De Benedicto a Duhalde

JORGE GADANO jagadano@yahoo.com.ar

Dejad que los niños vengan a mí”, dijo Jesús a sus apóstoles. Pero eso ha sido malinterpretado entre los clérigos que han hecho de los chicos el blanco preferido de sus abusos. Entonces ahora, cuando todo el mundo sabe que la pederastia clerical católica en Irlanda, Alemania y Estados Unidos ha sido admitida por la autoridad de la Iglesia romana, podemos suponer que el Vaticano algo sabía del asunto y que, por lo tanto, ha venido guardando el secreto sobre lo que en nuestro Código Penal es el delito de corrupción de menores. Al parecer, el papa Benedicto XVI –Joseph Ratzinger antes de llegar a la monarquía pontificia– se hartó de dar explicaciones, porque en la última declaración pública vaticana se denunció una campaña destinada a desprestigiarlo. El texto incluyó una rotunda negativa a sancionar, o siquiera investigar, a un sacerdote de Wisconsin, Estados Unidos, acusado de abusos sexuales contra alrededor de 200 niños sordos. En la Argentina el tema de los niños ocupa también un lugar especial. Sobre el cura Julio César Grassi pesó un prolongadísimo proceso penal de siete años por abuso sexual de los menores a los que “ayudaba” en la fundación “Felices los Niños”. Fue sentenciado a 15 años de prisión pero sigue en libertad porque esa sentencia no se encuentra firme aún. No podría ser motivo de sorpresa que tales abusos se hayan producido en otros ámbitos de influencia de la Iglesia Católica. Escribí ya, y no está de más recordarlo, que la represión sexual impuesta por el celibato forzoso es la causa principal de esos desvíos. El Papa, autoridad absoluta del catolicismo y defensor del celibato, tiene por lo tanto una responsabilidad manifiesta en tales delitos, que no dejarán de producirse mientras sobreviva el dogma de que el sexo es un pecado que compromete la pureza de un ministro de Dios. En realidad, el pecado es la mayor fuente de la influencia eclesial, porque le asigna a la autoridad religiosa el poder de condenar o absolver a los pobres mortales que hacen el amor porque les gusta y terminan sancionados en el confesionario. (¿Será verdad que Jesús también fue célibe?) Los niños son también, en nuestro país, un tema de debate porque los señores de los grupos de tareas de la última dictadura militar –que rebasó todas las barreras que separan a los hombres de las bestias– distribuyeron a los hijos de las madres secuestradas-desaparecidas-asesinadas entre amigos que aseguraran una educación occidental y cristiana. Éstos y otros crímenes del horror desatado por el Proceso son los que han engendrado la consiguiente persecución judicial a sus responsables. Y a la vez, en estos días, se han vuelto a alzar voces a favor de una encubierta amnistía que enarbola banderas de paz y reconciliación. En estos días esa voz es la de Eduardo Duhalde, en cuya sinceridad podríamos creer si no dudáramos de que se apartó de la actividad política para convertirse en un pastor de almas. Pero no lo estamos. No yo, al menos, convencido como estoy de que hay que aplicar a la actividad periodística el beneficio de la duda. La duda, en el caso de que el ex vicepresidente con Carlos Menem, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y ex presidente provisional hasta que se dio cuenta de que el sillón de Rivadavia podía convertirse en una silla eléctrica y convocó a urgentes elecciones, no proviene de esta síntesis curricular. Se origina en que Duhalde había prometido dejar la actividad política y ahora quiere volver al sillón, pero con la legitimación que dan las urnas. Entonces empezó a batir el parche de la reconciliación presentándose como un buen pastor que está por encima de los odios y las bajas pasiones. Después de que su amigo Diego Guelar sondeara el ambiente con una propuesta de amnistía, lo hizo con una convocatoria a los que quieren a Videla y a los que no lo quieren. Y después formalizó su pensamiento con la propuesta de un plebiscito. Duhalde no encontró mejor oportunidad para lanzar su propuesta que la del miércoles pasado, 24 de marzo. Dijo, al finalizar un encuentro de su “Movimiento Productivo Argentino”, que “los juicios tienen que terminar”. Continuó con una frase de escasa originalidad como lo es la de que “hay que mirar para adelante” y concretó con la propuesta de que en las elecciones generales del 2011 se vote también lo que “el pueblo quiere hacer” al respecto. Un día después aclaró que no pretende frenar los juicios (ver “Río Negro” de ayer) y denunció que uno de sus críticos, el jefe de Gabinete Aníbal Fernández, ha militado “dentro del justicialismo, en el rosismo y en sectores más tirando a la derecha”. Y añadió: “los conozco a todos. No me hagan hablar”. Es una lástima que no se decida a hablar, porque si contara todo lo que sabe se podría iniciar una discusión esclarecedora. Lo que Duhalde quiere es que todos los juicios en marcha terminen rápido y que concluya la “caza de brujas”, y alegó que “no hay derecho a que un país esté paralizado”. Pero no parece que el país esté paralizado. Si lo está, o si la política económica del gobierno es motivo de incesantes conflictos, no son los juicios a los militares responsables del terrorismo de Estado el motivo. Esos juicios, que sí podrían cuestionarse por su lentitud, no han provocado más reacción que la de la señora Cecilia Pando y el reducido grupo que la acompaña. Los militares en actividad hacen su trabajo y se acabaron las asonadas que en otros tiempos encabezó Aldo Rico. Y si, en Neuquén por ejemplo, cada 24 de marzo algunos desaforados pobres de espíritu y pensamiento hacen ejercicios “revolucionarios” cascoteando a policías y las vidrieras que tienen más a mano, ése no es más que un problema policial, porque los supuestos “anarquistas” enemigos del Estado que promueven los enfrentamientos no tienen respaldo social alguno.

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