Celeste y blanco:un folklore bien argentino

Después del día de la Independencia, después del título de la Copa América, la psicopedagoga reflexiona sobre lo que significa ser argentino, sobre la bandera y lo que une más que lo que nos separa.

Laura Collavini

Domingo. Frío en la ciudad. Mañana temprano. Cielo azul, todo lo límpido que una ciudad permite. Uniforme. Medias estiradas. Escarapela bien armada sobre el lado izquierdo. Colita o trenza con cintas azules. Zapatos impecables. Mamá y papá elegantes. Corridas de último momento. ¿Dónde está mi escarapela? Acto patrio en el colegio. Si no vas tenés doble falta. Nadie se atreve a faltar y no por la doble falta. No se falta a un acto patrio. Es así. No se discute. Algo grave te tuvo que pasar para que no fueras.


Bandera bella, reluciente, se percibía domingo, con pocos ruidos y mucho amor. Pero también malestar y esos gritos ahogados de bronca, soledad y angustia. Lo sabía mi panza. Esos nudos raros que me aparecían sin saber por qué. Tampoco me lo preguntaba mucho. El sueño tal vez lo impedía.
Todos aplaudían a la bandera.
Promesa a la bandera. Cuarto grado. Otro domingo. Coincidía con mi festejo de cumple. Salíamos del colegio y directo a pasar el día juntas. Emoción pura por mi cumple. Juro que escuché todo lo que decían las seños de eso de prometer fidelidad. Ahora pido disculpas. No era muy consciente a mis 9 años lo que hacía. Igual sigo cumpliendo. Amo mi país y trabajo por él y por todo lo que supone para mí, todos los días (sigo incluyendo a los domingos muchas veces).
Mundial 86. Democracia. Mi papá vendía banderas. Toda la familia vendiendo sin parar. No nos daban las manos. No entendíamos qué estaba pasando afuera. A la tarde me escapé para ir con mis amigos a ver el partido. No paramos de abrazarnos, festejar ese gol contra los ingleses.
Jamás me gustó el futbol. Pero ese gol lo grité desde el alma. Ese día no había uniforme ni escarapela prolija, no tenía cintas en el pelo ni zapatos lustrados. No sé cómo estaba vestida. Sólo sé que llorábamos de emoción con mis amigos. Todos habíamos vivido la guerra de Malvinas. Éramos chicos. Pero vivenciamos el dolor de las madres, de los amigos de los hermanos que no volvieron. En el 86 no queríamos nada de uniformes ni de autos Ford Falcon. Sólo queríamos un país que se diga la verdad. Y yo, sin saber nada de fútbol podía intuir que no había nada más claro que una tribuna llena llevando con la energía todos a hacer un gol. Con esa fuerza podíamos cambiar todo.
Banderas, celeste y blanco por todos lados.
Rutas argentinas. Te deja de funcionar el auto. Tranqui. Algún paisano te ayuda seguro. Doy fe.
Y entre tantas vivencias somos todo esto. El silencio ante el himno y el baile. Los impulsos desenfrenados. La emoción a flor de piel. La solidaridad y la cumbia hasta el amanecer. Somos niños sin querer crecer. Egocentristas y llenos de vida, siempre esperando a un papá que nos organice la vida.
Encontramos que nuestra euforia, pensar y sentir se transmite más en una cancha que en un acto. Parece que decimos: “ Todo bien con la historia y los héroes, pero siempre me cuentan la mitad de la historia…”
Y será que ahí la cancha verde encontramos referentes más sinceros y decidimos seguirlos. Y como somos así hicimos de esa sinceridad, nuestra identidad, nuestra cultura, nuestro folklore. En pleno sábado a la noche se hace silencio. Juega la selección. Se te pone la piel de gallina y hay que correr a sentarse frente a la pantalla. Reunión con amigos, familiares o solo pero conectado. Alguien te va a llamar para llorar o festejar juntos.


Ídolos o no. Necesitamos depositar en alguien todo esto que como niños no sabemos qué hacer. Ese malestar y nudos en la panza que no encontramos cómo sanar. Y sabemos que en cualquier parte del mundo que estés, la celeste y blanca no se cambia…En base a esto hace un tiempo escribí esto, que hoy me doy el lujo de compartir con Uds.
Soy argentina.
Soy altanera cuando hablo de nuestro suelo, de las montañas y de la Patagonia.
Cuando cuento los siete colores de los cerros y nuestras aguas fuertes.
Soy argentina y engreída cuando cuento que todo se soluciona con un mate y que las grietas desaparecen ante un gol.
Y me agrando cuando cuento que tenemos sangre latina y nos mueve una canción y bailamos hasta caer rendidos. Que pocas cosas son tan sagradas como el secreto de un amigo.
Y sé que tenemos defectos y que no damos pie con bola con estos políticos que salen de nuestro útero, hijos no reconocidos, abandonados y vueltos a llamar…
Se que somos como adolescentes quejosos y confundidos. Y me enoja. Me enoja la grieta y soy parte. Me enoja el mate lavado y la coima al cana.
Pero no te cambio Argentina. Porque soy paisana y el rock argentino está en mi piel. Porque sí. Porque no hay nada mejor que luchar donde está el alma y el mío te pertenece Argentina. Acá está mi descendencia y mi ascendencia. Mis costumbres y ese olor a casa en cada rincón de tu vasto cielo.
Se olvida la grieta cuando hay un dolor y un abrazo.
Y porque la cultura exquisita, aunque distraída y dispersa se palpita en una reunión, en los escenarios perdidos y en un bondi.
Acá estoy, Llevando tus colores altos.
Desde tantos cielos y tierras te extrañe, y me excluyeron y me envidiaron al saberme argentina.
Y soy esto. Hija de europeos y de pueblos originarios corridos, hija del dolor del desarraigo.
Feliz Independencia Patria Mía. La que seguís luchando. La que lucho con vos.
Mi honra a tu historia, a tu hoy y tu mañana


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