César Casas: “A mí la policía también me mató”
Habla de sus días sin su hijo. Es el caso más conocido de gatillo fácil en Neuquén.
ENTREVISTA | CRIMEN DE MATÍAS
César convive con “flashes”. Las imágenes lo asaltan: Matías sonriendo, en la forrajería, con el fratacho, el día que decidió dejar la escuela. También en el suelo, con un agujero mortal en la espalda, ensangrentado. Imagina borceguíes policiales pateándolo, humillándolo. Y llora. César es un hombre triste, el ejemplo en carne viva del derrumbe que genera lo “antinatural”. “No es justo que un padre entierre a su hijo, no es justo…”, dice.
César Casas (44) no será el primer padre que entierre a su hijo. Ni el último. Matías Casas tampoco será el primer muchacho ejecutado por un policía. Que haya decenas de casos de gatillo fácil al año en el país lo demuestra. Pero los dos, padre e hijo, son el modelo de la estigmatización con la que bautizan a tantos en los barrios pobres. De Neuquén y otros lugares. A Matías lo mató un policía llamado Héctor Méndez, que estaba fuera de servicio ese 22/07/2012. Un hombre que salió de su casa del barrio Cuenca XV para darle un escarmiento al muchacho que había discutido con su hijo. Le disparó con su arma reglamentaria por la espalda sin motivos. Le quitó la vida cuando empezaba a vivirla. A los 19. También al antiguo César, al que reía y tenía proyectos. “A mí la Policía, como institución, también me mató”, dice.
Este hombre triste de barba tupida y ojos inyectados sí es el primer padre que presenció cómo un jurado popular sentenciaba a un gatillo fácil. También el primero que vio cómo ese fallo de gente común era borrado de un plumazo. Ahora, cuando creía que podía comenzar a hacer el duelo en paz, sin pensar en marchas y burocracia judicial, la lucha vuelve a empezar.
> Trabajo y más trabajo
Guido era un albañil con buenos trabajos. Siempre lo ocupaban empresas de relevancia y por eso de Bariloche, donde nació César, partió a Buenos Aires, y de ahí a Neuquén. En los 80 se radicó junto a sus hijos en esta capital. Guido es padre de César y abuelo de Matías, la piedra basal del concepto que siempre movió a los Casas: el trabajo. “Todo lo tapé con laburo, incluso el asesinato de mi hijo. No fui al psicólogo, no fui a una iglesia, tampoco me ayudó el Estado. Cuando te pasan cosas como esas se te apaga la luz, quedás en penumbras. Y yo sólo trabajaba, como un autómata”.
César es electricista de montajes industriales, trabajó en varios casinos, hipermercados y el sector petrolero, pero se cansó de la “ciclotimia” de los patrones. Se hizo independiente. Residía en una casilla en Los Hornitos, uno de los sectores más postergados de la capital. Su “rancho” se quemó y con una indemnización probó con la venta al menudeo de alimento para perros. Es que en esa época tenía “como 16” canes, y la idea le surgió entre tanto ladrido. Matías (que dejó de estudiar en tercer año y trabajaba con su abuelo), su hermana Marianella y una hermanastra ya vivían con él después de una separación conflictiva.
La luchaban y eran “relativamente” felices. Había mucho trabajo y carencias. También momentos festivos. Pero todo cambió cuando Méndez jaló el gatillo. Para los Casas, el dolor no unió a la familia como suele ocurrir en tantas películas edulcoradas. “Todo se arruinó. Creo que Matías era el que mantenía unida la familia. Era simpático, risueño, tenía buena onda. Después, todo se murió con él. Se dejan de disfrutar los cumpleaños, cada uno se sumergió en su dolor. Yo no quise volver a vivir nada nuevo”, dice.
-¿No hay nada que te inyecte fuerzas?
-Lo único es que ese hijo de p… pague, que se pudra en la cárcel. El día a día es imposible. Me persiguen las imágenes, los flashes del pasado. Los primeros años son muy difíciles, espero que alguna vez se pase…
-Siempre se escucha de bocas de padres: “Si me matan a un hijo, yo salgo a matar”. ¿Qué pensás de eso?
-No te voy a negar que alguna vez pensé en hacer justicia por mano propia, pero me di cuenta que lo único que haría sería darle lugar a la policía para que me termine de hacer mierda, a mí y mi familia. Ellos amedrentan a los chicos desde muy pequeños, les hacen “primera” en los barrios…
-¿Primera?
-Primera, como en el truco. De chicos los joden, los buscan sólo por tener gorrita o usar una capucha. Molestan a sus hermanas. Entonces, los pibes de acá les toman bronca. No es igual en el centro. A un chico de Santa Genoveva no lo hubiesen matado por la espalda.
Cuando César retomó las riendas de su vida, salió a luchar. Si hay algo que gestó en su interior el crimen de Matías fue conciencia social. Hasta ese 22 de julio, César era un tipo que pensaba en sí mismo, que trabaja y proyectaba sólo “por la familia”. Se acercó a organizaciones sociales, se le arrimaron partidos políticos y tuvo que salir a los medios. Dejó de ser un don nadie para surcar pasillos judiciales y toparse con jueces que se lo quisieron “llevar por delante”. Nada es fácil para un padre en pena. Menos para uno no habituado a este tipo de ámbitos.
-¿Buena parte del dolor pasa por la condena social previa que cayó sobre Matías?
-Sí, porque lo primero que dijeron era que mi hijo era un chorro, que tenía un arma, después que fue un accidente. Toda información que dio la policía para cubrirse, y que los medios tomaron, y que parte de la población creyó porque era un chico de barrio.
-¿Y ahora, después del cambio de carátula? (Le sacaron a Méndez la agravante del abuso de la función policial)
-Los jueces tienen el poder absoluto de decidir y no respetar el Código Procesal Penal. En el caso de Matías desestimaron el abuso policial basándose en el fallo del TSJ sobre el caso de Brain Hernández, un fallo que no está firme. Quieren seguir manteniendo escondidas las cosas, no reconocer que el “gatillo fácil” es habitual. Van a cuidar la cabeza del policía.
Encima, ese 22 de julio su último mensaje fue como una despedida. Habíamos discutido y él, tipo 8, me escribió: “Todo bien, disculpame Pa, por ahí no me rescato porque tengo 19 años, pero no te calentés, siempre voy a estar con vos”. Y yo no le pude dar el último abrazo. (Agencia Neuquén)
Sebastian Busader | sbusader@rionegro.com.ar
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