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Argentina estrena un particular sistema parlamentario

La designación de Sergio Massa como una suerte de Primer Ministro, que deja al presidente Alberto Fernández en un rol más bien simbólico, permitirá comprobar algunas ventajas de este sistema frente al presidencialista.


La designación de Sergio Massa como una suerte de Primer Ministro, deja al presidente Alberto Fernández en un rol más bien simbólico, conservando su condición de Jefe del Estado. Este es justamente el papel que cumplen los presidentes en los estados republicanos que han adoptado el sistema parlamentario. El Jefe del Estado cumple dos funciones trascendentales en el sistema parlamentario: por un lado arbitra y modera el funcionamiento regular del conjunto de instituciones políticas y, por el otro, asume la más alta representación del Estado a nivel internacional. En cambio el Primer Ministro es quien queda al mando del Gobierno y es el detentador del poder real. Una serie de impensadas circunstancias han colocado a los argentinos frente a una suerte de sistema parlamentario. Es una buena noticia porque permitirá comprobar algunas de las ventajas que el sistema parlamentario ofrece frente al tradicional sistema presidencialista.

Carlos Nino, en «Un país al margen de la ley» (Ed. Ariel, pág. 212), señaló que “la separación de funciones entre el jefe del Estado y el jefe del Gobierno es sumamente benéfica para impedir la personalización del poder y evitar las tensiones que surgen de la superposición de dos funciones tan diferente (el jefe del Estado representa la unidad de la Nación y debe estar por encima de las divisiones partidarias, mientras que el jefe del Gobierno es normalmente el dirigente máximo de uno de los partidos que debe defender, de igual a igual, frente las críticas de los otros partidos en el Parlamento, su programa de gobierno)”.

La otra ventaja del sistema parlamentario sobre el sistema presidencialista es la flexibilidad del primero frente a la rigidez del segundo, para afrontar con éxito las crisis de gobierno. La flexibilidad de un sistema se puede entender como la capacidad del sistema para adaptarse a los cambios de opinión del electorado o a las diversas situaciones que se pueden presentar.

En el sistema parlamentario el Primer Ministro, es un mero delegado del Parlamento, de modo que si la mayoría parlamentaria cambia como resultado de una elección, ese cambio se traduce de inmediato en un cambio de la coalición que da sustento al Gobierno lo que puede llevar implícito la sustitución del Primer Ministro. De este modo se mantiene la coherencia entre el poder ejecutivo y el poder legislativo.

Por el contrario, en el sistema presidencialista, como el mandato del presidente es rígido, el resultado de una elección en mitad del mando puede dar lugar a un cambio en la mayoría de las cámaras y a lo que en la teoría política se denomina un gobierno dividido. El presidente ya no está respaldado por las cámaras y se produce una situación de bloqueo recíproco, con un alto nivel de conflictividad política.

Como señalan Alfred Stepan y Cindy Skach en Presidencialismo y parlamentarismo en perspectiva comparada (texto compilado por Juan Linz y Arturo Valenzuela en La crisis del presidencialismo, Ed. Alianza) muchas democracias nuevas han elegido el presidencialismo bajo la falsa creencia de que así se configuraba un ejecutivo fuerte, pero las estadísticas demuestran que las democracias presidenciales tuvieron mayorías legislativas afines menos de la mitad del tiempo de mandato y el resto del tiempo han convivido bajo conflictos permanentes.

La reforma constitucional de 1994, bajo la inspiración de Carlos Nino, intentó una aproximación al sistema parlamentario, mediante la institución de la figura de un Jefe de Gabinete “con responsabilidad política ante el Congreso de la Nación” y con capacidad para “ejercer las funciones y atribuciones que le delegue el presidente de la Nación y, en acuerdo de gabinete, resolver sobre las materias que le indique e Poder Ejecutivo, o por su propia decisión en aquellas que por su importancia estime necesario, en el ámbito de su competencia”(art 100.4 Constitución Nacional). Sin embargo el sistema no funcionó como se pensaba porque al ser elegido el Jefe de Gabinete por el presidente de la Nación, no deja de ser un ministro más, que puede ser cesado en cualquier momento por el presidente. Para que tuviésemos un verdadero sistema parlamentario sería necesario que el Jefe de Gabinete fuera designado por el Congreso. Tal vez ni siquiera haría falta una reforma constitucional para alcanzar este objetivo y bastaría para ello que un presidente anunciara su voluntad de resignar parte de sus atribuciones y designar como Jefe de Gabinete al que resultara propuesto por la mitad más uno de los diputados.

Es un hecho notorio que los sistemas autocráticos carecen de la capacidad para corregir los desaciertos tan habituales en las modernas sociedades que son cada vez más complejas. Los sistemas presidencialistas, basados en la división de poderes y en el sistema de cheks and balances, ofrecen defensas suficientes frente a los desbordes autoritarios, pero no tienen modo de corregir los errores de gestión política en los que puede incurrir el presidente.

En cambio, en el sistema parlamentario el Primer Ministro es un delegado del Parlamento, su labor es objeto de constante monitoreo desde el lugar de designación y si comete errores graves puede ser destituido por el Parlamento, inclusive por los propios diputados de su partido. Por otra parte, la labor de la oposición en el sistema parlamentario pone al Gobierno frente a la obligación de explicarse, rendir cuentas y justificar sus acciones.

Los líderes de la oposición tienen la posibilidad de pasar a conducir el Gobierno si consiguen conformar una coalición que les confiera la mayoría absoluta del Congreso, lo que los lleva a realizar una labor constructiva y responsable dado que en cualquier momento puede ser llamada a conformar un nuevo Gobierno. Estas prácticas favorecen también la implantación de una cultura de los consensos entre partidos políticos con diferentes programas, porque es la única manera de alcanzar el poder.

La designación de Sergio Massa como “superministro de Economía” refleja una cierta anomalía, dado que el lugar que le hubiera correspondido ocupar, según el diseño constitucional, sería la de Jefe de Gabinete. Probablemente esta anomalía sea fruto de una deferencia hacia los gobernadores representados por Juan Manzur, pero es una muestra más de la desprolijidad de un Gobierno caracterizado por las idas y venidas, donde hay ministros que han durado solo 24 días.

Estas desprolijidades institucionales son siempre causa de ineficacia en la gestión de gobierno. Como ejemplo notorio, téngase presente el sistema de “loteo” de los ministerios que se convirtió en un obstáculo para coordinar políticas y derivó en la renuncia del ministro de Economía Martín Guzman.

Es sabido que el diseño de las instituciones políticas adquiere un rol relevante para determinar una modalidad más conflictiva o más conciliadora de la dinámica política de una sociedad. Arrastrando Argentina graves conflictos institucionales desde tiempo inmemorial, sería conveniente sacar enseñanzas de la novedosa situación que se ha creado. Como señalaba Giovani Sartori, “si bien las instituciones no pueden salvarnos de la estupidez humana, al menos pueden ofrecer un sistema de incentivos que neutralicen o limiten el peso de los errores”.

*Abogado y periodista.


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