Cuba en auto, de punta a punta:
3.300 km en 21 días
Impresiones de un recorrido de tres semanas sin pisar un resort, con hospedaje en casas de familia por 20 dólares la noche. Diario de viaje a una isla en transición, primera parte.
#Cuba en auto: PARTE III
#CubaEnAuto (Tercera Parte): Sol, jineteros y habanos entre los ecos del Che
Juan Ignacio Pereyra
Juan Ignacio Pereyra
La realidad siempre es compleja, nunca absoluta. Menos en Cuba, donde el imaginario colectivo lleva décadas de un bombardeo exagerado desde trincheras opuestas. Los extremos mutilan la mirada. Quedan muy distantes las orillas, y ya lo sabemos: desde lejos no se ve.
Tras los dos primeros tramos ( Primera parte y Segunda parte), la tercera parte del recorrido por la isla busca redondear el intento de mostrar el (des)encanto de atravesar un hermoso país plagado de contradicciones, donde unos ven un paraíso y otros un infierno. Ambas posturas son exageradas. Pero recién meses después de dejar Cuba encontré una definición más ajustada sobre el país.
Sobre esto irá la última entrega de las instantáneas apuntadas y fotografiadas durante tres semanas, que ahora irán de Cayo Coco hasta la maravillosa Viñales. Vamos.
Juan Ignacio Pereyra
Desde La Llanita hacemos 360 kilómetros hasta Cayo Coco. Entramos por un extenso terraplén, y a los lados busco el centenar de flamencos que había visto en fotos. Pero en esta época del año -entre febrero y marzo- se esconden. Nos alojamos en la única hostería popular del lugar, ya que los demás son resorts. La tarde está nublada, el viento no invita a asolearse, pero siempre hay ofertas para el turista: una pareja estadounidense monta a caballo por la arena.
Playa del Pilar queda en Cayo Guillermo, a unos 40 kilómetros de Cayo Coco. Levantamos a una señora que hace dedo. “Se rompió la guagua. Salí de casa a las 6.30”, cuenta, habituada a los contratiempos. A las 9:30 la dejamos en un resort. “Felicidades”, dice, sonriendo, al bajarse. Ahí lo recordamos: es el Día de la Mujer. Minutos después, llegamos: sol, arena blanca, mar cristalino, playa larga para caminar. Por algo la señalan como una de las mejores de Cuba.
Juan Ignacio Pereyra
Demoramos tres horas y media en hacer los 250 kilómetros que separan Cayo Coco de Santa Clara. En un hostal no hay lugar, y un hombre insiste en llevarnos a otro. Nos guía hasta una hermosa casa colonial (U$S20), que termina siendo uno los mejores alojamientos que encontramos: habitación amplia y limpia, y buen colchón -no es un detalle menor-. La dueña y su hija son muy amables y gentiles.
Vamos a un restaurante en el que sólo ofrecen pollo preparado de 20 maneras diferentes: sopa, fajitas, a la barbacoa, con ananá… En el baño no hay papel higiénico. La moza abre su cartera y me da un rollo: “Sin pena”, dice.
En el Mausoleo del Che Guevara más de 300 personas hacen fila. No se pueden hacer fotos adentro, pero sí afuera: hay una estatua y la famosa carta que escribió el Che antes de irse a luchar en el Congo, en abril de 1965, dos años antes de morir en Bolivia. “Hasta la victoria siempre”, firma, y desde entonces se populariza la frase.
En un bar lleno de turistas no hay una mesa vacía. Estamos por irnos cuando, desde el fondo del patio, una pareja le hace señas a mi mujer. “Pueden sentarse acá”, nos ofrece una australiana que juega a la cartas con su marido, neozelandés. Como si nos conociéramos hace mucho, pasamos dos horas charlando, entre cervezas y papas fritas. Nos invitan a cenar. Luego vamos al efervescente Centro Cultural Mejunje, que condensa el espíritu estudiantil, innovador y vibrante de la ciudad, junto con el arte y la cultura. Locales y extranjeros se mezclan en un ambiente alternativo con varios espacios -entre ellos un hermoso patio- para escuchar música -rock, trova, electrónica-.
Juan Ignacio Pereyra
Encaramos los 460 kilómetros que separan Santa Clara de Viñales. La ruta es bastante mejor que todo el resto del viaje. Unos 80 kilómetros antes de Viñales paramos en Las Terrazas, una comunidad ecológica reconocida a nivel internacional por el desarrollo sustentable, y premiada por la Unesco. El lugar es lindo e interesante: lomadas verdes, caminos angostos, gallinas sueltas, lago, botes, hoteles, camping, artesanos, tres restaurantes y un par de cafés. Almorzamos en El Romero, que tiene cocina solar y huerta orgánica, y produce miel.
Tomo la salida de la autopista hacia Viñales. En la rotonda un hombre hace señas. Freno. Dice que el camino está cerrado unos kilómetros más adelante. Lo ignoro. Avanzo unos metros más, y otro me dice lo mismo. Dice que volvamos a la autopista y bajemos más adelante. Antes de arrancar ofrece pagar para que lo llevemos. No hace falta. En el camino nos cuenta que se llama Leo, y habla sobre su vida: que tiene una novia en la zona, y pidió el día para visitarla. Que tiene un hijo de cuatro años, y nos muestra una foto 4×4. Que trabaja en una finca de tabaco orgánico en el Parque Nacional Viñales, y nos invita a conocerla. “Es para agradecerles, no tienen que pagar”, dice Leo. Y vamos.
Manuel, el dueño de la finca, nos explica el proceso de fabricación de los puros orgánicos, y nos convida uno. Cuenta que a los 7 años fumó por primera vez, con su abuelo, a escondidas de su papá: terminó mareado, y se escondió en el secadero, donde sólo su mamá sabía que estaba. Anochece. “Vengan mañana, hacen fotos y entrevistan a mi hermano, que es mi socio”, dice Manuel. Leo comenta que, cerca de ahí, su tía ofrece habitaciones. Pide U$S30, acordamos U$S20.
El centro de Viñales está organizado, es limpio, y hay bares y restaurantes modernos. Incluso, hay más variedad de comercios. El contraste con el resto del país es grande. Es evidente que ahí llega dinero grande, posiblemente también por la cercanía de La Habana. Vamos a un bar de tapas españolas, que está lleno. Pasan música internacional. En la barra hay un hueco: pedimos tortilla, croquetas de atún, piña colada y daiquiri (todo U$S13). Es el oeste de Cuba, pero podría en ser una ciudad de Europa.
Leo aparece en la casa por la mañana para acompañarnos a la finca, donde Marcos cuenta: que es el hermano menor de Manuel, que la empresa es familiar, que una ONG italiana los capacitó en el cultivo orgánico, que los reconocidos habanos comerciales (Cohiba, Partagás, Guantanamera, Romeo y Julieta) están llenos de químicos. Posan para las fotos.
Alrededor de una mesa larga, unos diez turistas europeos escuchan la explicación de Marcos sobre cómo se arma un puro orgánico. Les ofrecen “mojitos orgánicos”. Les regalan un habano para probar: “Este es como un Montecristo Nº4, el que fumaba el Che Guevara”, dice Manuel. Los europeos compran por entre U$S100 y U$S200, bastante menos que las marcas famosas. “Y esto es orgánico, mucho mejor”, insisten los hermanos. Antes de irnos, nos hacen una rebaja: “Un mazo de 25 cigarros orgánicos a mitad de precio: U$S80”, dice Manuel. Llevamos para regalar a amigos.
Juan Ignacio Pereyra
En una hora de ruta, en bastante mal estado, llegamos desde Viñales a Cayo Jutías. El paisaje es precioso: verde, valle, montañas, plantaciones de tabaco, mango, banana y papaya, vacas y caballos sueltos en la ruta. Llevamos a tres jóvenes que hacen dedo. Cursan segundo año de medicina. Dicen que están orgullosas de Cuba y que, a diferencia de varios amigos, se quieren quedar. Pero que les gustaría que las dejaran visitar otros países.
Unos cuatro kilómetros antes de Cayo Jutías, en la última casa sobre la ruta, alquilan habitaciones. No se ven vecinos, solo campo: árboles de mango y de palta, una huerta, varios perros, unas vacas de las que sale la leche para el desayuno, y una decena de gallinas. A la mañana salimos para la playa: larga para caminar, agua transparente, arena blanca.
Le damos vueltas al asunto del tabaco orgánico, y decidimos averiguar sobre el tema. Volvemos a Viñales y nos hospedamos en Lo de Porry, un muy buen lugar a unas cuadras de la ruidosa calle principal, y con vista a las montañas y al precioso valle. En la oficina de turismo pregunto sobre los habanos orgánicos: “Eso no existe”, afirman, pese a que insisto. De paso, consulto cuál es el mejor camino para salir mañana hacia La Habana, ya que el acceso principal estaba cerrado días atrás: “Nunca estuvo cerrada esa ruta”. En una tienda oficial de habanos se me ríen: “¿El qué? ¿Orgánico? Eso no existe aquí”.
Sobre la calle principal hablamos con el dueño de un hostal. Por si acaso, le comento sobre los dos hermanos, Marcos (43 años) y Manuel (57). Le muestro las fotos y los puros que compré. Me mira con ternura. Entra al hostal y vuelve con un fajo de 25 cigarros, iguales a los que me vendieron: “Son los que consumimos los locales. El mazo cuesta un dólar. Y a los dos de las fotos los conozco: nunca fueron hermanos. Pasa que los turistas no saben e igual se van contentos con el cuento, ¿para qué amargarlos con la verdad?”. Y me regala los 25 cigarros.
Vuelvo a la finca. Le digo a Manuel que en la oficina de turismo nos recomendaron ir a la policía, y que en la tienda oficial nos dijeron que era todo un engaño. “No es necesario que avises a nadie, te devuelvo la plata”, replica enseguida. Tras zafar de la estafa, me voy pensando algo que dijo el dueño del hostal: “Hay dos cosas sagradas, que los cubanos no podemos tocar: los turistas y las vacas”.
Juan Ignacio Pereyra
Yendo hacia el aeropuerto de la La Habana, por el camino principal, vemos a Leo en la misma rotonda donde nos embaucó hace unos días. Pienso en el cuento de que estaba cerrada la ruta y cómo nos terminó llevando a finca orgánica. Habíamos estado atentos a no caer en un jinetero -vendedores encubiertos- pero sucedió de la manera menos pensada. Sonrío.
Hablamos con mi mujer sobre si nos gustó Cuba. Me encantó entrar en las realidades de algunas familias, y conversar, aunque da impotencia escuchar cosas como: ¿Por qué no puedo visitar tu país como haces tú con el mío? ¿Por qué no puedo informarme y estudiar en Internet como tú? ¿Por qué no puedo elegir comer carne como tú? Fue interesante contrastar la experiencia con lo escuchado y leído durante años. ¿Volverías a Cuba? Sí, varias veces. Es entrañable y muy interesante para ir de vacaciones, para recorrer. Otra historia es vivir allí.
Meses después de recorrer Cuba entrevisto al escritor Leonardo Padura, que me dijo: “Creo que hay dos grandes mitos: uno de una posición de izquierda acrítica que ve en Cuba un paraíso, y otro de una derecha recalcitrante que ve en Cuba el infierno. En el medio hay una realidad muy compleja, con muchas contradicciones, cosas buenas y cosas que deben cambiar. Al final, nos parecemos un poco más al purgatorio que al paraíso o al infierno”.
¿Querés ir? Lo que tenés que saber:
Vuelos: desde Viedma/Neuquén a La Habana, a partir de 18.000 pesos.
Moneda: conviene llevar euros. U$S1=1 CUC (peso convertible cubano)=26,5 CUP (pesos cubanos). Atento: las monedas y los billetes cubanos se confunden fácil y se puede perder mucho en un vuelto.
Visas. La Tarjeta de Turista se saca en el día en la Embajada de Cuba en Bs.As: (11)4782-9049 / embacuba@arnet.com.ar. Consultar por otras opciones.
Recorrido de 3.300 Kilómetros en 21 días: La Habana, Playa Girón (Nota I); Cienfuegos, Trinidad, Camagüey, Santiago de Cuba, Baracoa, Guardalavaca, La Llanita (Nota II); Cayo Coco, Santa Clara, Viñales, Cayo Jutías (Nota III).
Auto. Sin alquilar vehículo es imposible hacer este recorrido -además de las escapadas- en tres semanas. El transporte público apenas funciona. Gran parte de las rutas están en mal estado, y de noche hay poco o ninguna iluminación. En Internet hay ofertas para alquilar pero suele ser difícil confirmar online un vehículo económico. Precios: desde U$S45 al día. Un buscador: http://www.rent-a-car-cuba.com/
Dormir. En casas particulares (tienen un logo azul que las identifica) desde 20 dólares por noche para 2 personas.
Desayunar: desde 5 dólares las casas particulares sirven desayuno.
Comer: desde 5 dólares por persona. Los paladares (restaurantes) para los locales son más económicos.
Lo mejor: escuchar música en Casa de la Trova, Casa de la Música o Casa de las Tradiciones. Genuinas, siempre vale la pena visitarlas y están casi todos los lugares.
Recomendable: llevar lo que uno quiere usar/consumir. Es difícil o caro conseguir productos que en otros países son habituales (desde pasta de dientes hasta galletas, pasando por jabón, repelente y champú).
Clima: la temporada alta es de noviembre a marzo y julio-agosto. Es más caro pero menos caluroso. Mayo, junio y septiembre es temporada baja.
“Diccionario” cubano:
Jineteros: se concentran en las entradas de cada ciudad/pueblo, muchas veces en bicicleta. Ofrecen de todo: encontrar tu hotel, conseguir tarjetas para Internet o cigarros, darte un tour, llevarte a un restaurante o un bar, enseñarte a bailar salsa. En fin: son vendedores y van a comisión. Muchas lo hacen de modo encubierto.
Hacer botella: hacer dedo.
Paladar: restaurante donde van los locales.
Guagua: colectivo local.
Cuba y Estados Unidos anunciaron el 17 de diciembre de 2014 el fin de medio siglo de enemistad. Se restablecieron relaciones diplomáticas, rotas en 1961.
El turismo explotó en los últimos años. Cuba superó en 2016 por primera vez los 4 millones de visitantes, y este año se espera que crezca aún más.
El turismo explotó en los últimos años. Cuba superó en 2016 por primera vez los 4 millones de visitantes, y este año se espera que crezca aún más.
Fotos y Textos de Juan Ignacio Pereyra
Datos
- La realidad siempre es compleja, nunca absoluta. Menos en Cuba, donde el imaginario colectivo lleva décadas de un bombardeo exagerado desde trincheras opuestas. Los extremos mutilan la mirada. Quedan muy distantes las orillas, y ya lo sabemos: desde lejos no se ve.
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