Carlos Uria: Un Gran Premio de Honor que apuesta al arte popular
Carlos Uría, que tiene en su haber todos los premios más importantes que puede ganar un artista plástico argentino, fue convocado por el IUPA para hacer un seminario y a modo de introducción de esta nota expresa que «con este trabajo en Roca estoy consiguiendo maravillas de los alumnos. El nivel es muy bueno. Me encontré además con este lugar excelente para trabajar con la naturaleza, rodeando todo el espacio con su paisaje. Estoy muy contento de hacer esto saliendo de la alienación de Buenos Aires», dice exultante.
El seminario que dicta es de dibujo, al que agrega clases de pintura. «Yo no soy profesor, soy maestro. Profesor es el que enseña algunas cosas, pero no es el que da pautas, el que marca. A mí me marcaron Spilimbergo, Urruchúa, Castagnino, grandes maestros. No fui alumno de ellos, pero me marcaron».
«La identificación mayor la tuve con Spilimbergo y Castagnino. Yo era estudiante y le ayudé en un mural que se hizo en la galería de Flores en Buenos Aires. Estaba terminando la escuela y le ayudé y eso me marcó. Diomedes también. Mi estilo no tiene nada que ver con ellos, me marcaron en la forma de ver el arte, en la honestidad, en la forma de vida, de no hacer concesiones con la obra, de hacer lo que uno realmente siente, eso es lo que trato de transmitir a mis alumnos. Además, busco que cada uno de ellos se vaya conociendo. En esta etapa que están, en cuarto año, ya técnicamente saben pintar, pero deben definir qué viene ahora.
– Una cosa es tener toda la técnica y otra diferente es empezar a usarla, pasarla por la creación.
– Exactamente. Mi obligación es hacerles ver. Creo que se puede hablar de arte a través de la cotidianidad. Por ejemplo, mostrarles, hacerles tomar conciencia de que en el paisaje de acá predomina la verticalidad. Los álamos desnudos son verticales. En este momento todo es más lineal. Abajo hay otras líneas de quebramiento y de grafismos que son los frutales. Hacerles ver lo que ven todos los días, hacer que lo redescubran. Mi mirada, que viene de afuera, me da una visión distinta de lo cotidiano.
– ¿Qué le parece el arte actual?
– Estoy preocupado por la falta de entrega, la liviandad con que se toman ciertas expresiones artísticas. Hay una banalidad, incluso. El arte no es banalidad, para eso están las artes decorativas, que me encantan cuando están hechas con buen gusto, pero es otra cosa.
– No hay compromiso y se está desvirtuando la esencia del arte. Cada vez se tiende más a lo impermanente, cuando hemos crecido en un mundo donde el arte tuvo siempre más permanencia. Me preocupa que haya unas líneas dentro de las tendencias que parten de otro lado que no son los artistas, sino la gente que lidera o que vende el arte.
– Estoy totalmente de acuerdo. Hay un nihilismo que es producto de una sociedad muy tecnificada, que no es el caso nuestro. En Nueva York puede haber un nihilismo porque tienen todo resuelto y ahora se plantean para qué vivir.
– En las entreguerras ese nihilismo fue producto de un problema existencial pero fue creativo, porque cambió el eje del arte, pero estamos yéndonos hacia un nihilismo negativo, si cabe el término. Eso del arte no permanente creo que va hacia un vacío. Todo depende de un curador, ya no se habla más de un crítico.
– Se da el sensacionalismo, la cosa inmediata, la banalidad. Ahora es como que no alcanza el goce. Hay que inyectarse, fumar opio para sentir algo. Creo que hay valores que son permanentes, que no se pueden suplantar. La angustia existencial no la va a quitar ningún régimen político ni económico. Somos finitos, sabemos que parte de la angustia es creativa, entonces lo otro sería como poner cataplasmas a un enfermo.
– ¿Se terminó la pintura, se terminó el arte plano? Porque pareciera que si no es performance, si no es instalación, si la muestra no es interactiva, no existe.
– Los pintores estamos condenados a la pared. Están confundidos los valores. Para mí las performances o las instalaciones son escenografías. Muy buenas, pero son escenografías. Acá en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Acá copian todo. Yo he visto hace dos años en Nueva York una gran mesa, que después la vi en el Centro Cultural Recoleta, llena de objetos. Qué quiere que le diga, era una cosa muy linda, pero me faltaba el actor que estuviera en función de eso, me faltaba la palabra. No era completa, la sensación era muy agradable pero estaba en función de otra cosa. La escenografía ha pasado a primer plano como si fuera arte.
– ¿El arte puede ser popular?
– Yo estuve veraneando en Pinamar y tomé apuntes de la gente. Una vez que llegué al estudio, esa señora que toma sol, el nenito que está bajo la sombrilla, la chica tirada con el novio, la cotidianidad que veía y que anotaba se me ocurrió hacerlo en banderas, que tenían grandes dimensiones, y ponerlas en la arena al lado del mar. Esa exposición se la llevé a la gente que no va a las galerías, que no va a los museos, se la di al gran público.
– ¿Y qué le pasaba a la gente cuando lo veía?
– Fue bárbaro. No sabían que yo era el autor porque yo no estaba allí, no tenía el cartelito. Eso fue hace unos 5 años. Allí me di cuenta después de la acción, que era algo osado. Recién después lo racionalizo. Después pensé: Toulouse Loutrec, sin hacer comparaciones, ¿no hacía lo mismo con los afiches del Moulin Rouge? Y Loutrec no bajaba el nivel de su dibujo por eso. Picasso con la paloma de la paz que dio la vuelta al mundo, tampoco. ¿Miró no lo hizo con el Mundial de fútbol de Barcelona? No se vulgarizó su imagen porque se usó su obra como logotipo del fútbol. Era la respuesta, salir del núcleo de la intelectualidad de la galería y del museo donde siempre va la misma gente, son los refinados, los mismos pintores, los mismos críticos.
«Desnudos en la playa» fue otra exposición que hice en la playa, en velas triangulares de más de cuatro metros y la puse en la arena junto al mar, con una figura masculina y otra femenina. Los periodistas cuando se enteraron se fueron de boca. Las llevé a Pinamar y después a Punta del Este.
Siempre me gusta estar en contacto con la respuesta. Que digan lo que quieran, tienen derecho a decir lo que quieran. Pero había respuesta, no indiferencia.
El sentido de esas «muestras» era conseguir una forma de comunicación. Basta de taller, que uno bastante está encerrado en sí mimo. Necesitaba la respuesta del otro. Era en vacaciones, la gente estaba distendida, tenía tiempo de pasear la mirada, de disfrutar.
Los artistas plásticos, haciendo esto, tenemos un protagonismo que nos corresponde, somos los autores del hecho visual. Es nuestra tarea enriquecer el mundo visual. Al tener conciencia de esto, hay una responsabilidad. Yo al público no le puedo, no quiero hacerle concesiones. Eso lo aprendí de mis maestros. Puedo hacer concesiones en la vida diaria, con mi señora, pero en la creación, no. Tampoco me pongo en pintor maldito, de ninguna manera.
Otra exposición que levantó polvareda fue la que hice en la galería Clásica y Moderna. Me invitan a hacer una exposición y la hice. Fue una exposición que se llamó «Solamente para hombres» y la hice en el baño de caballeros. Todas las mujeres entraron, hubo notas en todos los medios.
– Son ideas provocadoras las suyas.
– Sí, soy vasco. Pero era provocarme yo mismo. Quería tener un poco de aliciente para disparar cosas. ¡Hay que vivir!,¡ sentir que uno vive!
– Hay una especie de regodeo de los artistas de jugar para los artistas mismos, pero no para el gran público.
– Sí. Pero no, en mi caso yo también trabajo para el gran público, el problema está en no hacer concesiones.
– ¿Por qué, de golpe, de artes plásticas pasaron a ser artes visuales?
– Creo que es una pose, es una cosa de regodearse con la famosa intelectualidad oscura. ¿Qué es un curador? Es alguien que se separa más para ser diferente.
Un currículum frondoso
Ha recibido el gran premio adquisición «Presidente de la Nación», el primer premio de dibujo en el Salón Nacional, premios importantes en pintura y en dibujo, y el Gran Premio de Honor Salón Nacional, que es lo máximo que se da en la Argentina.
Tiene también un primer premio en el Museo Castagnino de Mar del Plata, el primer premio en Museo de Bellas Artes «Rosa Galisteo», de Santa Fe; dos primeros premios del Museo Sívori y una docena de primeros premios tanto en pintura como en dibujo en museos de todo el país.
Actualmente es docente en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y maestro vitralista, por lo cual tiene realizadas una cantidad de obras públicas: en la iglesia del Hospital de Clínicas, en la cantera de Olavarría de Amalia Fortabat, varios templos judíos, además de muchas obras realizadas en casas particulares. (C. V.)
Casamiento de campanillas
– Otra provocación suya fue su casamiento.
– ¡No! Ahí está, ¿ve? Fue un acto de amor. Me retiro y me voy. Que digan lo que quieran, «aunque sea bien», como decía Dalí. Pasa lo siguiente, yo estaba desde hacía 13 años con Silvia, mi pareja; yo la quiero y ella me quiere. Entonces decidí: a esta altura de nuestra vida -somos abuelos, gente grande- quería casarme con ella. Y ella me agradeció porque en el fondo las mujeres siempre quieren casarse. Fuera de broma, lo que quería era que formalizáramos para seguridad de ambos. Se me ocurre decirle que quería casarme en el Museo Nacional de Bellas Artes. Lo quise así porque el museo es mi casa. Yo me formé allí, hice exposiciones. Ese fue el motivo. Y frente a un cuadro de Picasso, que es mi papá. Era como pedirle permiso a mi papá que iba a estar ahí. Era un homenaje a mi papá simbólico. Eso fue creciendo y después ya no lo podía parar. Una amiga nuestra, Lucy, que fue la «Celestina», cuando se entera me dice: «Yo te consigo una limusina. Tenés que ir en limusina. Y consigo un vigilante para parar el tránsito».
En una época depresiva en la que todo mundo está con problemas, que no tiene trabajo, que se mueren de hambre, un casamiento es un acontecimiento. Es algo esperanzado, es una alegría, es reafirmar la vida. Eso fue el motivo. Después el show, vino incluido.
La historia no termina ahí. Yo le había avisado a todo el mundo que me iba a casar ahí, inclusive a Glusberg. Pero él negó mi pedido, y no me dio el permiso.
El museo es un lugar público, no es propiedad del director; viene a casarnos un funcionario público a entregar un documento: la libreta de casamiento. Llegamos allá y nos dicen que no se puede hacer algo así. Entonces cuando viene el juez de Paz, decidimos hacerlo en la puerta. Para eso había pedido de un catálogo el único cuadro de Picasso que hay en el museo y previendo la negativa, lo agrandé en una gigantografía y lo puse en la puerta del museo, donde nos casamos.
-¿Por qué Glusberg se lo negó?
-Es un tipo muy personalista, a lo que no sale de él no le da curso. Y por eso las tendencias. El está mandando ahora el museo y está digitando todo. Hace modas, y las tira. Vuelve a los cuatro años a armar otra historia, y la tira.
Es un hombre de mucho dinero, tiene mucho poder económico. Es el dueño de una fábrica de iluminación. Todos los concursos de arquitectura para el Estado que se ganan, le encargan el material a él. Y no es un artefacto: fueron toda la Biblioteca Nacional, ATC, obras de mucho monto. (C. V.)
Clara Vouillat
Carlos Uría, que tiene en su haber todos los premios más importantes que puede ganar un artista plástico argentino, fue convocado por el IUPA para hacer un seminario y a modo de introducción de esta nota expresa que "con este trabajo en Roca estoy consiguiendo maravillas de los alumnos. El nivel es muy bueno. Me encontré además con este lugar excelente para trabajar con la naturaleza, rodeando todo el espacio con su paisaje. Estoy muy contento de hacer esto saliendo de la alienación de Buenos Aires", dice exultante.
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