Libros: «El resto de nuestras vidas», un viaje bajo los efectos corrosivos del tiempo
El protagonista de “El resto de nuestras vidas”, la novela de Benjamin Markovits, finalista del premio Booker 2025, lleva a su hija a la universidad, pero no regresa a casa. Sigue en el camino. Huye de un matrimonio en crisis y de los restos de su pasado.
La historia es así: Tom Layward, un abogado neoyorquino, descubre que su mujer lo engaña. La pareja entra en crisis, pero como tienen dos niños pequeños, el hombre hace un pacto consigo mismo. Decide que hasta que su hija menor no cumpla los 18 seguirá en su matrimonio. Un matrimonio con un puntaje bajisimo en la escala del amor, un caldo amargo.
Cuando se hizo aquella promesa, faltaban 12 años para que eso ocurra. Pero ahora, cuando comienza el libro, ha llegado el momento. Tom debe llevar finalmente a su hija menor, Miriam, a la universidad.
La historia, entonces, se vuelve otra cosa. Tom emprende ese viaje, que no dura más que unas horas, como lo que es: el inicio de una fuga largamente postergada. Y tras dejar a su hija, sigue conduciendo hacia el oeste, cruza Estados Unidos, visita figuras de su pasado, busca algo que ni él mismo sabe nombrar. No es un entusiasta al volante. Lo acompaña una nube gris.
Así comienza “El resto de nuestras vidas”, la última novela de Benjamin Markovits, que es finalista del prestigioso Premio Booker 2025, un autor que por primera vez se publica en el país, de la mano de Chai Editora, aunque lleva escritas doce novelas.

“El resto de nuestras vidas” es un relato que se inscribe en la tradición americana del viaje como metáfora vital, como “En la carretera”, de Jack Kerouac, y que además que le debe bastante -mucho- a John Updike. Pero el viaje de Tom no tiene nada de la épica del paisaje. Aquí no hay mística de los espacios abiertos ni tampoco un ápice del elogio a la libertad individual.
La versión de Markovitz es la versión desgastada y madura de aquellas carreteras y aquellos viajes. Tom no descubre Estados Unidos, no avanza hacia la libertad. El que hace Tom es un viaje interior, temporal, se escapa de un pasado que no volverá y mientras conduce en un tiempo presente que no se parece nada a lo que alguna vez soñó.
Benjamin Markovits (Palo Alto, California, 1973) es un escritor que ha hecho de la introspección su territorio narrativo.

Educado entre Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido, y formado en Yale y Oxford, tuvo incluso una etapa como jugador profesional de basket en Alemania, una experiencia que aparece como eco en varios de sus personajes (“Playing Days”, aún sin publicar en el país). Ha escrito cuentos, ensayos y reseñas para medios como “The Paris Review”, “The Guardian” y “The New York Times”.
En 2013 fue seleccionado por “Granta” como uno de los mejores jóvenes novelistas y en 2015 recibió el James Tait Black Memorial Prize.
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Todo lo que se pudre
Sin adornos ni concesiones, Markovitz tiende alrededor del protagonista, como prendas raídas, reflexiones sobre el matrimonio, con todas sus capas y complejidades, sobre lo que se pierde y lo que se transforma con el paso de los años; esboza ejemplos de la extrañeza que generan a veces los hijos, y sí, también detalles de todo lo que se pudre en las relaciones (sea entre madre e hija, en el matrimonio, entre amigos o hermanos).
Lo hace sin emitir juicios, con una mirada más resignada que compasiva.
En su fuga hacia adelante, Tom visita a personas de su pasado -un viejo amigo, una exnovia, su hermano, su hijo- en una ruta que lo llevará, quizás, hasta la tumba de su padre en California.
En ese trayecto, se entrecruzan la memoria, el arrepentimiento y la búsqueda de sentido. Pero también la certeza de que, como él mismo dice, “uno se enamora de alguien a los veintiséis, y va viendo a esa persona bajo toda una serie de luces distintas”, hasta que la acumulación de decisiones compartidas, rutinas, silencios terminan por desdibujar el potencial inicial. Terminan por dejarlo en penumbras.
Su matrimonio, como él mismo lo define, es de “cuatro puntos”, y con esa base, piensa también, resulta difícil superar un seis de promedio en los otros aspectos de la vida. Así es, o más bien fue su vida.
Markovits evoca la temperatura de un matrimonio en crisis, no a través de estallidos, sino a través de la larga acumulación de desaires, y hostilidades ensayadas. La esposa de Tom, Amy, es frágil y autoritaria, una mujer que ha aprendido las ventajas tácticas de la exasperación. Pero la novela no reduce a Amy a una antagonista, porque, por supuesto, Tom es igual de cómplice.
Es una mirada parca con efectos corrosivos. Un relato que parece anclado en ese bello final del poema de T.S Eliot: “Y así se acaba el mundo. No con un estallido, sino con un quejido”.
Pero el matrimonio y las relaciones no son lo único que pesa en la vida opaca de Tom. Lo aqueja un malestar que bien podría ser la consecuencia de un Covid prolongado, y además, una serie de tropezones laborales. De hecho, el narrador, que es profesor de derecho e imparte una clase sobre delitos de odio, se ha convertido en el blanco de las críticas de la política universitaria por su negativa a incluir pronombres en su firma de correo electrónico (algo así como negarse a hablar de modo inclusivo). Tiene un combo completo de desastres alrededor.
La novela trae el eco de “Corre, Conejo” de John Updike. Como Harry Angstrom, el protagonista de la saga de Updike, Tom fue jugador de basket en su juventud y ahora se encuentra atrapado en una vida que ya no le pertenece.
La comparación no es gratuita: Markovits parece dialogar con Updike, pero también intenta escapar de su sombra. Aunque los mecanismos narrativos son similares -la fuga, la introspección, el retrato de una masculinidad en crisis-, “El resto de nuestras vidas” se sostiene por su tono contenido, y su capacidad para observar sin juzgar. Y mientras el libro de Updike está en tercera persona, aquí el que narra la trama es el propio Tom.
El viaje que propone “El resto de nuestras vidas” en sus 224 páginas es más bien incómodo, una muestra de cómo el paso del tiempo puede tener un efecto completamente erosionador.
La historia es así: Tom Layward, un abogado neoyorquino, descubre que su mujer lo engaña. La pareja entra en crisis, pero como tienen dos niños pequeños, el hombre hace un pacto consigo mismo. Decide que hasta que su hija menor no cumpla los 18 seguirá en su matrimonio. Un matrimonio con un puntaje bajisimo en la escala del amor, un caldo amargo.
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