El regreso de la derecha

Para indignación de quienes llevan la voz cantante en los medios periodísticos más prestigiosos, el mundo académico y las industrias culturales del Occidente desarrollado, lo que llaman la “ultraderecha” está avanzando con rapidez en países como Estados Unidos, Italia, Francia, el Reino Unido, Alemania, la India y, últimamente, Brasil. Si bien en muchos casos el epíteto sólo sirve para descalificar a los partidos o personajes así designados, ya que hasta hace poco a nadie se le hubiera ocurrido tratar de “fascistas” a quienes se limitan a preocuparse por la influencia creciente del islam, el poder excesivo y la arrogancia de los burócratas no elegidos de Bruselas o el impacto social y cultural del feminismo militante, a veces puede justificarse.

Por cierto, sería difícil negar que, conforme a pautas no sólo actuales sino también tradicionales, el brasileño Jair Bolsonaro es un hombre de la derecha dura que, de triunfar como muchos prevén en la vuelta final de las elecciones de su país, instalaría un gobierno lo más parecido posible al régimen militar por el que siente nostalgia.

Una proporción muy amplia –casi la mitad– de sus compatriotas lo prefiere a Fernando Haddad que les ofrece una versión de los gobiernos de centroizquierda encabezados por Lula o Dilma, o a cualquiera de los dirigentes moderados que se presentaron.

Lo mismo que los simpatizantes de Donald Trump, Matteo Salvini, Marine Le Pen, los líderes de la Alternativa para Alemania y quienes están en el poder en Polonia y Hungría, los partidarios de Bolsonaro están rebelándose contra el consenso progresista, apoyado con entusiasmo por la izquierda y tolerado por el grueso de los conservadores, que desde el hundimiento del comunismo soviético ha imperado en el mundo rico.

En Europa, los movimientos de este tipo cobraron fuerza al multiplicarse los problemas causados por la inmigración masiva de musulmanes.

En Estados Unidos pesa más el desprecio indisimulado que sienten integrantes de “las elites” por quienes no comparten sus valores y que tienen buenos motivos para temer que haya llegado a su fin un período prolongado en que los ingresos de casi todos aumentaban año tras año y que se haya iniciado otro en que perderán terreno.

Aunque la situación en Brasil es muy diferente de la de los países ricos, quienes apoyan a Bolsonaro también sienten que la ortodoxia predominante ha fracasado. Reclaman cambios radicales. Quieren ver encarcelados a los corruptos, en especial a los vinculados con Lula, que el gobierno restaure “ley y orden”, tratando con tolerancia cero a los delincuentes violentos, y que maneje mejor la economía.

Parecería que no les molestan del todo la homofobia y misoginia del exmilitar, acaso por sentirse hartos del proselitismo, en ocasiones agresivo, de los movimientos gay y feminista.

En común con los “ultraderechistas” del resto del mundo, Bolsonaro es un nacionalista. Como Trump, Salvini y otros, se afirma decidido a anteponer los intereses de su país a los atribuidos a “la comunidad internacional”. Todos dan a entender que la “esencia nacional” o lo que fuera de su país está bajo ataque en la época de globalización galopante que estamos viviendo y que hay que defenderla contra los supuestamente resueltos a destruirla.

Contra las elites

Así y todo, mientras que en Europa y Estados Unidos los presuntos voceros de las “elites” progresistas sí critican con vehemencia todas las manifestaciones de nacionalismo que, dicen, siempre son xenofóbicas, racistas y típicas de personas de mentalidad rudimentaria, en Brasil y otras partes de América Latina escasean los dispuestos a ir tan lejos.

Aquí, los izquierdistas suelen ser tan nacionalistas como el que más bajo el pretexto de que los problemas locales se deben a la hostilidad de Estados Unidos, tesis ésta que, un tanto paradójicamente, no comparte Bolsonaro; por el contrario, habla de su voluntad de que en adelante Brasil se alinee decididamente con Washington.

Sea como fuere, aun cuando, para asombro de los analistas y los encuestadores, Bolsonaro no lograra sumar el 4% de los votos al poco más de 46 que obtuvo el domingo pasado, que necesitaría para ser el próximo presidente, no cabe duda de que en su país la “ultraderecha” se ha convertido en una alternativa electoral viable, lo cual, huelga decirlo, no puede sino ser motivo de profunda preocupación.

De intensificarse la frustración que tantos sienten en Brasil y otras partes de la región, movimientos como el de Bolsonaro podrían reemplazar a los que aprovecharon la marejada populista, de retórica izquierdista, que la inundó algunas décadas atrás pero que, gracias en buena medida a la corrupción, ineptitud y, en algunos casos, brutalidad de sus líderes más conspicuos, no supo consolidarse.

Quienes apoyan a Bolsonaro sienten que la ortodoxia fracasó. Piden cambios radicales y ver encarcelados a los corruptos, tolerancia cero a los delincuentes y mejor manejo de la economía.

Datos

Quienes apoyan a Bolsonaro sienten que la ortodoxia fracasó. Piden cambios radicales y ver encarcelados a los corruptos, tolerancia cero a los delincuentes y mejor manejo de la economía.

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