Chirac, ¿la última tabla de salvación?

por Hans-Hermann Nikolei

DPA

El gobierno francés está atrapado con la espalda contra la pared. El presidente Jacques Chirac ha cancelado todos sus compromisos fuera de París a causa de las mayores manifestaciones desde hace décadas, que han convertido un conflicto por las reformas sociales en una auténtica crisis de régimen.

En los medios y en las filas de la oposición se multiplican los llamados para que el gobierno renuncie y haya elecciones parlamentarias. «Mejor una confrontación en las urnas que en las calles», considera «France Soir». Pero los neogaullistas temen este escenario tanto como el gato al agua.

Chirac podría convertirse en el salvador: puede enviar la polémica reforma laboral de vuelta a la Asamblea Nacional y restaurar la paz social. Porque también los sindicatos y los estudiantes se alegrarían de que se acabaran las protestas.

Con una unidad poco habitual, también ellos instan a Chirac a intervenir, pero el presidente, ya agotado, pagaría un alto precio por ello: El primer ministro Dominique de Villepin ya no podría ser salvado y se quedaría sin posibilidades de suceder a su mentor en la Presidencia en 2007. Y además, Chirac terminaría su mandato como perdedor en política interior, tras el fracaso con la Constitución Europea.

Para la oposición, el gobierno ha perdido toda legitimidad. Ya en los comicios de 2002, Chirac apenas sumó el 19,88 por ciento de los votos y sólo se impuso en la segunda vuelta por el apoyo que sumó su candidatura para evitar que ganara el ultraderechista Jean-Marie Le Pen.

Desde entonces, los neogaullistas han perdido en las elecciones regionales y europeas, así como en el referéndum sobre la Constitución Europea, e incluso han conseguido reunir en la calle al doble de manifestantes en su contra que su «bisabuelo» Charles de Gaulle en los disturbios de mayo de 1968.

¿Puede sobrevivir una democracia con un enfrentamiento tal del gobierno con una parte tan importante de los ciudadanos? A diferencia de la opinión pública, Villepin no parece hacerse esa pregunta.

Mientras salen a la calle millones de personas, Villepin charla en su sede de gobierno con el rey Juan Carlos de España. Esta falta de flexibilidad desespera a los sindicatos, pero también a sus compañeros del conservador UMP. El martes, temerosos de perder sus mandatos por la ira popular, los diputados del partido pidieron negociaciones abiertas con los sindicatos.

Pero, Villepin tiene otra opinión. Cree que si se mantiene firme, como hizo hace 20 años la «dama de hierro» Maggie Thatcher con los mineros, entonces tendrá asegurado su pase a la Presidencia el año próximo. Pues los votantes conservadores están hartos de las protestas y el bloqueo de las reformas y Villepin podría convertirse en su héroe. El enérgico aristócrata insta por tanto a Chirac a promulgar lo más pronto posible la ley y a dejar que las protestas se desinflen. El 8 de abril comienzan las vacaciones de Pascua en la universidades y cree que entonces el movimiento desaparecerá.

Por eso, Villepin no quiere que el Consejo Constitucional rechace este jueves la ley. Y es probable que no lo haga, en opinión de los juristas, por lo que Chirac tendría nueve días para firmar la legislación o volverla a enviar al Parlamento. Villepin instará al presidente a firmar este mismo fin de semana, pues opina que entonces los sindicatos se mostrarán dispuestos a negociar.

¿Pero y si las protestas siguen o se radicalizan?

La derecha extremista podría sacar entonces muchas ventajas en las presidenciales de 2007. «El sistema político al completo ha perdido su credibilidad», afirma un portavoz del ultraderechista Frente Nacional. «Nos votarán incluso sectores de la izquierda», afirma.

El ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, también teme esta posibilidad. «La situación alberga todos los peligros», afirma, por lo que Villepin tiene que actuar. «En 2006, cuando hay un malentendido, es necesario un compromiso. No es una vergüenza. Esta palabra no es una gran palabra».


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