De la meseta al gran canal: un viaje que conecta la Biennale de Venecia y Festival Primavera en Danza de Neuquén
La docente e investigadora roquense María Laura Balmaceda participó del trascendental encuentro en Italia y anticipa el comienzo de una nueva edición del festival de danza neuquino, que comienza este sábado. Danza y cuerpos que no callan, de la Patagonia a Venecia.
Un golpe de suerte, en medio del maremágnum de la crisis argentina, sacudió mi rutina hecha de no-esperar.
Acostumbrados/as a inventar escenarios en paisajes inhóspitos, quienes trabajamos en el arte sabemos de recortar, pegar y atar con alambre dulce para sostener cualquier empresa. Las urgencias del hambre que atraviesan a gran parte de la población nos instan a reformular nuestro rol. El arte no es moneda ni intercambio en el ecosistema económico mercantil; su valor es intrínseco y, por eso mismo se vuelve moneda de descarte. Esa realidad realza aún más la voluntad descomunal de los artífices que sostienen el estandarte del “hacer artístico”, como un trofeo en sí mismo.
Baluartes de un eslabón fundamental de la cultura, estos cuerpos se ofrecen a la escena como una verdadera revolución. Y el esfuerzo se vuelve doble cuando nos situamos en la geografía de la periferia, donde el teatro es tan contradictorio como la meseta del valle y, sin embargo, convive armoniosamente, mezclando con la fuga del viento pulsiones fértiles y arraigo identitario.
El “golpe de suerte» me lleva a un viaje donde se abre otro escenario que parece opuesto, pero dialoga en profundidad con estas búsquedas territoriales.
Viaje a Venecia: vértice de artificios y silencios propositivos
Ser mujer y viajar sola es habitar una frontera: cada trayecto lleva consigo la vigilia que nos impone una sociedad patriarcal. No es un miedo inventado, es una sombra constante. Los riesgos no son una construcción del imaginario.
Llegar a Venecia desde la meseta es entrar en otra economía del espacio. La ciudad está delineada por arterias de agua que limitan el tránsito a sus calles angostas. No hay motores, no hay bocinas, no hay autos; el silencio se ve interrumpido por el bullicio de turistas —aglutinados o dispersos— que, como yo, llevan la mirada abierta para no perderse sus exquisitos tesoros. Lo que domina es el ruido humano, el ritmo de las embarcaciones y el propio.

El desplazamiento se consagra en la superficie líquida y en la flotación de góndolas, taxis y vaporettos. Lo que manda son los pasos: la caminata errática que ni Google Maps sabe siempre orientar a destino seguro. Al menos a mí. Mucho de torpeza personal, mucho de diseño orgánico de época, pensado para ser ciudad “a pata”.
Biennale de Danza 2025: luces, sonido, atmósfera envolvente y clímax escénico. Y luego, un gesto contenido en un discurso memorable que me hendió el pecho. La entrega del León de Oro a la trayectoria de Twyla Tharp, una figura cuya obra atraviesa el siglo XX y lo contemporáneo, mezclando técnica y riesgo y del León de Plata a la brasileña Carolina Bianchi, cuya obra sitúa al cuerpo en el centro de la denuncia y la memoria, marcaron el pulso del festival.

La primera parte de la trilogía Cadela Força de Carolina Bianchi, presentada en Avignon (2023) como “La novia y la Cenicienta de las buenas noches”, toma su nombre de la expresión brasileña “Boa Noite, Cinderela”, asociada al GHB (ácido gamma-hidroxibutírico), droga que adormece sin consentimiento, provoca amnesia y deja a las víctimas indefensas. La obra obliga a mirar la violencia de género en carne viva, de manera visceral: un shock estético que busca decir lo que tantas veces se nos niega. Su premio en Venecia confirma que el arte que interpela puede tener eco global y, al mismo tiempo, brotar de heridas locales y compartidas.

Traigo también una nota histórica: Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, veneciana que en 1678 obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad de Padua, fue una de las primeras mujeres en recibir un grado académico en Europa. Su logro, en un tiempo que negaba a las mujeres el acceso al conocimiento, es un recordatorio de cuán largo y arduo ha sido el camino hacia la equidad. Desde aquella aula universitaria hasta las salas de la Biennale, la insistencia femenina por ocupar espacios de pensamiento y creación traza una línea de continuidad. Las artistas premiadas en Venecia —Twyla Tharp y Carolina Bianchi— son herederas de esa persistencia: cuerpos y voces que, siglos después, siguen abriendo camino en una cultura que todavía se resiste a la plena igualdad.
La mirada vuelve entonces a mi territorio, porque el diálogo entre periferia y centro no termina en los canales venecianos, sino que se fortalece al regresar al sur.
Neuquén: permanencia, periferia y práctica colectiva
A un océano de distancia del Gran Canal, el Festival “Primavera en Danza” cumple en 2025 su 12.ª edición. Un encuentro que nació y se sostiene con recursos distintos, con redes comunitarias, con escuelas y cooperativas que trabajan por mantener viva la escena en la Patagonia. Esa continuidad, doce años de persistencia intermitente, es un hecho político y cultural que merece ser contado.

El festival en Neuquén se organiza desde la Escuela Experimental de Danza Contemporánea y la Cooperadora ProDanza Patagonia; su programación incluye espectáculos, residencias de investigación coreográfica, seminarios, videodanza y espacios de curaduría y gestoría que alimentan la escena regional, ejemplo de cómo el trabajo comunitario hace posible lo que la lógica de mercado suele descartar.

La diferencia de medios entre Venecia y Neuquén es obvia: en la Biennale hay estructuras, patrocinios, una escala histórica y visibilidad internacional; en Neuquén hay ingenio, voluntades y una apuesta cotidiana por formar público y dar lugar a voces locales, regionales y nacionales. La pregunta no es si uno es mejor que el otro, sino qué se pierde cuando solo se mide el valor por la escala o por el brillo del privilegio. ¿Qué se gana con la existencia y presencia de espacios que resignifican el derecho a decir y a hablar de lo propio?
Mujeres, violencia y arte: un hilo que atraviesa los festivales
El gesto de premiar a una creadora como Carolina Bianchi —cuyas obras parten de experiencias de violencia y se articulan en una trilogía que desnuda códigos patriarcales— no es casual en el año en que la Argentina volvió a estremecerse por el triple femicidio en Florencio Varela: Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez fueron encontradas sin vida, un hecho que reabrió la discusión sobre la ausencia del Estado, la fragilidad en la protección de las mujeres y la impunidad. Esa proximidad entre lo artístico que denuncia y lo real que hiere vuelve imprescindible que los festivales sean también espacios de palabra y memoria.
En Neuquén, muchas de las articulaciones del festival son lideradas por mujeres, gestoras, coreógrafas, docentes y eso no es anecdótico: el hacer cultural en la periferia tiene siempre una dimensión de sostén social que, cuando falta, deja vacíos que la política no siempre cubre. Al hablar de Bianchi, Twyla Tharp y de las organizadoras patagónicas, se perfila una evidencia: la mujer como protagonista del relato coreográfico contemporáneo, tanto en su figura creadora como en su condición de víctima o de testigo, ocupa un lugar central en la escena global y en la local.
El marco político actual, sin embargo, añade una tensión que atraviesa todos estos esfuerzos y hace aún más urgente la resistencia cultural.
La motosierra como símbolo y la política que desoye cuerpos
La “motosierra”, emblema que Javier Milei empuñó durante la campaña presidencial, se impone en la Argentina como signo de poder y ruptura. No es solo una metáfora de corte radical para “limpiar” y erradicar a una supuesta casta: en los hechos revela que esa “casta” somos las mayorías. Sin escrúpulos ni matices, la motosierra arrasa con jubilados, niños, enfermos y personas con discapacidad, ejecutando lo que su imagen anticipa: desmembrar los cuerpos más vulnerables, los que el poder considera “prescindibles”, son los primeros en ser cercenados.
La lógica del veto sistemático y del ajuste que ha golpeado la salud, las universidades y los programas sociales, no es neutra: hiere la educación pública, la salud, las redes culturales y la vida cotidiana de quienes menos margen tienen para sobrevivir.
Nombrar “motosierra” no es solo invocar una imagen dramática: es señalar una política que privilegia la reducción del gasto por encima de la protección social, con un sesgo autoritario que desoye la función de las instituciones. Ese paisaje de vetos, desfinanciamientos y tensiones no solo erosiona derechos: abre un terreno fértil para la penetración de mafias poderosas que, al amparo del vacío estatal, criminalizan la vida en común y refuerzan redes de violencia e impunidad.
Arte y resistencia como tejido social
En este contexto, la existencia de festivales y espacios culturales que persisten en la periferia adquiere un valor mayor: son actos de resistencia y de cuidado colectivo frente a una política que desoye cuerpos y debilita los lazos que sostienen a la comunidad.
Carolina Bianchi, en su vivencia personal de violencia de género y en su torrente latino atravesado por abusos, expresa que su arte no es cebo para el público: lo empuña como instrumento de denuncia y memoria, encarnando el cuerpo como territorio de resistencia. Sus herramientas simbólicas y estéticas interpelan nuestras prácticas geopolíticas como actores y actrices sociales.

Del vértice del artificio a la matriz vital: si la cultura es un tejido, su trama debe preservarse de la motosierra para seguir hilando desde las periferias hacia el centro, desplazando el eje de la mirada.
En la ceremonia de entrega del León de Plata de la Biennale Danza 2025, Carolina Bianchi compartió unas palabras que resuenan con la fuerza de una poética radical. Su discurso, que aquí reproduzco en parte por su pertinencia en estos tiempos, fue un manifiesto de gratitud y de arte como riesgo:
“…este premio reconoce el riesgo de investigar algo a fondo, reconoce la violencia poética de la escritura, reconoce nuestro asombro ante la literatura, nuestro asombro ante el mal, la complejidad que no busca respuestas fáciles. Este premio reconoce el rechazo del arte como sustancia pacificadora de las sensaciones.

Este premio reconoce la confusión como perspectiva, reconoce que nuestra sexualidad es materia compleja y desorganizada. Este premio reconoce este cuerpo como vehículo de investigación sobre el tiempo y la memoria o la falta de ella, así como reconoce un cuerpo en escena como un constante intento de desaparición y resurrección y así sucesivamente.
Este premio reconoce la danza que proviene de prácticas que activan el imaginario y, tal vez aún más profundo, una especie de enigma. Este premio reconoce que adentrarse en el bosque oscuro de la creación es un proceso violento y extremadamente transformador. Gracias.”

En el reflejo veneciano de Bianchi resuena una verdad que no reconoce fronteras: la danza como laboratorio de riesgo, memoria y transformación. Desde los canales de Venecia hasta la meseta patagónica, su discurso confirma que el arte se gesta en cuerpos que se ofrecen al vértigo, ya sea bajo las luces de la Biennale o en la persistencia del Festival Primavera en Danza de Neuquén, que desde hace 12 años sostiene una comunidad de movimiento en un territorio periférico y fértil. Reivindicar ambos escenarios —el internacional y el patagónico— no es contraponerlos, sino mostrar que el mismo pulso que late en un León de Plata vibra también en cada ensayo en el Alto Valle, allí donde la cultura se defiende con la obstinación del viento y la voluntad de quienes hacen arte no como trofeo, sino como gesto vital que afirma y reivindica la vida.
Y al pensar en la violencia que atenta contra nuestras vidas, el triple femicidio de Brenda, Morena y Lara se graba en mí como advertencia y duelo, pero también como la memoria viva de todas las víctimas de la violencia de género. Sus nombres no son solo tres, son un eco colectivo. Ellas podrían haber sido [mis] tres hijas o las tuyas y en esa certeza late una herida que nos interpela a todas y todos. Su ausencia se convierte en un llamado urgente a sostener el arte, la memoria y la resistencia como refugios donde la vida se defiende frente a la crueldad y la impunidad.
El Festival Primavera en Danza de Neuquén 2025 se lleva a cabo desde el 27 de septiembre al 4 de octubre. Ofrece una variedad de actividades incluyendo obras en sala, videodanza, clínicas de creación y talleres de montaje. Los lugares son la Escuela Experimental de Danza Contemporánea, Deriva Teatro, Sala de Arte Emilio Saraco y el Museo Nacional de Bellas Artes Neuquén. Más información en las redes sociales del festival
María Laura Balmaceda es bailarina, coreógrafa, docente-investigadora (IUPA), Especialista en Comunicación y Culturas Contemporáneas (UNCO) y Maestrando en Comunicación y Cultura (UNCO)
Un golpe de suerte, en medio del maremágnum de la crisis argentina, sacudió mi rutina hecha de no-esperar.
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