Reseña: “Cicuta para los oídos”, de Sebastián Hacher, el veneno del ruido
Un hombre se va a vivir a un campo en el conurbano. Busca tranquilidad y otra forma de habitar el tiempo. Pero no lo encuentra: enfrente de su casa, sus vecinos ponen una y otro, y otra vez "La Pachanga", de Vilma Palma e Vampiros.
Es difícil no sentir lo mismo que el protagonista de “Cicuta para los oídos”. No entender la tortura del ruido: es mucho más probable que después de leer el libro uno termine tarareando, una y otra y otra vez, la pegadiza “La pachanga”, la canción más conocida de la banda santafesina Vilma Palma e Vampiros con la que los vecinos del narrador irrumpen y sobre todo interrumpen e invanden la paz del campo. En un mundo en que la conversación sin interrupciones o el silencio es un bien escaso, es difícil no sentir lo mismo que el protagonista.
Pero esta no es una novela sobre vecinos musicales y molestos. Eso es apenas el comienzo. Sebastián Hacher, el autor del libro que acaba de publicar Eterna Cadencia Editora, construye en “Cicuta para los oídos” un relato que puede leerse como una novela de no ficción, pero sobre todo, como un tratado sobre el silencio y una meditación sobre la convivencia y sus dificultades, sobre la manera en que nos imponen o imponemos ruido en la vida de los otros, sobre esa invasión. Sobre el silencio que difícilmente se alcance en las ciudades, por supuesto, pero tampoco en el campo, donde se supone que estamos alejados de todo y sólo a merced de la naturaleza y , en todo caso, de sus propios sonidos. Pero no.

El protagonista -una figura que roza lo autobiográfico- se retira a una zona semipoblada del conurbano bonaerense, buscando escapar del ruido urbano. Lo que encuentra no es paz. “El oído evolucionó para que podamos escapar de las fieras o convertirnos en una”, advierte el narrador, harto de esa invasión que no pide permiso y de la que no se puede escapar.
“Quiero ponerle mute al mundo y, como es imposible lograrlo, convertí la precariedad en virtud. En mi mente repito el gesto de armar el bolso y escaparme a cualquier lugar donde se pueda recomponer mi forma de vida. O sea: cualquier lugar donde se pueda estar en silencio. Aunque ese lugar ya no exista”, escribe el protagonista.
La novela explora la misofonía (fobia a determinados sonidos) no solo como una condición médica, sino como una última barrera de resistencia ante un mundo saturado de ruido.
Y tampoco es eso solo. El protagonista borda y el bordado atraviesa el libro como una manera de encontrar la calma, un gesto introspectivo, pero también un gesto narrativo y político. Borda sobre históricas fotografías de mapuches y transforma esas imágenes en actos de restitución simbólica. «Hace tiempo que bordo fotos. Trabajo con las imágenes de los prisioneros de la llamada «Conquista del desierto», cuenta en el libro. Sebastián Hacher también borda. TY también trabajó con las fotos del pueblo Mapuche en el proyecto “#InakayalVuelve”, que realizó en 2018.
En el libro están los ecos de ese trabajo para el que seleccionó «once fotos de prisioneros Mapuche que habían sido obligados a caminar cientos de kilómetros y trasladados a Buenos Aires para ser usados como mano de obra esclava o estudiados en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata».
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El ruido, el silencio y el bordado encuentran en el campo un escenario que nunca termina de ser ideal. El campo escapa -más allá de los vecinos ruidosos y musicales-, de la imagen idílica y bucólica. Es un campo sin romanticismo, donde hay que vérselas con las alimañas, la lluvia torrencial, algunos robos, la crudeza del invierno, la necesidad de tener madera seca y por supuesto los ruidos que alteran la manera de estar en el mundo.
En ese lugar, el protagonista vive con una perra, Maloca, que se vuelve una presencia determinante en un lugar donde lo salvaje y lo natural y también la sonoridad urbana y demencial, se cruzan en una convivencia puesta en tensión.
Es difícil no sentir lo mismo que el protagonista de “Cicuta para los oídos”. No entender la tortura del ruido: es mucho más probable que después de leer el libro uno termine tarareando, una y otra y otra vez, la pegadiza “La pachanga”, la canción más conocida de la banda santafesina Vilma Palma e Vampiros con la que los vecinos del narrador irrumpen y sobre todo interrumpen e invanden la paz del campo. En un mundo en que la conversación sin interrupciones o el silencio es un bien escaso, es difícil no sentir lo mismo que el protagonista.
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