25 años de Abre, de Fito Páez: la edad de la madurez
El 27 de julio de 1999, el músico rosarino editaba Abre, su décimo disco y el primero en cinco años. Tras el fallido trabajo del año anterior con Joaquín Sabina, volvía a su música para cerrar un camino iniciado con Del 63 y entrar en el siglo XXI.
“Se supone que soy un chico que ya tiene 36 años”. Salvo porque aquel día de 1999 era lunes, hace veinticinco años, Fito Páez decía esto ante un público selecto, literalmente: a medio camino entre concierto y conferencia de prensa, elegido por él, aquel público hecho de amigos, músicos, periodistas y fans asistió al teatro Maipo, a la primera escucha de Abre, el por entonces décimo disco de estudio de Páez y el primero con canciones originales en cinco años (toda una eternidad tratándose de él), sucesor de un ya lejanísimo Circo Beat (1994). Otros tiempos, otra vida. Definitivamente.
Aquel 26 de julio de 1999, Fito, de (vistos a la distancia, jóvenes) 36 años, era un músico que había ingresado en la adultez. Y “Abre”, su flamante disco de entonces daba cuenta de ello. Sus canciones eran las de un tipo que comenzaba a estar de vuelta de unas cuantas cosas. Ya habían pasado quince años de Del 63, su primer disco. Se imponía una cierta retrospectiva. Y no es que no la hubiera hecho antes, porque sí la hizo, ahora se trataba de otra cosa.
“Abre” es la mirada de un tipo que empieza a tener la edad de los músicos que admiró. Fito tiene en 1999 la misma edad que tenía Charly en Parte de la religión. Y es también cuando decide ser padre: Martín llega a su vida y a la de Cecilia Roth unos meses antes de la salida de Abre. De hecho, está dedicado a él.
Abre curiosamente cierra, en principio, una década en la vida de Páez, una muy larga década, por cierto. Muy lejos había quedado aquel Fito de fines de 1990, quien, fuera de EMI, harto de ser -para el público y la crítica- una de las joyas del rock argentino y aun así sentir que ya no tenía laburo, puso sobre el escritorio de los ejecutivos de WEA el disco Tercer Mundo para que hicieran con eso lo que les viniera en gana porque él se iba (y se fue nomás, hasta que volvió porque lo llamaron desde Buenos Aires para decirle que ese disco que había dejado estaba vendiendo como ningún otro disco suyo).
Muy lejos había quedado también el Fito que volvió y, ahora sí, con la banca de la discográfica para grabar el disco que le cambiaría la vida: El Amor Después del Amor. En 1999 tampoco era aquel de Circo Beat, un gran disco nunca del todo apreciado quizás por la hoguera de las vanidades que se llevó puesto todo, incluido Páez.
Entre Circo Beat y Abre hubo lugar para dos discos: Euforia, un bello concierto acústico producido de manera independiente, tras decirlo que no a la propuesta unplugged de MTV; y – ¿cómo llamarlo? ¿errático? ¿erróneo? ustedes dirán- disco con Joaquín Sabina cuyo nombre lo decía todo: Enemigos íntimos. Una colaboración forzada que solo cabía en la mente y el espíritu de dos tipos que se veían en lo alto de lo que sea a lo que creían estar subidos. Y en la de la discográfica, vale decir. ¿Qué podía salir mal? Todo, por supuesto. ¿El disco? No está mal, a pesar de todo.
Es curioso como Fito pasó en apenas dos discos de ser un artista más del catálogo de una compañía a ser el artista más importante de otra. En menos de diez años, EMI se lo sacaba de encima por ser un artista flojo de números y WEA lo abrazaba por vender más de un millón de discos en un puñadito de años, los del medio de esa década que amamos odiar, la de los 90. De vuelta de todo eso estaba Páez cuando sacó Abre el 27 de julio de 1999.
Fito Páez, los 90, La fama y después
“La fama es muy jodida, muy turra. No tiene gusto, no tiene olor, no tiene espesura. La fama es una mierda. Pero hay que haber egresado de la fama para darse cuenta. A algunos les interesa ese lugar. A otros no. A mí me dejó de interesar después de conocerla”, le decía Fito a Carlos Polimeni, en una entrevista para Página 12, dos días antes de la salida de Abre.
“El momento en que todo había perdido sentido, y yo era un tipo que opinaba en televisión sobre el tema que viniera, y en serio”, dirá más adelante en aquella misma entrevista. “Tenía poco humor y tolerancia cero, estaba metido en el centro de una empresa que dependía de que yo saliese de gira y llenara estadios. El momento del quiebre fue cuando me di cuenta de que sólo estaba trabajando por los demás, o para los demás, que había cuarenta familias que dependían de un sueldo, que a su vez dependía de mí, y que el resto lo hacían los medios. El día que entendí eso, que era una estrella de rock que se tomaba cuatro copas de más y perdía la cabeza, comprendí que me había convertido en aquello que no había querido ser. No me gustaba, y estaba angustiado, en lugar de feliz. Eso era la fama. Y me bajé. Me puse al lado del camino. Ahora soy un tipo que hace canciones”.
Fito siempre fue un tipo que hizo canciones, antes y después de aquel 1999, solo que en aquel 1999 era un tipo que (se) miraba distinto y prefiguraba el que sería en adelante.
Producido por Phil Ramone, uno de los tipos más importantes de la industria discográfica de aquel tiempo. Abre comienza con el tema homónimo. Calmo y reflexivo, Páez repasa todo aquello que abre: el zen, la vanidad, el miedo, el dolor, el perdón, drogas, amar, besar, andar, hablar, callar y así, en un crescendo de corte épico hasta estallar en su punto más alto de la lírica.
Hay que decir algo: Abre es un disco largo y de mucha letra, era un Páez particularmente verborrágico. Tras varios años sin canciones con su nombre, tenía mucho por decir y decidió no guardarse nada: una hora once minutos repartidos en doce canciones. “Torre de cristal”, a más corta, es de “apenas” cuatro minutos. El resto supera los cinco minutos, salvo la excepcional “La casa desaparecida” (de la que ya hablaremos) de once minutos y medio.
Le sigue “Al lado del camino”, un Fito en modo Dylan repasa, una vez más, su propia vida y la de los mundos que la rodeó, pero, esta vez, ya lo dijimos, desde cierta madurez. Si en Del 63 era la mirada retrospectiva de un chico que se presentaba al mundo que quería conquistar, en AL lado del camino, quince años después, ese tipo ya puede dar cuenta de ese mundo al punto de decir que ya no pertenecía a ningún ismo.
“Dos en la ciudad” es quizás la primera composición de Páez en la edad de la madurez, la historia de una relación y el reencuentro unos cuantos años después. Dos personas que han vivido y un poco ya están de vuelta de ciertas cosas.
“Es solo una cuestión de actitud” es el rocanrol furioso de siempre, de los que nunca faltarán en los discos de Páez. Canciones donde no importará nunca la edad porque siempre será un volver a los orígenes.
“La casa desaparecida” (dijimos que volveríamos a hablar de ella) es una joya. Una catarsis de 200 años de historia contada de manera no cronológica escrita en media hora.
Madre ponme en la chaqueta las medallas
Los zapatos ya
No me los puedo poner
Mis dos piernas se quedaron en Malvinas
El mal vino no me deja reponer.
Así comienza “La casa desaparecida” para luego saltar a la Argentina menemista de los 90. Luego irá, en tono revisionista “entre Rosas y Sarmiento, Don Segundo y Martín Fierro/ La barbarie y los modales europeos”.
Recorrerá el siglo XX con versos como Yo volví con Onganía y la cosa aún seguía/ Aristócratas Patricios y Patricias de Anchorena/ Tan católicos mamones, protagonistas sin roles/ Yendo tras de un socialismo patriotero, indicalista.
Páez irá y vendrá a lo largo de esos once minutos y pico por la historia argentina para tratar de explicar eso que llamamos la tragedia argentina. Por momentos lo consigue.
“Tu sonrisa inolvidable” es una bella pieza en la que Páez una vez más mirá hacia atrás acompañado de una acústica. “Desierto es áspera del modo en que lo eran las composiciones “Ey!”. “Torre de cristal” es la más beatle de todas. “Habana” lo dice todo son su nombre: una canción dedicada a la Cuba que Páez supo abrazar (y ella a él, claro).
“Ahí voy” es un pop muy de aquellos años, también de aires beatles, que repasa vidas jóvenes que se abren al mundo. “La despedida” es Páez y el piano, solos por primera vez en diez discos. Delicada e inspirada. El cierre es como todos los cierres de Fito: optimista. Como si necesitara dejar una puerta abierta hacia algo mejor. “Ya nos vemos en el siglo XXI/ Una buena estrella también viene con él”.
Abre, ficha técnica
Músicos
Fito Páez: voz, piano y teclados
Ulises Butrón: guitarras
Gabriel Carámbula: guitarras
Guillermo Vadalá: bajo, guitarras y teclados
Shawn Pelton: batería y loops
Claudio Cardone: teclados
Músicos invitados
Néstor Marconi: bandoneón en “La casa desaparecida”
Lucho González: guitarra en “Tu sonrisa inolvidable”
Hubert Reyes: percusión en “Tu sonrisa inolvidable”
Anita Álvarez de Toledo: coros en “Abre” y “Torre de cristal”
Frank Filipetti, Donna Kloepfer: coros en “Abre” y “Buena Estrella”
Fito, Mucci, Alan, Máquina y Ale: coros en “La casa desaparecida”
Jeff Kievit: trompeta
Tim Ries: alto saxo
Dave Mann: alto saxo
Roger Rosenberg: barítono saxo
Mike Davis: tenor trombones
Herb Besson: bass trombones
Robin Clark, Diva Gray, Curtis King, Mary Ellen Devaux, Tony Kadleck: trompetas
Jim Hynes: trompeta
Andy Snitzer: tenor saxo
Rick DePofi: tenor saxo
Lawrence Feldman: tenor saxo
Datos técnicos
Producido por Phil Ramone
Grabado en Circo Beat Studios (BS.AS.) y Right Track Studios (NYC).
Mezclado en Right Track Studios (NYC).
Ingeniero de grabación y mezcla: Frank Filipetti.
Diseño de tapa: Ros
Fotografía: Eduardo Martí
Comentarios