Caída estrepitosa
Los intentos en ocasiones violentos de los sindicalistas de apoyar a Aerolíneas, han reducido su valor a los ojos de todos.
Es posible -más, es probable- que algo llamado «Aerolíneas Argentinas» logre sobrevivir a los conflictos de toda clase que lo están agitando estos meses últimos, pero sorprendería que la empresa así denominada tuviera mucho en común con aquella que se ha convertido en símbolo de lucha para las muchas personas que creen que su destino está íntimamente vinculado con el del resto del país. Para que Aerolíneas pueda mantenerse viva en el ámbito sumamente competitivo que es el aerocomercial, quienes finalmente se queden con el nombre tendrán que emprender una obra de reconstrucción muy drástica que, es de prever, comenzará con el despido de miles de empleados, los cuales, desde luego, protagonizarán desmanes similares a los producidos en el curso de las semanas últimas, con el resultado de que cualquier operación de rescate será considerada como un fracaso miserable. Desgraciadamente, no es factible lo que están reclamando los sindicalistas y, de forma menos estridente, los que se han sumado a su causa por motivos nacionalistas, todos los cuales sueñan con una empresa parecida a la tradicional que pague bien a empleados que disfruten de un grado razonable de estabilidad laboral y que recupere el lugar en el mundo que ocupaba antes de la privatización. No lo es porque el negocio aerocomercial está haciéndose cada vez más duro y hasta las líneas de bandera de países que son mucho más ricos que el nuestro han de luchar denodadamente por continuar volando. He aquí la razón principal por la que la privatización de Aerolíneas ha producido frutos tan amargos. Mientras que las empresas que se encargaron de suministrar los servicios eléctricos, telefónicos, etc., han podido concentrarse plenamente en el mercado local poco exigente, Aerolíneas no tuvo otra alternativa que la de salir a competir con las líneas mejor capitalizadas y más eficientes: una empresa de bandera no cuenta con la opción de dedicarse a los vuelos de cabotaje. Puede que la diferencia entre la compañía y sus rivales de otros países nunca haya sido muy grande, pero sucede que hoy en día no basta con ser «casi» tan eficiente como las demás: a menos que una aerolínea sea plenamente capaz de igualarlas en todos los ámbitos, tendrá que depender de los subsidios que le reporten los contribuyentes. Aunque los indignados por lo que le ha ocurrido a Aerolíneas han brindado la impresión de que muchos estarían más que dispuestos a pagar por el privilegio de sentirse codueños de una aerolínea a su juicio prestigiosa cuya presencia en el exterior les motive cierto orgullo, la realidad es que el país de nuestros días ya no está en condiciones de darse tales lujos. De más está decir que el dilema ante Aerolíneas se asemeja mucho al enfrentado por el país en su conjunto: es por eso que la reacción pública ante su presunta agonía ha sido tan fuerte. Para sobrevivir, tanto la aerolínea como el país tendrán que adaptarse a las circunstancias y los directamente interesados en el porvenir de Aerolíneas no son los únicos que entienden que desde su propio punto de vista los costos de hacerlo serían mayores que los eventuales beneficios. Puede entenderse, pues, la voluntad de tantos de luchar por conservar lo que todavía queda del viejo orden, pero si bien sus sentimientos son comprensibles esto no es óbice para que su manera de manifestarlos, lejos de mejorar la situación de los que creen defender, sólo sirva para agravarla. Es evidente que los intentos en ocasiones violentos de los sindicalistas, acompañados por militantes izquierdistas, populistas y nacionalistas, de apoyar a Aerolíneas han reducido su valor a ojos de todos salvo ellos mismos, pero puesto que no figurarán entre los que finalmente comprarán los despojos de la vieja empresa estatal, sus logros propagandísticos han sido conseguidos a expensas del futuro de la compañía con la que están comprometidos. Del mismo modo, todos aquellos que están participando en batallas similares contra el cambio están en efecto contribuyendo a empobrecer al país, al socavar su capacidad para prosperar en un mundo que sin duda alguna será tan hipercompetitivo como ya lo es el mercado aerocomercial internacional.
Es posible -más, es probable- que algo llamado "Aerolíneas Argentinas" logre sobrevivir a los conflictos de toda clase que lo están agitando estos meses últimos, pero sorprendería que la empresa así denominada tuviera mucho en común con aquella que se ha convertido en símbolo de lucha para las muchas personas que creen que su destino está íntimamente vinculado con el del resto del país. Para que Aerolíneas pueda mantenerse viva en el ámbito sumamente competitivo que es el aerocomercial, quienes finalmente se queden con el nombre tendrán que emprender una obra de reconstrucción muy drástica que, es de prever, comenzará con el despido de miles de empleados, los cuales, desde luego, protagonizarán desmanes similares a los producidos en el curso de las semanas últimas, con el resultado de que cualquier operación de rescate será considerada como un fracaso miserable. Desgraciadamente, no es factible lo que están reclamando los sindicalistas y, de forma menos estridente, los que se han sumado a su causa por motivos nacionalistas, todos los cuales sueñan con una empresa parecida a la tradicional que pague bien a empleados que disfruten de un grado razonable de estabilidad laboral y que recupere el lugar en el mundo que ocupaba antes de la privatización. No lo es porque el negocio aerocomercial está haciéndose cada vez más duro y hasta las líneas de bandera de países que son mucho más ricos que el nuestro han de luchar denodadamente por continuar volando. He aquí la razón principal por la que la privatización de Aerolíneas ha producido frutos tan amargos. Mientras que las empresas que se encargaron de suministrar los servicios eléctricos, telefónicos, etc., han podido concentrarse plenamente en el mercado local poco exigente, Aerolíneas no tuvo otra alternativa que la de salir a competir con las líneas mejor capitalizadas y más eficientes: una empresa de bandera no cuenta con la opción de dedicarse a los vuelos de cabotaje. Puede que la diferencia entre la compañía y sus rivales de otros países nunca haya sido muy grande, pero sucede que hoy en día no basta con ser "casi" tan eficiente como las demás: a menos que una aerolínea sea plenamente capaz de igualarlas en todos los ámbitos, tendrá que depender de los subsidios que le reporten los contribuyentes. Aunque los indignados por lo que le ha ocurrido a Aerolíneas han brindado la impresión de que muchos estarían más que dispuestos a pagar por el privilegio de sentirse codueños de una aerolínea a su juicio prestigiosa cuya presencia en el exterior les motive cierto orgullo, la realidad es que el país de nuestros días ya no está en condiciones de darse tales lujos. De más está decir que el dilema ante Aerolíneas se asemeja mucho al enfrentado por el país en su conjunto: es por eso que la reacción pública ante su presunta agonía ha sido tan fuerte. Para sobrevivir, tanto la aerolínea como el país tendrán que adaptarse a las circunstancias y los directamente interesados en el porvenir de Aerolíneas no son los únicos que entienden que desde su propio punto de vista los costos de hacerlo serían mayores que los eventuales beneficios. Puede entenderse, pues, la voluntad de tantos de luchar por conservar lo que todavía queda del viejo orden, pero si bien sus sentimientos son comprensibles esto no es óbice para que su manera de manifestarlos, lejos de mejorar la situación de los que creen defender, sólo sirva para agravarla. Es evidente que los intentos en ocasiones violentos de los sindicalistas, acompañados por militantes izquierdistas, populistas y nacionalistas, de apoyar a Aerolíneas han reducido su valor a ojos de todos salvo ellos mismos, pero puesto que no figurarán entre los que finalmente comprarán los despojos de la vieja empresa estatal, sus logros propagandísticos han sido conseguidos a expensas del futuro de la compañía con la que están comprometidos. Del mismo modo, todos aquellos que están participando en batallas similares contra el cambio están en efecto contribuyendo a empobrecer al país, al socavar su capacidad para prosperar en un mundo que sin duda alguna será tan hipercompetitivo como ya lo es el mercado aerocomercial internacional.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite desde $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios