Escribir a cuatro manos y a la distancia: son de Neuquén y crearon su novela fantástica

Cristina González y Andrea Cisneros escribieron juntas “El espíritu de la niebla” a través de correos electrónicos.

Cuando comenzamos, no sabíamos cómo era esto de escribir una novela a cuatro manos. Fue un desafío que no implicó trabajar juntas en el mismo espacio. Cada una lo hizo desde su propio lugar; a veces, compartíamos un cafecito para realizar los ajustes, pero la mayor parte del trabajo, fue el intercambio de capítulos a través del correo electrónico.

Optamos por el género fantástico. Imaginamos una historia, la de Antonia, a partir de un sueño.
Ubicamos los hechos en un lugar inhóspito, con escenarios que mostraran sitios entre reales e inasibles, donde la historia se desplegara intervenida por el viento, el frío, la nieve, el canto de las ballenas y el recuerdo de sus pobladores ancestrales.

Antonia es el personaje principal de esta trama, necesitamos, luego, un antagonista y surgió Esteban. Antes que él, apareció Efe (Fabián). Y como en cascada, fueron exigiendo su lugar los demás, porque la historia los requería.

El lugar se llama La Cola del Dragón, rodeado de mar bravío, donde los personajes conviven con espíritus y con una realidad que se les impone, hasta quedar atrapados en un realismo mágico que se desprende de sus ancestros al querer revivir el ritual del antiguo pueblo selk’nam, el Hain.

Llegar a este punto nos permitió probarnos que podíamos. Y continuamos. Fueron miles los mensajes de audio que nos enviamos para coordinar acciones, temas, incorporaciones nuevas. ¿Quién escribe qué?, cuando lo general estaba decidido.

La tapa del libro. Foto: Florencia Salto.

Fue fácil, a la primera que se le ocurría un segmento para continuar, lo hacía. Yo me ocupo de esto, yo de esto otro. Lo interesante fue intervenir en la escritura de la otra, agregar aquello que nos parecía conveniente, lo que faltaba, pero también quitar, lo que estaba repetido, lo que no agregaba sustancia, lo que no tenía una redacción a la altura de nuestras pretensiones. ¿Cuál de las dos definía este tipo de correcciones? Ambas, sin problemas, lo que había que sacar, lo sacábamos, lo que estuviera para mejorar lo trabajábamos.

Invertimos horas infinitas en modificaciones de las partes escritas y otras tantas en el armado de la trama. Con qué capítulo comenzar, fue un tema que nos obligó a leer y releer; y también a dejar de lado el primer armado y conformar uno nuevo. ¿Qué nos falta para completar la trama?, era un planteo que nos hacíamos con frecuencia y para dar con la solución, nos poníamos a investigar en materiales teóricos o en los libros que nos sustentan por el gran caudal de lectura que estamos acostumbradas a transitar, sin el cual la escritura sería imposible.

Una pregunta recurrente en las presentaciones que llevamos a cabo, es acerca de cómo logramos equiparar nuestros distintos estilos de escritura. La respuesta la obtuvimos en la lectura oral y conjunta, donde íbamos limando, cambiando, reemplazando, tratando de llegar la una a la otra.

La coordinación y el desapego nos permitió terminar esta obra. No existieron discusiones por imponer un párrafo que a una de las dos no le cerraba; con la frase “esto se va o esto se queda”, independiente de quién lo haya escrito, resolvimos en función de lo mejor para la obra y no por el ego que genera la escritura.

Así fue como logramos esta novela coral, de misterio, plagada de espíritus de una etnia que ya no existe, a la vez que pudimos abordar temas que nos obsesionan como la desaparición, el abandono, la identidad, el olvido y la memoria.


Cuando comenzamos, no sabíamos cómo era esto de escribir una novela a cuatro manos. Fue un desafío que no implicó trabajar juntas en el mismo espacio. Cada una lo hizo desde su propio lugar; a veces, compartíamos un cafecito para realizar los ajustes, pero la mayor parte del trabajo, fue el intercambio de capítulos a través del correo electrónico.

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