Milei y el fascismo “wanna be”

El historiador y profesor argentino experto en fascismo, Federico Finchelstein, utiliza la noción para describir a éstos líderes. Dos características unen a estos nuevos líderes de extrema derecha: su condición de populistas y su aspiración fascistoide.

Redacción

Por Redacción

Tomás De Leonardis*


Durante la última década han proliferado en el mundo expresiones políticas de ultraderecha. Los analistas se debaten entre caracterizarlas como nuevos populismos conservadores o, directamente, neofascismos. El Primer Ministro Húngaro, Viktor Orban, los ex Presidentes estadounidense y brasileño, Donald Trump y Jair Bolsonaro y el actual Presidente argentino, Javier Milei, son ejemplos de este nuevo fenómeno.

El historiador y profesor argentino experto en fascismo, Federico Finchelstein, utiliza la noción de fascistas “wannabe” para describir a éstos líderes. Este término anglosajón refiere a una persona que quiere aparentar ser otra, un aspirante. Es una contracción de “want to be” (quiero ser). Dos características unen a estos nuevos líderes de extrema derecha: su condición de populistas y su aspiración fascistoide.

Las razones para este advenimiento son variadas y exceden la extensión de esta nota. Sin embargo podemos mencionar algunas. La crisis de representatividad de las democracias formales y sus sistemas de partidos, las rigideces institucionales de Estados que no se adaptan a los profundos cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos actuales, la decepción de millones ante una democracia que no trajo mejoras significativas en su calidad de vida y, como contracara, un arrollador avance del proyecto de vida neoliberal.

La crisis de legitimidad de las instituciones y el creciente desencanto de la ciudadanía con el Estado y la democracia generan las condiciones para que esa rabia y frustración se canalicen a través de nuevos líderes populistas de ultraderecha que arremeten con discursos “punk” del estilo “rompan todo”. Ahora bien ¿qué hay detrás de estos cambios radicales? ¿Son revolucionarios o más bien son la enésima cara del neoliberalismo global?

A decir de Finchelstein estos populismos del siglo XXI están más próximos al fascismo clásico que nunca, aunque se presentan con nuevos disfraces. Una nueva casta de políticos: los fascistas “wannabe”.

Finchelstein identifica 4 elementos centrales que definen al fascismo. El primer elemento esencial es una propaganda totalitaria, orwelliana, el reino de la mentira en la política. El segundo es la violencia y la militarización de la política, la idea de que la política se hace también con el uso de las armas como ícono y con la politización de las fuerzas armadas. El tercer elemento es la demonización absoluta del enemigo (xenofobia, racismo, destrucción del otro). El último elemento es la dictadura. Estos cuatro elementos son resignificados por los fascistas “wannabe”.

Para el caso argentino, podemos observar muchos de estos comportamientos en Milei y su proyecto “libertario”. En cuanto al uso de la mentira como herramienta política, si bien es algo común a muchos gobiernos, el actual lo ha llevado a un extremo. Apoyado en las nuevas tecnologías y redes sociales, Milei construye un relato mítico. No le interesa la verdad de los hechos ni la búsqueda de consensos. Se dedica a reforzar prejuicios, edificar su propia leyenda y crear un antagonismo bélico de “fieles” versus “traidores”. Su arsenal se vale de ejércitos de “trolls”, algoritmos, “fake news” y una política comunicacional novedosa y disruptiva.

En cuanto a la violencia y militarización de la política, podemos observar que el fenómeno Milei ha hecho resucitar discursos reivindicatorios de la última dictadura militar. Tampoco son pocas las veces que se apela a la idea de otorgar mayor libertad de acción a las fuerzas armadas, promoviendo la represión de la protesta y el disciplinamiento social a partir de la violencia.

El odio y demonización del enemigo también aparecen en este fascista “wannabe” vernáculo. Basta ver la violencia con la que se dirige a ciertos colectivos como el movimiento feminista, agrupaciones sindicales, diputados y senadores, artistas, en un largo etcétera. Una lógica maniquea de “amigo-enemigo”, donde amigo es quien obedece y enemigo es cualquier voz disidente.

Finalmente, el desprecio por los valores republicanos y democráticos también están presentes. El intento de modificar más de 300 leyes con un sólo DNU, la aspiración a destruir decenas de instituciones de fuerte arraigo en la vida democrática, cultural, educativa, deportiva, sanitaria y laboral o el enfrentamiento feroz contra las provincias argentinas son algunos ejemplos.

Es cierto que el Estado de Derecho y la democracia representativa están en crisis y deben recuperar su legitimidad social. Eso se logrará cumpliendo la promesa fundamental de las sociedades democráticas y civilizadas: que sus comunidades actuales vivan mejor que sus antecesores, con movilidad social ascendente y esperanza de un futuro mejor.

Nuestro país precisa de más y mejor Estado, de nuevos pactos sociales, políticos y económicos, que piensen una Argentina de trabajo, riqueza e inclusión. Alimentar el odio y la división, buscar chivos expiatorios para proponer soluciones mágicas solo traerá más padecimiento.

Descalificar la igualdad de derechos y a los que piensan distinto, el elogio de dictaduras y violencias pasadas, la promoción de un programa económico que no es más que el refrito de proyectos neoliberales fracasados, la glorificación de un pasado que en realidad no pasó, que es mítico, o la apelación a liderazgos mesiánicos, no son el camino.

(*) Licenciado en Ciencia Política, especialista en control y gestión de políticas públicas.


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