Reseña: «Orbital», mirar el mundo desde el espacio

El libro de Samantha Harvey, ganador del último y prestigioso premio Booker, no es sólo el relato de lo que hacen los seis astronautas durante 24 horas en una estación espacial que en ese lapso orbita 16 veces sobre la Tierra. Es más bien una meditación serena sobre lo que significa ser humano.

“Orbital” es una manera poética de mirar el mundo: al planeta y a sus habitantes. El libro de Samantha Harvey, ganador del último y prestigioso premio Booker, no es sólo el relato de lo que hacen los seis astronautas durante 24 horas en una estación espacial que en ese lapso orbita 16 veces sobre la Tierra. Es más bien una meditación serena sobre lo que significa ser humano, sobre lo que significa estar allí arriba, flotando 400 kilómetros por encima de sus hogares, sabiendo y viendo, por ejemplo, que un tifón pronto puede arrasar una parte de una isla que algunos de ellos conocen, en los que vive un matrimonio que de hecho uno de ellos conoce, sin poder hacer nada más que mirar, asombrarse, reflexionar.


La mirada -casi tanto como las reflexiones que se despliegan dentro de esa cápsula- es esencial en este libro. No sólo la mirada de esos astronautas que flotan como nadadores ingrávidos hasta las ventanas para seguir el paso del tifón, para ver cómo se ve el hielo antártico desde ahí arriba, o cómo toda Europa está delineada con fina precisión, rodeada por un hilo dorado de rutas iluminadas por la noche. También la mirada que a veces, por estar por encima de todo lo que vive en la Tierra, puede parecer de cierta superioridad, pero que por lo mismo, por esa distancia, y por esa callada impotencia de estar tan lejos, se vuelve humilde, entregada a lo que sea que ocurra allí abajo.

Samantha Harvey, autora del premiado libro, Orbital.


Hay dos imágenes que Harvey trae al relato y que resultan cruciales. Una de ellas es el cuadro “Las Meninas”, la obra maestra de Diego Velázquez, de 1656. Uno de los astronautas, Shaun, tiene una postal con una reproducción de la obra, que no le gusta especialmente, pero que sí le recuerda a su mujer y al momento en que se conocieron en la escuela, donde le hablaron de ese lienzo. Le dijeron que el cuadro desorientaba al espectador y lo dejaba con la sensación de no saber qué está mirando. ¿Quién mira a quién en ese cuadro?


“Velázquez, el pintor está en el cuadro, junto al caballete, y lo que pinta es el rey y la reina, pero ellos están fuera de cuadro, justo donde estamos nosotros, mirando hacia la pintura, y el único detalle que nos dice que están ahí es que podemos verlos reflejados en un espejo que tenemos justo delante. Lo que el rey y la reina están viendo es precisamente lo que nosotros miramos: su hija y las damas que la acompañan, cuyo nombre es el título del cuadro”, escribe Harvey antes de hacerse muchas preguntas sobre el punto de vista.


¿Quién mira a quién? ¿Qué ve la tripulación de seis hombres y mujeres que, como dice Harvey, “da una vuelta completa a la Tierra y apenas ve rastros de vida humana o animal”?.


La otra imagen que usa Harvey es la de la fotografía que tomó Michel Collins. Collins fue el tercer astronauta que viajó con los hiper conocidos Aldrin y Armstrong. A Collins le tocó esperar en el módulo de mando Columbia de la misión Apolo 11 alrededor de la Luna mientras sus compañeros realizaban el primer alunizaje de la historia, en 1969.

La foto que tomó Michael Collins que, dicen, incluye a toda la humanidad menos a él.


“En la fotografía que hizo Collins, se ve el módulo lunar que transporta a Armstrong y Aldrin; justo detrás de ellos la superficie de la Luna, y a unos 400 mil kilómetros de distancia , la Tierra, una semiesfera azul suspendida en una tiniebla absoluta que hospeda a la humanidad. Michael Collins es el único ser humano que no aparece en la fotografía , se dice, y es un detalle que siempre ha sido motivo de asombro. Todas y cada una de las personas que vivían en ese instante, queda dentro de esa imagen; solo falta una, el hombre que hizo la imagen”, escribe Harvey.


La fotografía de Collins es , en comparación con el Velázquez, sencilla y apabullante: incorpora a todos los habitantes de la Tierra, pero no muestra a ninguno. Y sin embargo, Harvey logra decirnos con esa imagen que es tan impersonal como el espacio mismo.


En las 24 horas, con sus 16 amaneceres y 16 atardeceres, los astronautas están lo suyo: una serie de ejercicios obligatorios para no perder la masa muscular que inevitablemente se comerá la falta de gravedad; arreglos de la estación; experimentos científicos con ratones, con lechuga , con células de piel, que quizás traigan progreso u otros futuros a la humanidad.

Pero no es eso lo importante en esta historia hipnótica, que tiene la capacidad de transportar a los lectores a ese lugar, por encima de nuestras cabezas, donde hay unas personas que dan vueltas a la Tierra y la ven, en su enorme dimensión y en su majestuosa insignificancia. Aquí, en términos de trama, no ocurre nada especial, ni rimbombante. Ocurre el tiempo, en un viaje elíptico y flotante, y ocurren las reflexiones sobre lo espectacular y lo cotidiano, la distancia y la intimidad, lo que está lejos, y lo que pese a todo, está siempre cerca, lo que se ve, en medio de ese silencio atronador.


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