A veces lo mejor no es ganar, sobre todo cuando rifan un tigre

Rolando Citarella (*)

A la luz de lo que se ve en los medios y se conversa en la calle, el resultado eleccionario del domingo se presenta casi como una cuestión de vida o muerte, por cuanto se definiría la continuidad o no del modelo implementado por el matrimonio Kirchner a partir del 2003. Personalmente, no lo concibo en esos términos. Me parece que pensar en la continuidad del modelo es subestimar lo que está pasando en la economía. La continuidad ya no es una opción. Gane quien gane, va a tener que lidiar con un país en caída libre, al menos en términos económicos. Producto básicamente de: a) un brutal atraso cambiario, b) una caída del 30% en los precios internacionales de nuestros productos de exportación y c) una presión impositiva que según el Foro Económico Mundial es la más alta del mundo, muchas empresas no van a llegar en pie a fin de año. Sumemos a eso falta de dólares, déficit fiscal, gasto público caro e improductivo, atraso tarifario, subsidios por donde se mire, fuerte distorsión en los precios relativos, inflación… y llegaremos a la conclusión de que no hay tiempo para la continuidad del modelo ni para suaves correcciones al mismo. O sea, no sé si hay un “plan bomba” planeado por el gobierno nacional, pero lo cierto es que hay una bomba. Y puede explotar en cualquier momento. El país no crece desde hace cuatro años y la baja en la actividad económica se profundizó en los últimos meses. Parar esta debacle requiere darles rentabilidad a las empresas antes de que se caigan. Y el único “remedio” urgente que puede funcionar con el paciente en terapia intensiva es una fuerte devaluación, tal como ocurrió en el 2002 –que, dicho sin eufemismos, significa bajar sueldos, y de manera importante–. Entonces, ¿conviene ganar el domingo (o en la segunda vuelta)? Si gana el oficialismo, necesariamente tendrá que dejar de lado todo lo hecho por el kirchnerismo en época de vacas gordas y tratar de encaminar el país, ya ahora en un período de vacas flacas. Veremos si sus votantes, sus aliados kirchneristas y los sindicatos lo dejan avanzar en ese sentido, teniendo en cuenta que poco y nada se ha dicho de ajustes. El grueso de los votantes del oficialismo proviene de los trabajadores públicos y privados, que han gozado por un buen tiempo de altos salarios. El problema es que esos asalariados no saben que sus empleadores, sean empresas o Estado, están quebrados. Están pagando sueldos que no pueden pagar. Pero, si ganara la oposición, la adversidad sería mucho peor para esta. Imaginémosla haciendo un ajuste de salarios antes de que explote la bomba. Y veo que para eso sólo tendría un mínimo consenso (solo una parte de sus votantes), teniendo en cuenta que los perjudicados directos (los asalariados), que no la votaron, no saben ni creen que haya una bomba, dado que hasta el momento los sueldos se han cobrado, y seguramente son pocos los que ven que sus empleadores están insolventes y sus puestos de trabajo peligran. Lo mismo creo que pasaría si, en lugar de intentar desactivar la bomba, esta le explotara a la oposición ya en el gobierno. Hasta sus propios votantes le van a echar la culpa del desastre. Muy pocos van a entender que las causas de la explosión le corresponden al kirchnerismo. Es más, ya me parece escuchar los comentarios de la gente: “mejor estábamos con Cristina”. Las experiencias nacionales más recientes de Carlos Menem a partir de 1989 y Eduardo Duhalde a partir del 2002 indican que los ajustes sin perder gobernabilidad sólo los pueden hacer los que vienen después de que ya explotó la bomba: la hiperinflación del gobierno de Raúl Alfonsín en el primer semestre de 1989 o la caída del PBI en el 2001 durante el gobierno de De La Rúa. Por eso es que, en las actuales circunstancias, no creo que a la oposición le convenga ganar, o lo que hoy sería “sacarse la rifa del tigre”. Más vale tener paciencia, sumar diputados y esperar mejores momentos para acceder al gobierno. La situación hoy en el país es muy parecida a la de Grecia justo antes de estallar su crisis y muy similar a la de Venezuela en el 2013, cuando competían por la presidencia Nicolás Maduro por el oficialismo y Henrique Capriles por la oposición. En ese entonces, el mexicano Iván Martínez escribió una interesante nota cuyo título me he permitido tomar prestado para la presente. (*) Economista


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