la Constitución que habría de dictarse una vez cumplido el imperativo de la independencia. Su presencia fue muy decisiva, trasmitiendo a los actores del Congreso sus férreas convicciones sobre la necesidad de la declaración de nuestra independencia nacional, la que pocos días después, el 9 de julio de 1816, estando presente el prócer en suelo tucumano, por fin se declaró, tras lo cual siguió su camino al extremo norte. También, como en el caso anterior, se trata de episodios importantes, pero no aislados, ya que su vida nos ofrece muchos ejemplos de su compromiso con la libertad, a tal punto que al preguntársele en una ocasión “si se consideraba un padre de la patria” respondió que “se contentaba con ser un buen hijo de ella”. En estas breves líneas, como ya lo adelantara, he querido destacar la labor de dos hombres que, sin por ello desmerecer la decisión de los Congresales reunidos en la ocasión, fueron determinantes en la declaración de nuestra independencia nacional. Que nuestro recuerdo y nuestra memoria esté signada por ello. (*) Presidente de la Junta de Estudios Históricos del Neuquén
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