Ciencia, historia y relato
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
La producción científica de Bernardo Houssay (1887-1971), que se puede apreciar en la voluminosa muestra de sus escritos y discursos publicada dos años después de su muerte por Eudeba, nos da la imagen de un investigador eminente y un maestro de la ciencia. De ello nos ilustran unos pocos datos, algunos conocidos y otros no tanto. Uno, temprano, el de su elección en 1936 como miembro de la Academia Pontificia de Ciencias, que integrará con personajes de la talla de Niels Bohr, Ernest Rutherford, Edwin Schrödinger, Max Planck, un conjunto que incluía once premios Nobel. Luego, innumerables doctorados honoríficos de universidades del mundo, Oxford y Harvard entre ellas, la fundación de una cantidad de cátedras científicas y los mejores institutos de biología y medicina experimental, la formación de varias generaciones de discípulos del más alto nivel en el país, la difusión de un pensamiento señero para la ciencia y la universidad argentinas. Incluso de un pensamiento ético como el que se lee con título “Credo personal” que incluye ocho mandatos a sí mismo, entre ellos “Amor a mi patria”, “Amor a la libertad” y “Devoción a la ciencia”. En 1948 ganó el premio Nobel, el primer científico argentino en recibirlo. Grandes honores, pero quizá entre todos los trabajos de su vida el que le deparó satisfacción mayor fue fundar el Conicet. Como cuentan Virgilio Foglia y Venancio Deulefeu en la biografía publicada por la Academia de Ciencias, desde 1937 y a través de la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia, Houssay había manifestado desde muchos años antes la necesidad de crear un organismo gubernamental. Lo consiguió no demasiado tarde. “Entrevistó, con un grupo de personalidades, al general Aramburu, y el 5 de febrero de 1958 consiguió el decreto-ley de creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas”. Fundó así y administró magistralmente durante 13 años el organismo que habría de ser el corazón de la investigación científica de nuestro país. La personalidad de Houssay no careció de críticos y hasta detractores, particularmente desde el progresismo sociológico y la izquierda universitaria. Se le achacó ser un positivista científico, un conservador, alguien que quería imponer un proyecto para universidades donde su ciencia no era bienvenida, que era autoritario y aristocratizante, que sus ideas eran inviables en un país como el nuestro, que fue demasiado contemplativo con los militares de “La noche de los bastones largos”, etc. Lo cierto es que muchas veces, desde campos ideológicos opuestos o diferentes del suyo, se criticaron algunas de sus ideas (su rechazo del populismo y la masividad universitaria, por ejemplo), algunas posiciones y actitudes políticas. Pero incluso los que no lo querían ni aprobaban su exigente estrategia de desarrollo científico lo respetaron como investigador y estadista de la ciencia. Quien parece no compartir esa valoración es Roberto Salvarezza, justamente el presidente actual del Conicet. En el discurso que pronunció para festejar, ante un auditorio de 800 personas, el 55 aniversario de la creación del Consejo se aplicó a comentar los días de felicidad institucional y económica que vive el organismo desde el 2003, a partir de “una clara decisión del Estado Nacional para la ciencia y la tecnología”, pero sin nombrar en momento alguno a Bernardo Houssay –una desmemoria más que elocuente–. No mencionar a Houssay al momento de celebrar un (cronológicamente inusual) 55 aniversario del Conicet es un silencio que clama por racionalidad y equilibrio. ¿Tanto molesta su nombre a la ideología oficialista? El discurso que se transcribió en el número 135 de la revista “Ciencia Hoy”, de noviembre pasado, tiene otros conceptos discutibles sobre el vuelo que ha cobrado la institución, pero uno en especial que agravia a la historia. Es el que destaca que el Conicet sería una especie de refundación, una institución que tiene como origen la creación, el 17 de mayo de 1951, del Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (Conityc), “un organismo que siete años más tarde daría lugar al Conicet, un 5 de febrero de 1958”. Esto del origen de la institución durante el primer gobierno peronista se basa en una difundida opinión que tiene diferentes versiones. Una de ellas puede verse en trabajos de escuela revisionista como el publicado por el Instituto Arturo Jauretche, una crónica periodística donde se lee que “El Conicet fue creado por el primer gobierno justicialista y su primer presidente y principal impulsor fue el teniente general Juan Perón”. Según esa versión, este Conityc de 1951 (la sigla expresa la preferencia justicialista por la técnica sobre la ciencia) habría reclutado a científicos como Balseiro y Gaviola, había programado un primer censo científico y estuvo incluido en las metas del segundo Plan Quinquenal (1952-58) que resultó abortado por la Revolución Libertadora de 1955. Son, como el ejemplo de aviones a reacción con tecnología argentina, datos de la memoria política de un partido y pertenecen a una tenaz mitología. La realidad es distinta y tiene relación directa con el fiasco de Ronald Richter en la isla Huemul, los físicos nacionales, las gataparidas de funcionarios en el Ministerio de Asuntos Técnicos, el papelón del gobierno nacional (Perón había anunciado “urbi et orbe” el milagro argentino de la fusión nuclear el 24/3/1951) y la necesidad de cubrir todo con un manto de voluntad y futuribles. Para cerrar esta nota, como dato elocuente del “relato” oficial puede considerarse el siguiente episodio. Balseiro, en rigor, tuvo un contrato temporario con el Ministerio de Asuntos Técnicos e integró la comisión que en 1952 descalificó a Richter y constató su fraude. El Conityc se originó el 13/5/1951. Gaviola dejó este testimonio: “El 28 de mayo de 1951 el director nacional de Investigaciones Científicas me envió una carta pidiendo que pasara por su despacho. Así lo hice el 5 de junio. Me ofreció un empleo en su repartición, en nombre del ministro M. (Raúl Antonio Mende, nota propia). Le expliqué detalladamente y en voz alta en qué consistía el fraude de Richter y concluí manifestándole que no aceptaba cargo alguno en ese ministerio, salvo el de miembro del pelotón de fusilamiento de Richter. Repetí la oferta el 8 de mayo de 1953 ante el nuevo director nacional de la Energía Atómica. Le hizo gracia”. (*) Doctor en Filosofía
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