Nada nuevo bajo el sol… la memoria de un pueblo


El Holodomor es el centro del martirologio de un pueblo, que sufrió una hambruna regulada por la URSS. Un ‘exterminio por hambre’ silenciado y negado por la historiografía rusa.


Al ‘tiempo histórico’ se lo podría entender, en Ucrania, en clave de historia circular, cíclica; el eterno retorno al punto de partida (Croce). Ubicada entre la Federación Rusa y Europa central, contiene en su territorio al menos dos civilizaciones,  según el concepto del historiador Braudel: una occidental cristiana y otra eslavo/ortodoxa. Este proceso de construcción nacional que comenzó a gestarse en el siglo XII, durante la desaparición del estado de Kievan Rus, transitando por el siglo XX logrando la independencia de la URSS en 1991 y, en el XXI, produciendo la llamada revolución Naranja en 2004/2005,  se procura cerrarlo en el contexto posterior a la guerra con Rusia a partir de la invasión sufrida el 24 de febrero de 2022. 

Aunque la civilización eslavo-ortodoxa no implicó la unión a Rusia, si marcó una política exterior más cercana a Moscú, con valores culturales y lingüísticos compartidos, impuestos a la población en los periodos imperial y soviético, pero sin dejar de defender la soberanía de su país, excepto las provincias separatistas actuales. Desde 1992 marcó la política exterior de Ucrania la civilización occidental (Zhitómir, Vennytsia, Jmelnitsk, Rivne y Volhynia).

Sin embargo en ambas “civilizaciones” los dirigentes políticos- salvo los radicales de las regiones del este, sin demasiado apoyo de la población civil- no han intentado entrar en alianzas asociadas o federadas con Rusia. Civilización en este marco se refiere al conjunto de caracteres presentes en la vida colectiva de un grupo humano o de una época con valores comunes y un sentido de pertenencia.

Una historia de dominación


Primero por el imperio ruso y luego por la URSS, hoy Federación Rusa de parte del territorio sudeste.

En este escenario, población y territorio particular desde 1991 asisten a una batalla por la memoria histórica y por la soberanía popular. Ese año, los ucranios retomaron la búsqueda de símbolos y figuras del pasado, un proceso de treinta años en que el Estado debe encontrar un camino entre memorias/civilizaciones distintas para encarnar en una soberanía territorial recobrada y afirmada. 

La denominada «Revolución naranja» en 2004, reclamando libertades civiles y democracia.

En la maraña del inicio del siglo XXI, con la revolución Naranja (2004) la memoria y la reconstrucción nacional están centradas en reducir la imagen, construida por intelectuales rusos, de ‘colaboracionismo ucraniano’ durante la II Guerra Mundial, mientras ocultan los horrores del comunismo soviético, particularmente los cometidos en la década de 1930 y destacando la denominada “gran guerra patriótica” de 1943, librada por los rusos contra los fascismos.

Los ucranios pro-civilización occidental salieron a las calles tras los resultados de noviembre de 2004 de su candidato en la segunda vuelta vestidos de naranja, denunciando fraude y logrando la realización de nuevas elecciones, donde triunfa su candidato Viktor Yúschenko con el 52 % de los votos. Estas ‘marcas’ y acciones ciudadanas con protestas cívicas son las que, desde 2014, el gobierno ruso, con Vladimir Putin a la cabeza, pretenden contraponer en el territorio ucranio: exaltando el periodo de la URSS y de la victoria y liberación de la ocupación nazi.

Este relato ruso tiene entre sus objetivos reconquistar y dominar a Ucrania dentro de su ‘área de influencia’ (Franqueville y Nonyon, 2022). Mientras, los eventos de Maidán (2013/14) se caracterizaron por manifestaciones populares con más elementos nacionalistas, menos pro-europeos y más anti-rusos.     

Volviendo a la década del ‘90, específicamente al 24 de agosto de 1991 con la  creación de  una República independiente,  se buscó ‘ucranizar’ a través de las instituciones, las leyes, la identidad y la historia pasada con un ‘destino común’ como pueblo, que se incrusta en la reivindicación de figuras nacionalistas del pasado reciente, por ejemplo, Stepán Bandera. A esta transformación constructiva, la Federación Rusa respondió con un relato ‘víctimizante’, donde Ucrania está siendo malograda por el ‘imperialismo de los países de la OTAN’. Todo ello en un proceso de transición , desde la ‘des-comunización’ a la economía de mercado y en lo político, siguiendo el modelo de la ‘democracia occidental’ con caracteres nacionales. 

              

El Holodomor: un hito


A esta altura, es necesario indicar que el mayor trauma histórico para los ucranianos lo constituye el Holodomor (1932-1933), aunque el pueblo ‘productor cerealero’, paradójicamente, sufrió otras hambrunas en su historia. El fenómeno del Holodomor tiene una diferencia sustantiva: fue perpetrado por políticas delineadas por el gobierno de Moscú.

Este hecho es el centro del martirologio de un pueblo, que sufrió una hambruna regulada por la URSS,  que claramente fue un ‘exterminio por hambre’, una ‘masacre genocida’ silenciada y negada por la historiografía rusa. Ubicado entre los clásicos genocidios negados por las historias oficiales en el siglo XX, tuvo cifras de muertos que los historiadores estiman entre 4 y 12 millones de ucranios.  

Lo que se reivindica hoy es la herencia cosaca y una organización compleja nacionalista: sich (fusileros ucranios- de la gran guerra de 1914), en el marco de un legado de descontento de cualquier dominación extranjera dando ingredientes para cimentar/edificar el imaginario colectivo de un pueblo que toda su historia atestigua la lucha contra la opresión. Reivindicando el Hermanato cosaco como forma de Estado con un campesinado libre e independiente, ideas que vuelven en 2014 con las unidades sotnia y sus combatientes.

En 2013, tras la decisión del presidente (proruso) Víktor Yanukóvich de rechazar el acuerdo con la Unión Europea comenzó una serie de protestas que llevaron al derrocamiento del gobierno. En el marco de la revolución Maidan (2014) se produjo la anexión de Crimea y Sebastapol a la Federación de Rusia y la resistencia del separatismo del Dombás, donde ucranianos pro-rusos armados declararon la autonomía de Donetsk y Lugansk, controlando gran parte de la región. Esta nueva situación sirve de argumento a Putin para decir que el gobierno ucranio atacó a los separatistas, por ello con el eufemismo de ‘Operación militar especial’, que inició el 24 de febrero pasado el conflicto.

Debemos resaltar que en la historia inmediata de esta población acechada por una guerra, que iba a ser una operación de 15 días en la cual los rusos dominarían la situación, sufrió migraciones, muerte y destrucción.

Sin embargo, a un año de la guerra es necesario subrayar el patriotismo, la solidaridad nacional, la abnegación, la fortaleza y, un fuerte compromiso con valores y objetivos comunes que deseamos que se logren cristalizar en el horizonte de expectativas (Reinhardt Kosellek) de una sociedad que se mira en múltiples espejos de la historia reciente/presente.

La invención de tradiciones y relatos y la relación pasado/presente/futuro permiten imaginar el poder y el control de una nación (Eric Hobsbawm).

* Historiadora y escritora, Centro de Estudios de Estado, Política y Cultura (CEHEPyC)CLACSO/UNComahue.


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